Lucirse con las visitas

comentarios (1)
Mírenlo, tan contentote. Mientras, una multitud afuera de la Expo, detestándolo merecidamente. (Foto: Cortesía FIL/Joaquín Rúa)

Avanzada como va la Feria Internacional del Libro, lo ocurrido en sus primeros momentos es natural que se pierda en el torrente de actividades que han seguido en la semana, y sin embargo conviene hacer un breve viaje al pasado (al sábado pasado) para agregar algo sobre el vergonzoso y considerable contratiempo que supuso la presencia de Felipe Calderón en la inauguración de la FIL.
Lo primero es desear que la visita de Calderón, y el consiguiente secuestro de la Feria por parte del Estado Mayor Presidencial, hayan servido de algo. Es decir: ojalá, por lo menos, los funcionarios y los políticos (no siempre son lo mismo: los segundos qué más quisieran) hayan sabido sacarle al Ejecutivo federal algo para Jalisco, para la Universidad, para el mundo del libro. Estos actos molestos e indeseables, con su pompa y su aparato, han de tener necesariamente un transfondo de conveniencia, y, si no, resultan absurdos. Según lo dicho, por ejemplo, Calderón se habría comprometido a impulsar las reformas a la famosa Ley del Libro, pero como ha observado Alberto Ruy Sánchez, el editor de Artes de México, está por verse si tal apoyo será completo y útil. ¿Se habrán hecho, durante las visitas, los «amarres», como se dice, para que eso finalmente prospere? No lo vamos a saber hasta que lo sepamos.
Por lo pronto, la presencia de Calderón en la FIL demostró con qué cálculo se maniobra para mantener intocada y a salvo de objeciones manifiestas esta presidencia virtual que México tiene desde hace un año. Una cosa son las razones de seguridad que exige toda aparición del mandatario —hasta cierto punto comprensibles y tolerables: ya no son tiempos para que los presidentes paseen en convertibles y se den baños de pueblo—; otra muy distinta es el despliegue de un escudo protector que nos impide, a los mexicanos, verlo o escucharlo en vivo, y ni siquiera por la radio o por la tele. Calderón, evidentemente, no se ha acostumbrado al repudio con que se suele recibirlo por dondequiera que pase, y tal repudio no ha dado señales de menguar. La consecuencia, claro, es que se busca a toda cosa impedir que eso se vea o se registre. Y, por ello mismo, no deja de ser enigmático el silencio de Fernando del Paso cuando tuvo tan cerca a quien, el año pasado, mereció su descalificación y su sonoro reproche en el Zócalo. ¿Prefirió, Del Paso —y habrá estado, desde luego, en todo su derecho—, resguardar la naturaleza literaria de su premiación y dejar para otro momento sus inconformidades? Porque, es de esperarse, habrá de conservar todavía algo de esas inconformidades, pues hay una cosa que se llama congruencia. ¿O fue persuadido, o se persuadió él solito, de que la hospitalidad, como universitario que es, imponía conducirse con prudencia?
Salvo unas señoras (dos) a las que, de paso por la Expo cuando el gentío aguardaba para entrar, les dio por gritar «¡Viva Calderón!», es difícil dar con alguien que haya quedado contento con esa visita. Bueno: el propio Calderón debió quedar feliz. Hasta cantó.

Qué inexplicable el silencio de Fernando del Paso. Qué inexplicable o qué pena. (Foto: Cortesía FIL/Bernardo De Niz)

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el sábado 30 de noviembre de 2007.

¡Payasitos!

comentarios (1)
¡Puf! Bien sabía yo que el jueves iba a atascarse esto. Y se atascó. Ya qué caso tiene renegar: no se les va a quitar a los profes de secundarias y prepas la pésima costumbre de traer u obligar a venir a sus rebaños de bestezuelas. Así que, resignado y resuelto, me abrí paso como pude para estar un ratito en la mesa titulada «¿Cómo chingados se usa el español?», nombre elegido con mucho tino, como observó Gonzalo Celorio, pues la gente, adonde oiga leperadas, seguro que va. Lo mismo que adonde esté Carlitos Loret de Mola, figurín de la tele que lució encantado de descubrir las posibilidades del verbo «chingar» y sus derivados: lástima que, si las suelta al aire, le van a lavar la boca con jabón. Estuvo entretenido, y supongo que de eso se trataba. Ninguno de los cuatro participantes (Celorio, Grijelmo, Samper Pizano y Villoro) estuvo particularmente brillante, pero la gente se divirtió con sus chistosadas.
De risa loca, eso sí, estuvo la presentación del libro 62 maneras de apoyar la cabeza, la noche del miércoles. Para empezar, estaba anunciada la presencia del autor, G. Ch. Lichtenberg (y hasta tenía identificativo en la mesa): el pequeño inconveniente fue que Lichtenberg murió hace 208 años. Luigi Amara, Antonio Ortuño y Juan Villoro, como sea, se las arreglaron para hacer el encomio de este bello y utilísimo manual (y ociosísimo, todo hay que decirlo), que Amara bien llamó «un Kamasutra de la melancolía». Ortuño propuso otro, que reúna tantas o más maneras de patear un poeta, y al final nos tomaron fotos a todos los asistentes sosteniéndonos la maceta como solía hacerlo Octavio Paz. A propósito de editoriales independientes —este libro lo publica Tumbona Ediciones—, es en sus stands donde he ido haciendo los mejores hallazgos. Como, además, son los títulos que más difícilmente circulan, más vale ir a husmear por ahí, pues los de los grandes sellos de cualquier manera se pueden conseguir en otro momento que no sea la FIL.
Lo que acabo de ver en el programa: ¡SÍ VIENE ANA COLCHERO! Presenta hoy a Daniel Samper Pizano en «El Placer de la lectura». Seguro que ahí voy a estar, peinado con limón. (Y capaz que me llevo la novela que presentó el año pasado, a ver si me animo a pedirle que me la firme: lo malo es que, como nomás la compré por la foto de la contraportada, voy a tener que quitarle el celofán).

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el viernes 30 de noviembre de 2007.

Cuánta cosa

comentarios (2)
Como hoy, jueves, ya la Feria vuelve a estar abierta para todo el mundo desde la mañana, el ajetreo se intensifica. El día promete estar agitado, y más porque tradicionalmente los jueves es cuando los profes de secundaria arrean a sus alumnos para que invadan todos los rincones. Pero la cosa se anima, y qué bueno. Ya iba yo hartándome de que lo más entretenido fuera ir a verles el ombligo a las edecanes de McGraw-Hill. ¡O a la de Corona, que es la campeona de todas! Claro, es que ésta además tiene buena actitud: se pone para las fotos, saluda, regala chela...
Hoy, además, el programa está señalado por una cierta picardía que celebro. Lo primero es el tema de la mesa que reunirá a Juan Villoro, el periodista español Álex Grijelmo, el colombiano Daniel Samper Pizano (muy simpáticos ambos tres), y —qué se le va a hacer— Gonzalo Celorio: «¿Cómo chingados se usa el español?». Luego de eso pienso asomarme al segundo de los diálogos titulados «El sexo en la literatura y la literatura en el sexo» (sobre todo porque hoy la moderadora será Laura Barrera, la conductora de Ventana 22 que, por cierto, transmite en vivo desde el templete que hay en el pasillo principal: ahí me la he pasado diario, a las ocho de la noche). También es el día de Anabel Ochoa, pero ella me da miedo, lo mismo que Lydia Cacho y Gaby Vargas: las presentaciones de todas van a estar atestadas, de seguro. ¡Uy! Y además, en la inauguración de «Los Continentes de la Palabra» va a estar Margo Glantz, que igual me asusta... ¡Y Raquel Tibol! Mejor marqué una cosa que nomás dice «Playboy, 5to. Aniversario», a las 19:00 horas.
Pero la presentación estelar, para coronar este día candente, será —espero— la de Rubem Fonseca. El brasileño, sin duda, es uno de los pocos indispensables de este año, y habrá que aprovecharlo. Aunque esa escasez de grandes figuras a veces supone el riesgo de que, las que hay, terminen repitiéndose: el martes, cuando presentó su novela El viento de la luna, Antonio Muñoz Molina reconoció que lo preocupaba ver ya tantas caras conocidas escuchándolo. «Me da terror ponerme pesado», dijo, y eso que todavía le faltaba una aparición más. ¡Cómo los hacen desquitar el viaje! De cualquier modo, es una alegría que regrese Fonseca (el escritor; a su tocayo, el músico colombiano que toca hoy en la explanada, no tengo el gusto de conocerlo, pero igual me animo a quedarme esta noche. Sabe: como que ya me prendí).


Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el jueves 29 de noviembre de 2007.

A ver qué

comentarios (2)
Ya en años pasados lo había notado, pero ahora va quedándome más claro que nunca: hay dos ferias que transcurren al parejo y son mutuamente indiferentes. Una es la que presencia la gente que acude a ver y comprar libros, a escuchar a sus ídolos en los actos masivos, a disfrutar los espectáculos o a pasear con los niños. Otra es la que hacen quienes tienen, digámoslo así, intereses profesionales: editores, libreros, bibliotecarios, académicos, funcionarios universitarios, políticos de toda laya, etcétera. En esta segunda es en la que se encuentran, también, los llamados «invitados especiales»: escritores mayores, menores y medianos que, por razones a menudo misteriosas, deambulan en los salones, los pasillos, los cocteles —sobre todo los cocteles— y el vestíbulo del Hilton.
Yo, desde luego, pienso que la primera de estas ferias es la más importante, como un acontecimiento cultural que brinda numerosas ocasiones de descubrimiento y deleite a la gente. Pero entiendo que es la otra (es fácil reconocerla porque siempre pasa por ahí algún miembro de Letras Libres, o porque Raúl Padilla la cruza corriendo) la más redituable y que no se puede dejar de prestarle atención —por soporífera que pueda resultar. De modo, pues, que he tenido que ir asomándome a lo que ocurre en esas esferas donde los personajes se conducen de modos tan chistosos. Por ejemplo: la noche del lunes, en la presentación del suplemento Babelia, del diario El País, llegué a tiempo para alcanzar a ver cómo Jorge Volpi andaba buscando con quién platicar; Muñoz Molina se escondió detrás de una señora cuando el director del periódico español le pidió pronunciar unas palabras; Carlos Fuentes abandonó el salón, acompañado por su esposa, como apurado por una urgencia intestinal (bueno, esa impresión me dio, yo qué voy a saber)... ¡Y lo más raro! Ahí andaba el cuñado de Felipe Calderón, Juan Ignacio Zavala. ¿Por qué?
Luego, ¡ay!, la tradicional fiesta en el Veracruz. No sé por qué fui, si los tipos duros no bailamos. Nomás me sirvió para que viera entrar a Nicolás Alvarado (el que salía en La Dichosa Palabra) con una cámara de televisión detrás de él, paseando su considerable tonelaje entre las mesas, como si hubiera llegado Luis Miguel. En fin. Por eso, mejor concentrarse en lo interesante: hoy están las mesas de escritores irlandeses y nórdicos. Algo nuevo, siquiera, para ya no estar oyendo siempre a los mismos. Hay que ir, a ver qué.

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el miércoles 28 de noviembre de 2007.

Nomás que tiemble

comentarios (1)
Pongámoslo de este modo: a las incomodidades de circular por el estrechísimo pasillo del Centro de Negocios se suma una preocupante inseguridad. No quiero pensar lo que sería un incendio o la estampida provocada por un temblor. Toda la gente sale de las presentaciones al mismo tiempo, toda la gente se queda ahí atorada, haciendo chorcha, y entre los apretones, el sofoco, los empujones y las palmetadas en el lomo que sabemos darnos con los amigos que da gusto encontrar (se me hace que ayer dejé apostemado a Luigi Amara), es el puro horror.
La noche del domingo fui escolta de Kate del Castillo. Estábamos, un camarada y yo, nomás lerendeando y haciendo tiempo, cuando la vimos pasar rodeada de edecanes, edecanos y dos policías. Y ahí vamos, listos para quitarles las cámaras a los paparazzi. Mientras llegábamos al salón donde presentaría su libro dimos en especular sobre los tormentos que, por lo visto, ahí describe. Al final admitimos la desilusión con esta apreciación de mi amigo: «A mí se me hace que está más guapo Luis García». (Otra estrella —si bien apagada, oxidada— es Anel, que presentará, como Kate, el relato de su vida desgraciada: le hubieran hablado a Tatiana para hacer una vez un congreso. ¡Qué buen nivel está agarrando la Feria, no cabe duda!).
Tumulto en el homenaje a Álvaro Mutis. Está bien: aunque a mí me revienta la adoración que la gente le rinde a Gabriel García Márquez, celebro que éste, con su presencia, haya convocado a tal multitud en torno a su paisano. Mutis, poeta supremo y originalísimo, profundamente conmovedor e iluminador, merece tener muchos más lectores, y cuanto se haga en pro de ello está bien —así haga falta recurrir a la botarga bigotona. A ver si quienes veneran al Nobel de Aracataca se animan, por la recomendación de éste, a descubrir al padre de Maqroll o a reencontrarse mejor con él.
Los «días de profesionales» (cuando la gente normal no puede entrar sino hasta pasadas las cinco de la tarde) son los mejores para buscar y comprar libros. Claro: para los privilegiados que contamos con gafete. Es lo que he hecho el lunes. Sin mucho éxito: los libros no sólo están carísimos —los descuentos siempre son sospechosos—, sino que además me da la impresión de que a los expositores cada vez les importa menos la venta al público, y traen prácticamente lo mismo del año pasado. No hay grandes novedades ni grandes hallazgos. Viendo cómo está por crecer Expo Guadalajara, quedo pensando si el año entrante la Feria por fin se propondrá innovar en lo concerniente a la exposición y venta de libros. Porque ahora, como están las cosas, es un tedio enorme.

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el martes 27 de noviembre de 2007.

Así pues

comentarios (2)
De no haber venido Muñoz Molina, quién sabe qué habría pasado en los primeros días de la FIL: ¿cómo habrían hecho para entretener a la gente, si él fue prácticamente el único personaje interesante? (Foto: Cortesía FIL/Michel Amado Carpio)

No falla: ante las amenazas del aburrimiento, siempre las perplejidades hallan modo de meterme zancadilla en la FIL. Ejemplos: ¿por qué los empleados del stand de Random House-Mondadori andan vestidos como Jesucristo? ¿Por qué en el del Grupo Editorial Esfinge —pero, bueno, aquí es más comprensible—, los disfraces son tipo Cleopatra y Tutankamon? Y otra: ¿qué les dio, ahora, por poner «edecanos»? Quiero decir: en los actos principales sigue habiendo muchachas, pero ahora también hay trajeados puestos ahí nomás para decorar. Y una más: ¡hoy viene Diego Verdaguer! Lo traen a presentar a un señor que, según eso, vende un libro cada seis segundos.
La noche del sábado ya iba yo de salida y de repente me topé con el maestro Antonio Alatorre. «¡Lo sigo!», reaccioné, y me fui detrás de él porque como que no encontraba a dónde tenía que dirigirse. Al fin alguien lo orientó: era la presentación de Sor Juana a través de los siglos, los dos formidables tomazos que armó sobre los comentaristas de la monja. Empezó el acto, y una académica, Martha Lilia Tenorio, se encarreró en la lectura de un texto que sí, estaba muy padre y era muy interesante, pero ¡casi cuarenta minutos se aventó, la creatura! De modo que cuando Alatorre empezó a hablar, inmediatamente una edecán (o un edecano) le pasó el maldito papelito que dice: «Le quedan cinco minutos. Concluya, por favor». Alatorre, estaremos de acuerdo, es el mayor de los escritores jaliscienses vivos, y una de las mentes más brillantes y más prolíficas de la cultura iberoamericana, para acabar pronto. Y, gracias a la otra abusiva, y a que el tiempo apremiaba, nomás alcanzamos a escucharlo como diez, quince minutos. Una lástima.
La mañana del domingo, la inauguración del Salón Literario, con Antonio Muñoz Molina, estuvo a todo dar. Empezó reparando en lo asombroso que le resulta ver que todo esto (la Feria, el gentío) funcione a partir de un principio muy simple: poner en contacto a quien tiene el hábito de escribir con quien tiene el hábito de leer. Y luego hizo una larga y rica reflexión sobre las posibilidades de la ficción y el servicio que ésta presta a nuestra vida. Ilustró con ejemplos inmejorables, de Joyce a El Chavo del Ocho, y lo que a mí más me alegró fue descubrir que es un admirador concienzudo ¡de Seinfeld! Total, una delicia.
El lugar común afirma que los colombianos hablan el mejor castellano del mundo. Daniel Samper Pizano, escritor, humorista y académico de ese país, ha aclarado que, más bien, son el pueblo que más ama su lengua. Y yo lo que pienso es que, por la musicalidad del acento, el castellano de Colombia es el más bonito. ¿No?

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el lunes 26 de noviembre de 2007.

A qué viene

comentarios (1)
¿Qué hace Álvaro Mutis en compañía de éstos? ¡Cuídese, poeta, no se junte con cualquiera! (Foto: Cortesía FIL/Michel Amado Carpio)

Todo fue aproximarme a las inmediaciones de la FIL, ayer por la mañana, para entender que no habría manera de ingresar. Una multitud, que fue creciendo conforme pasaban las horas, se aburría y se impacientaba, y todo porque en México, como es bien sabido, quien manda es el Estado Mayor Presidencial, desplegado en torno a Expo Guadalajara para evitar que nadie le hiciera mala cara a Felipe Calderón, el Presidente virtual (pues nadie que no tenga un salvoconducto puede verlo ni siquiera de lejos). Cuántos mimos y cuántas precauciones se tuvieron para que la presencia de Calderón no fuera afeada por quienes lo repudian: aunque no faltó una mujer que lo increpó, se llegó incluso a cancelar (¿con qué objeto, señor Rector?) la transmisión en vivo que Radio Universidad de Guadalajara tradicionalmente hace de la ceremonia inaugural y de la entrega del Premio RulFIL, o como quiera que se llame esta vez. (Bueno, ¡ni a Monsiváis dejaron entrar!)
Fernando del Paso, en un discurso lúcido y estimable —como no podía ser de otra forma—, dejó claro que él recibía el premio que le daba la gana recibir. Sin embargo, ¡qué decepción! ¿Por qué no aprovechó la cercanía de Calderón para afirmar delante de él su posición respecto a las elecciones presidenciales de 2006? Habrá sido, desde luego, que el novelista prefirió dar prioridad a la cosa literaria sobre la cosa política (aunque, como razón, ésta parecería más bien flaca). ¿O tal prudencia se habrá debido, más bien, a la diplomacia? Porque ni a la pareja del sexenio —el Gobernador González y el Rector Briseño— ni al presidente de la FIL ni a nadie le habría convenido tener un desaguisado. ¿Qué ganamos, oigan? ¿Siquiera le sacaron algo?
Bah. Qué pésimo modo de empezar la Feria. El caso es que, al final, las puertas se abrieron y la multitud asoleada, luego de haber abucheado debidamente a Carlos Fuentes, pudo entrar, en estampida. ¡Como si regalaran los libros! Naturalmente, hacen falta varios minutos para aclimatarse y ver dónde queda qué cosa. No es difícil: todo está donde mismo. Y, como otros años, no hay dónde sentarse. Luego me pasa que acabo metiéndome a ver cualquier porquería nomás para que no me vayan a salir várices. Por eso: ¡ojo! Hay que escudriñar el programa con cuidado. Hoy, por ejemplo, lo indispensable es ver a Antonio Muñoz Molina, en la apertura del Salón Literario; la celebración de los 15 años de La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, y el homenaje a Mutis. Hay que medirse. En cuanto a Colombia, ahorita mismo estoy por ir a probar el café que hay en el pabellón. Y, claro, espero no quedarme nomás con lo folclórico. Ya contaré.

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el domingo 25 de noviembre de 2007.

Así cómo

comentarios (3)
Si todo sale bien (es decir: si todo sale mal), Felipe Calderón inaugurará hoy la FIL. El recuerdo que dejaron los únicos dos Presidentes que se han dignado pararse en la Feria no es muy grato: el día que vino Vicente Fox fue una lata para el público porque la seguridad entorpeció odiosamente las actividades, y el día que vino Salinas... bueno, quién va a recordar con cariño la visita de Salinas. El caso es que el Rector ya anunció que Calderón se apersonará. ¿Qué hacer? ¿Esperar a que el Estado Mayor Presidencial, una vez terminados el acto y el paseíllo, se retire de Expo Guadalajara y de las inmediaciones y los civiles podamos circular libremente? ¿O resignarse a empezar la Feria de este año pasando corajes? Porque los políticos, del bando que sean, con su sola presencia lo mejor que saben hacer es estorbar. Son un fastidio.
Aunque, pensándolo bien, valdrá la pena estar ahí si Fernando del Paso, a la hora de recibir el Premio FIL —basta de eufemismos: el Premio Juan Rulfo, como bien dijo él mismo cuando se anunció que lo había ganado—, se avienta a decirle dos o tres cositas, que de seguro quiere decirle, a Felipe Calderón. No hay que olvidar la militancia de Del Paso en la campaña presidencial de López Obrador, y cómo llegó a alzar la voz en el Zócalo en julio de 2006. ¿Será que, teniéndolo cerquita, aprovechará la ocasión para seguir reclamándole? Por lo pronto, los organizadores de la Feria ya han restringido considerablemente el acceso a la prensa, y me temo que será endiabladamente difícil colarse. El relajo presidencial, como sea, pasará pronto, y lo importante en todo caso es que la Feria comienza.
Mal hecho: este año me he olvidado de mi tradicional tratamiento preventivo de vitamina B12 (cinco inyecciones, espesas las malditas), y espero no ir a rodar por una rampa o en pleno pabellón de Colombia, a media semana, exhausto. Pero tengo la impresión, acaso ingenua, de que el programa de actividades está más tranquilo que otras veces. Tranquilo tirando a aburrido. Decidido, como estoy, a ahorrarme la comparecencia en los actos de las grandes personalidades de siempre (Carlos Fuentes y similares), que difícilmente tienen nada interesante que decir, mi propósito ahora es curiosear en las presentaciones más discretas (autores jóvenes o de geografías distantes, pongamos), y concentrarme en lo que hagan los escasos escritores que verdaderamente me interesan, como Antonio Muñoz Molina o Rubem Fonseca. Y Álvaro Mutis, desde luego, y Del Paso. Lástima que este año no viene Ana Colchero. Pero pienso: qué bueno: es mejor para los dos. (Alguien ha querido alegrarme diciendo que estará Kate del Castillo. Valiente consuelo).
Estoy por resolver si este año, como otro, compraré libros a granel, o si mejor boicotearé a la industria editorial por carera. Pero eso tengo que decidirlo hasta después de echar un primer vistazo. De lo que sí tengo ganas es de ver qué trae Colombia, que ciertamente es mucho más que Shakira, Botero y García Márquez. Por ejemplo, en el Museo Regional hay una exposición titulada «Me gustas mucho tú», de un colectivo bogotano llamado Populardelujo: una manera muy divertida de conocer cómo nos entienden y nos imaginan a los mexicanos desde allá. Conviene ir, además para despejarse tantito del ajetreo en Expo Guadalajara. Pero, por ahora, ni modo: a sumergirnos, a ver qué tal nos va. ¡Empezamos! (nomás que se largue Calderón).

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el sábado 24 de noviembre de 2007.

A gritos

comentarios (2)
Pocos absurdos tan redondos como la publicidad antipática, molesta, hostil. Si el propósito de cualquier campaña comercial es informar y convencer para, finalmente, encantar, no puede entenderse cómo alguien es capaz de concebir que el encantamiento se consigue fastidiando al público, y menos comprensible es que los anunciantes contraten y paguen a quienes, así, dudosamente van a servirles en la promoción de sus negocios. Así demuestran, los anunciantes —sus publicistas, al fin, hacen lo que ellos quieren—, su menosprecio por los consumidores a los que se dirigen: o es que los juzgan (nos juzgan) zafios, ignorantes y dispuestos a ceder ante cualquier reclamo estentóreo u horrendo, o es que han optado por agredirnos directamente, mandándonos a gritos y sin razones que les hagamos caso y les compremos. Quienes les dan las ideas o reciben sus encargos y los ponen en práctica sólo demuestran su vulgaridad y que no les hace falta ser creativos para desquitar lo que cobran.
Una de estas formas odiosas de publicidad es la que consiste en vehículos equipados con altavoces, circulando a velocidades lentas —y, por tanto, entorpeciendo el tráfico impunemente: ¡con lo fluido que es!— y haciendo sonar pésimas grabaciones que repiten cantaletas y letanías estridentes, siempre indescifrables además porque el sonido se distorsiona al retumbar a un altísimo volumen. No son únicamente los camiones repartidores de gas o las camionetas con fruta o utensilios de limpieza, a cuyas presencias de cualquier modo, malamente, hemos tenido que acostumbrarnos: ahora lo que se ha puesto de moda es soltar por las calles tapatías esta peste, anunciando mercancías ínfimas, bailes, tiendas o lo que sea, y lo más irritante es que parece que también tendremos que acabar acostumbrándonos, pues a nadie da la impresión de extrañarle: a las autoridades no, desde luego, que seguramente ni han visto ni han oído esta forma de estropear aún más el entorno urbano, o que más seguramente la consienten.

HACIA LA FIL V
Más allá de su funcionamiento como un encuentro de negociantes en torno a la industria editorial y sus alrededores (lo que la sostiene y la explica, lo que ha hecho posible su crecimiento y garantiza su permanencia), la Feria Internacional del Libro ha ido afirmándose como un acontecimiento cultural de primer orden cuya razón de ser y su espíritu festivo dependen plenamente de la participación de los civiles que van a curiosear, a comprar libros (o a desear comprarlos), a escuchar presentaciones, conferencias o música, a ver a sus ídolos, a llevar a los niños: a pasar un buen rato. Los civiles: los funcionarios en cambio, del orden que sea, son prescindibles, y cuando aparecen lo único que hacen es estorbar. ¿Vendrá Felipe Calderón? Da lo mismo: con tal de que se vaya pronto y no moleste demasiado.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 23 de noviembre de 2007.

El suertudo

comentarios (1)
(Éste es Alejandro Cravioto, el secretario de Cultura de Jalisco. No es que sea de muy buen gusto, y mucho menos emocionante, poner aquí fotos de funcionarios, pero habrá que verlo de este modo: quizás sirva para que, cuando demos con ellos por la calle, tengamos modo de reconocerlos y cambiarnos de acera).

Está visto que a los funcionarios les gusta ganar bien. A todo el mundo, no hay más que reconocerlo, le gusta ganar bien: al taxista, al doctor, a la cajera del súper, al cantante. Y esto es tan obvio como que nadie nunca va a quejarse cuando la suerte le sonríe. Los funcionarios, ocasionalmente, renuncian (nomás tantito) a ganar demasiado bien, y se bajan el sueldo con tal de hacerse propaganda y conquistar simpatías, aunque esos «sacrificios» jamás son drásticos y, de cualquier modo, tienen cómo compensarlos: al fin que no gastan en camiones, casi siempre desayunan gratis, viajan a costa del erario, etcétera. Pero no dejan de cobrar sueldos que, acaso no serán los más altos del mundo, pero sí suelen estar por encima del promedio. Muy por encima.
El caso del secretario de Cultura, Alejandro Cravioto, quien recibe a la quincena un cheque de 44 mil 686 pesos (ya hecha la deducción por 18 mil 753 pesos que suman los impuestos y su fondo de Pensiones, según la nota publicada en Mural el pasado martes), es el de un funcionario a quien la suerte le ha sonreído ampliamente. A otros, como el Alcalde zapopano Juan Sánchez Aldana y sus secuaces, les pareció que Fortuna no había sido tan generosa con ellos, y tomaron medidas. Pero Cravioto no se ha visto en esa necesidad: «Es un sueldo que no me fijé yo ni fijó el Gobernador», se defendió cuando el reportero lo cuestionó al respecto. Y sí, ahí ni para dónde hacerse. Lo malo es que, al sacar cuentas, se va más —pero mucho más— en pagarle a este solo suertudo que en mantener funcionando varias dependencias de su Secretaría, que por lo demás, como bajo la conducción de sus antecesores, sabe dar tan pocos resultados —en buena medida, se alega, porque el presupuesto nunca es suficiente: ¿cómo va a serlo, si hay que destinar tantos cientos de miles al mandamás?
Es bonito pensarlo: la Secretaría de Cultura de Jalisco bien podría consistir únicamente en una combi estacionada a espaldas del Cabañas, con una fotocopiadora y un solo mono que la atienda. No se necesita más.

HACIA LA FIL IV
Una buena iniciativa de la Feria ha consistido en acordar, con librerías tapatías, que éstas faciliten al público el encuentro con títulos de los autores que vendrán. Participan, esta vez, Gandhi, Gonvill, Librerías de Cristal, Material de los Sueños, Porrúa, la Joseluisa, la librería Universitaria y la Cervantes. Vale la pena visitarlas, para ir «ambientándose». ¿No convendría, ya encarrerados, pensar en una presencia de la FIL así, pero a lo largo de todo el año? Ahora que Italia será el Invitado de Honor en 2008, por ejemplo, disponer de rincones, en estas y otras librerías, donde pueda propiciarse la familiaridad con la literatura de ese país, y también para que no sea únicamente en las vísperas de la última semana de noviembre cuando los tapatíos tengamos en la imaginación lo que podemos disfrutar en los días de la Feria.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 16 de noviembre de 2007.

50 bicis

comentarios (2)
La persistencia del mal llamado «viaducto» en la Avenida López Mateos es señal de, por lo menos, tres rasgos de la idiosincrasia tapatía: en primer lugar, la inconformidad que esa ocurrencia despertó entre los ciudadanos ha ido menguando, o ya no es tan visible. O quizás eso parezca a raíz de que el tema haya dejado, precisamente, de ser «tema» en la prensa, al cabo de unos cuantos días en que se dio cuenta de los apuros que pasaban los peatones para cruzar y del caos vehicular provocado por los cierres y desviaciones, de las malhechuras y las improvisaciones de la autoridad para poner en práctica la medida, así como de la indignación de los grupos (nunca demasiado numerosos) que se organizaron para protestar. Luego, claro, vino el asunto del «placazo», mezclado con las travesuritas del Alcalde de Tonalá —qué bien se nos dan los personajes encantadores—, y entre eso y las informaciones nacionales, de los vehículos de Vicente Fox a las inundaciones en Tabasco, la vía rápida de los fines de semana fue perdiendo interés. ¿Tan pronto nos acostumbramos?
En segundo lugar, queda claro que lo único que necesitan las autoridades aquí para imponer una arbitrariedad es hacer concha: aguantan tantito la llovizna de críticas, y al fin de unas semanas terminan saliéndose con la suya. Al fin que todo se nos olvida —o parece que se nos olvida, que es lo mismo. Y, por último, la tercera conclusión que puede sacarse, fruto de las otras dos combinadas, es que Guadalajara sencillamente no quiere bajarse de los coches. Aun con el desastre que ya es la proliferación excesiva de vehículos privados, seguimos prefiriéndolos antes que pensar en ninguna alternativa. Pero no, tal vez haya esperanza: la sugiere el recorrido en bicicletas que el miércoles pasado hicieron alumnos del ITESO, por López Mateos, desde Las Rosas y hasta esta universidad. Fueron, como su lema lo anunciaba, cincuenta coches menos: una estimable iniciativa ciudadana que sencillamente consistió en cambiar la apatía por la acción.

HACIA LA FIL III
Buena parte del atractivo de la FIL radica en el programa literario, con las oportunidades que ofrece para el encuentro entre el público y los escritores. Este año es relativamente fácil palomear a los autores más llamativos (en razón de que son los más conocidos), pues el contingente es reducido, en comparación con otras ediciones de la Feria: Rubem Fonseca, Antonio Muñoz Molina, Álvaro Mutis, quizás Jostein Gaarder y ya. (Bueno, también estarán Fuentes y García Márquez, pero ésos son como las edecanes de Océano, que es imposible no quedárseles viendo, por más que no digan nada interesante; Saramago este año anda visitando presidentes). Será ocasión de experimentar y acudir al descubrimiento de otros: nuevas voces, o no tan famosas, que seguramente valdrá la pena conocer.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 9 de noviembre de 2007.

Gracias por nada

comentarios (2)
Ahora resulta. Al anunciar que no tendrá lugar el odioso canje de placas que su administración pretendía imponer como una burda medida para hacerse de más recursos, el Gobernador González declara: «Advierto la genuina preocupación de la gente». Y, diciendo eso, pretende hacerse pasar por un gobernante sensible y atento, conciliador y dispuesto a rectificar y a agarrar el trapeador luego de que ha regado el tepache. Nada más falso. La verdad es que, finalmente intimidado por el «costo político» (como les gusta a los políticos referirse a las consecuencias que tienen sus dagas cuando llegan los tiempos de elecciones) que acarrearía el famoso placazo, el Gobernador se ha visto obligado a sacar un plan B para sablearnos sin que se vea tan feo: el incremento al refrendo —que no ha dejado claro todavía si será sólo el año que entra o los cinco que siguen, o ya por toda la eternidad—, más el endeudamiento por 2 mil millones de pesos que se propone solicitar que le autoricen (y que quién va a pagar sino los contribuyentes), es, como ya más de alguno lo ha observado, un «placazo a plazos». O sea: no habrá canje, aunque igual nos van a despelucar, pero en abonitos.
Nada hay que reconocerle al Gobernador. Que dejen, él y sus ocurrentes colaboradores, de creer que los ciudadanos somos ingenuos. No ha sido «sensible» en el tema del dizque viaducto de López Mateos —que, por lo visto, llegó para quedarse—, como no lo fue cuando soltó sus pedestres opiniones sobre la propagación del sida, como no está siéndolo en torno a las graves acusaciones contra el Procurador y como le importaron un pepino las críticas por su donación millonaria a Televisa. La opinión de sus gobernados, en realidad, lo tiene sin cuidado. Puede parecer que las protestas por el «placazo» surtieron efecto. Y sí, quizás haya sido un comienzo, pues al menos se pudo conseguir que el Gobernador cambiara de estrategia. Pero de ahí a que entienda —y reconozca— que se equivoca hay todavía un largo trecho.

Hacia la FIL II
La exposición que traerá el Museo del Oro de Colombia se ve muy bien. Tanto, que al Alcalde zapopano no le interesó en absoluto. Qué más da que hubiera tenido que echarse para atrás, luego de haber firmado un compromiso para que la muestra fuera alojada en el MAZ: ya cerca de recibirla, a Sánchez Aldana se le hizo mucho lo que tenía que aportar su municipio, y salió con que siempre no jugaba. ¡Bomberazo! Entró al quite el secretario de Cultura (es divertido imaginarse cómo habrán sonado los telefonazos angustiosos estos días en sus oficinas, en las del Rector, en las de Raúl Padilla, los litros de Pepto Bismol que debieron consumir por las agruras que les causó el Alcalde rajón), y finalmente la sede será el Cabañas. Pero no será lo único digno de verse en el programa de artes visuales de la FIL: mucho ojo con la exposición del colectivo bogotano Populardelujo, que estará (si nadie se pone sus moños) en el Museo Regional.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 2 de noviembre de 2007.