El barrio de Flores, en Buenos Aires. Un matrimonio entrado en años, que trabaja repartiendo pizzas hacia el anochecer, se ve involucrado en una guerra —protagonizada por repartidores de pizza— cuya violencia va incrementándose conforme se esclarecen sus misteriosas causas y se anuncian sus consecuencias más o menos apocalípticas. Otra guerra, también en ese barrio porteño, aunque probablemente en otra época, tiene enfrentados a los propietarios y los socios de dos gimnasios, y en el centro de la vorágine (donde se incluyen un gigante llamado Chin Fú, una liebre incandescente y un espectáculo de marionetas) está un joven actor de telenovelas en cuyo cerebro (que se dice que le han extirpado) se fragua algo así como el fin del mundo. Más o menos al mismo tiempo —o quién sabe—, un pintor instruido por Darwin cruza la pampa camino a Buenos Aires, un mago está por revelar en un congreso de magos en Panamá los alcances de sus poderes sobrenaturales, y un escritor, enriquecido repentinamente por el hallazgo de un tesoro pirata, planea clonar a Carlos Fuentes tantas veces como sea posible.
Es, en un vistazo a cinco de sus libros, algo de lo que ocurre en el universo de la imaginación narrativa de César Aira, sin duda uno de los autores más sorprendentes, fascinantes y adictivos de la literatura en español de nuestros días. Y uno de los más abundantes, además: es difícil precisar la cantidad de títulos que tiene publicados, aunque los cálculos más conservadores la redondean en una cincuentena. De novelas. Porque aparte están los cuentos, los ensayos y algo de teatro. O las traducciones, que también hace. O un diccionario. Sin contar, desde luego, los que pueden tomarse como retazos de una autobiografía que va soltando por aquí y por allá, y que fingen ser novelas (o novelas que se fingen autobiográficas): Cómo me hice monja, por ejemplo, libro sobre el que el autor explicó una vez: «Es mi autobiografía, parcial porque trata sólo de un año de mi vida, enre los seis y los siete; empieza cuando pruebo un helado por primera vez, y termina cuando me asesina la viuda del heladero».
Heredero directo del surrealismo, como le gusta reconocerse, César Aira es, siempre, un narrador absolutamente inesperado. Siempre: en cada libro y en cada página. «Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera», afirmó en una entrevista. Por eso, así se ocupe de las desventuras de una estrella de la ópera hacia 1738 (Canto castrato), de una princesa dedicada a la traducción de best-sellers para sostener su palacio en una isla del Caribe (La Princesa Primavera), de un ladrón que ha ocultado a la Gioconda dos años en su casa (Mil gotas) o de un acto circense mil veces repetido (Los dos payasos), su trabajo consiste básicamente en conseguir que lo descabellado y aun lo imposible resulte verosímil: lo suyo es un oficio de invención incesante, y antes que cualquier otra preocupación (ética, filosófica, política) su obra la guía una voluntad de encantamiento perpetuo. Y lo mejor es que ese encantamiento lo suscita, infaliblemente, con sólo aplicarse a observar la realidad: en la novela Los fantasmas, por ejemplo, donde un edificio en construcción, una noche de fin de año, se convierte en el escenario de determinadas apariciones que no tenemos más remedio que aceptar... como las aceptan, como si nada extraordinario ocurriera, los albañiles que festejan en la azotea.
Artista del desconcierto, en la breve novela Cumpleaños Aira contó cómo, recién cumplidos los cincuenta, descubrió que ignoraba por completo el funcionamiento de las fases lunares. El hallazgo condujo al autor a una melancólica reflexión por la que terminó confrontándose con la constatación de su «incapacidad de vivir». Es, posiblemente, el libro que mejor funcione como el primer acceso a una obra tan vasta: por su elegante y cordial profundidad, pero también porque Aira logra hacer que su perplejidad (¿cómo se puede pasar por la vida sin saber gran cosa de la Luna?) se sincronice con la nuestra: ¿qué ignoramos del mundo y de nosotros mismos? ¿Y qué vamos a hacer al respecto? Mientras damos con las respuestas, felizmente, está la literatura para arreglárnoslas. Y si se trata de la literatura de César Aira, qué importa que no encontremos esas respuestas: al menos habremos ganado la ilusión.
Es, en un vistazo a cinco de sus libros, algo de lo que ocurre en el universo de la imaginación narrativa de César Aira, sin duda uno de los autores más sorprendentes, fascinantes y adictivos de la literatura en español de nuestros días. Y uno de los más abundantes, además: es difícil precisar la cantidad de títulos que tiene publicados, aunque los cálculos más conservadores la redondean en una cincuentena. De novelas. Porque aparte están los cuentos, los ensayos y algo de teatro. O las traducciones, que también hace. O un diccionario. Sin contar, desde luego, los que pueden tomarse como retazos de una autobiografía que va soltando por aquí y por allá, y que fingen ser novelas (o novelas que se fingen autobiográficas): Cómo me hice monja, por ejemplo, libro sobre el que el autor explicó una vez: «Es mi autobiografía, parcial porque trata sólo de un año de mi vida, enre los seis y los siete; empieza cuando pruebo un helado por primera vez, y termina cuando me asesina la viuda del heladero».
Heredero directo del surrealismo, como le gusta reconocerse, César Aira es, siempre, un narrador absolutamente inesperado. Siempre: en cada libro y en cada página. «Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera», afirmó en una entrevista. Por eso, así se ocupe de las desventuras de una estrella de la ópera hacia 1738 (Canto castrato), de una princesa dedicada a la traducción de best-sellers para sostener su palacio en una isla del Caribe (La Princesa Primavera), de un ladrón que ha ocultado a la Gioconda dos años en su casa (Mil gotas) o de un acto circense mil veces repetido (Los dos payasos), su trabajo consiste básicamente en conseguir que lo descabellado y aun lo imposible resulte verosímil: lo suyo es un oficio de invención incesante, y antes que cualquier otra preocupación (ética, filosófica, política) su obra la guía una voluntad de encantamiento perpetuo. Y lo mejor es que ese encantamiento lo suscita, infaliblemente, con sólo aplicarse a observar la realidad: en la novela Los fantasmas, por ejemplo, donde un edificio en construcción, una noche de fin de año, se convierte en el escenario de determinadas apariciones que no tenemos más remedio que aceptar... como las aceptan, como si nada extraordinario ocurriera, los albañiles que festejan en la azotea.
Artista del desconcierto, en la breve novela Cumpleaños Aira contó cómo, recién cumplidos los cincuenta, descubrió que ignoraba por completo el funcionamiento de las fases lunares. El hallazgo condujo al autor a una melancólica reflexión por la que terminó confrontándose con la constatación de su «incapacidad de vivir». Es, posiblemente, el libro que mejor funcione como el primer acceso a una obra tan vasta: por su elegante y cordial profundidad, pero también porque Aira logra hacer que su perplejidad (¿cómo se puede pasar por la vida sin saber gran cosa de la Luna?) se sincronice con la nuestra: ¿qué ignoramos del mundo y de nosotros mismos? ¿Y qué vamos a hacer al respecto? Mientras damos con las respuestas, felizmente, está la literatura para arreglárnoslas. Y si se trata de la literatura de César Aira, qué importa que no encontremos esas respuestas: al menos habremos ganado la ilusión.
Publicado en Magis.
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