Zárate strikes again


Sangre y sed: ¿por qué se entienden tan naturalmente estas dos palabras? Se necesitan, parece que una no existiría sin la otra, que la primera está hecha para la segunda y que la segunda la tenemos porque meramente tenemos la primera. Sed y sangre: el doble apremio fundamental de la vida, o lo que es lo mismo, de la destrucción. José Luis Zárate (Puebla, 1966), en su nuevo libro de ensayos En el principio fue la sangre, propone con seca y dura poesía, en tres palabras, una fórmula que cifra esa correspondencia esencial: «Monstruos y nosotros». Porque, claro, antes ha escrito: «Soñamos con ser tigres. Pero los tigres son la herida, la furia, la sangre derramada en su nombre. Son el hambre cayendo de la nada, para saciarse con nuestra sangre».
Marcado por una pésima suerte editorial (que corrobora la ceguera imperante en el mercado), Zárate es el caso del autor al que la fama elude escrupulosamente y que sólo de manera excepcional ve sus libros editados con decoro. Tiene muchos, y por un misterio sobrenatural alguno incluso ha pasado fugazmente por los estantes de los Sanborn’s o los VIP’s. Xanto, novelucha libre, publicado hace diez años, quizás siga siendo el más conocido —aunque nadie lo conozca—, y cuenta cómo las fuerzas extraterrestres más perversas deciden invadir nuestro planeta comenzando nada menos que por Puebla, a donde llega heroicamente (¿quién si no?) el Xanto, para salvar a la humanidad. Y ahora la aparición de En el principio fue la sangre, en la colección Bajo tantos párpados, que dirige Luis Vicente de Aguinaga, por una vez hace justicia a un escritor prolífico e imbatible, brillante y originalísimo. Se trata de una reunión de ensayos que dan cuenta de algunas de las elecciones y preocupaciones cardinales del narrador y lector insólito que es Zárate (a quien, entre otras gracias, se lo tiene en ciertos círculos por ser el firmante del mejor cuento policíaco en la literatura mexicana: «El viajero», publicado y republicado pero siempre imposible de encontrar): asesinos seriales, vampiros, creaturas prodigiosas, ovnis... Pero además los resortes secretos del horror o la fascinación, las verdades cifradas en la más desaforada fantasía, las preguntas que no hace el miedo y las respuestas que no pide la demencia. El hombre, en suma, y su más recóndita explicación.
Con la calma imperturbable de quien conoce lo que ocurrirá a continuación, Zárate se detiene a interrogar el significado de los tajos que el asesino ha hecho en su víctima, nos deja esperando a Jack el Destripador, enseña cómo distinguir los vampiros reales de los impostores, examina los motivos que tiene Tokio para anhelar su aniquilación, saca de la infancia los orígenes del amor por lo descabellado, se mira y nos mira en la multitud, consigna la inminencia del Apocalipsis, expone con sencillez pasmosa el funcionamiento del serial killer («Pues bien, a los asesinos en serie se les olvida despertar»), va al cine a ver platillos voladores («¿Y alguien se acuerda de la cinta Una galaxia llamada Roma, donde la civilización extraterrestre usa togas, minifaldas romanas y una alienígena que se llama Frijol-ito se enamora del astronauta nacional, representado por “El Pichi”?»), recomienda qué hacer en el encuentro con el doble, revela quién es el perfectamente desconocido autor que más ha influido en una generación o en dos, enciende una conmovedora vela en memoria de Phillip K. Dick, recorre el puente entre el horror y la ciencia ficción y llega, al final, al comienzo de todo: la sangre y la sed.
«¿A cuántas personas no hemos deseado matar durante nuestra vida?», pregunta inesperadamente el ensayista, que ve en el lector a un dios deficiente cuyas propias razones están en buena medida ocultas para él mismo. Y eso asusta. Como en la turba que sale en la cacería angustiosa de la bestia o del criminal, por delante de nosotros, lectores de este libro, Zárate lleva la antorcha y va a la cabeza, arrojando su luz sobre la más profunda oscuridad. Va excitando calculadamente la imaginación al tiempo que obliga a la razón a seguirle el paso, para que juntas avancen, ateridas y tensas. Pero también va detrás de nosotros, sin que lo advirtamos, y está a punto de soltar las correas de los perros que nos alcanzarán.
«¿A cuántas personas...?». En un libro lleno de extrañezas, no es la menor que quien nos ha soltado esa pregunta haya afirmado, antes o después, cosas como las siguientes: que el ciudadano Kane «es primo hermano de Godzilla y pariente en cuarto grado de Campanita»; que «el ejército nunca sabe lo que hace, que los civiles siempre se chingan y los científicos descubren cómo alejar al monstruo cuando media ciudad ya no existe», o que «siempre se puede conocer a gente interesante» (hablando de la posibilidad de hallar a Jack en la tenebrosa inmensidad de Londres). El desopilante estilo de Zárate y su refinada inteligencia para lo brutal, así como el exquisito tratamiento que hace de la atrocidad y su vocación por ahondar en las simas de lo humano, están en perfecta sintonía con una altísima honestidad intelectual que jamás haría la concesión de renunciar a sus referencias o a sus preferencias —así su escritura suscite lúcidos desconciertos todo el tiempo, o precisamente por ello. Por todo eso, y también porque es divertidísimo, este libro tendría que ser un acontecimiento. Y porque es de José Luis Zárate, además.

En el principio fue la sangre, de José Luis Zárate.
Universidad de Guadalajara/Ediciones Arlequín, Bajo tantos párpados, Guadalajara, 2004.
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