Cada que dos lectores de Pablo Fernández Christlieb se conocen o se encuentran, o cada que uno se agrega a un grupo que esté hablando de él, ocurren invariablemente dos fenómenos: alguien aclara que el autor es “hermano de Fátima y de Félix” (y alguien más puntualiza: “Fátima, la académica, la comunicóloga; Félix, el que era portero del Atlante”), y enseguida los presentes comienzan a usar sólo su nombre de pila, como se hace con un viejo amigo del que siempre da gusto saber.
Pablo, pues, es un autor sobre cuyo paradero nunca tiene uno informes precisos —“¿Ahora dónde está publicando?”—, pero del que se recuerdan con toda nitidez pasajes y artículos enteros que ha escrito a lo largo de los años. Es, además, psicólogo social y profesor universitario, pero sus lectores más bien lo toman (pese a la perplejidad que él mismo manifiesta cuando alguien se lo dice) como ensayista literario. Uno de los mejores del México presente, para ser más precisos. Columista esporádico y a veces felizmente constante de periódicos como La Jornada o El Financiero, autor de libros especializados en su terreno de investigación académica (El espíritu de la calle: psicología política de la cultura cotidiana, por ejemplo, o La afectividad colectiva), Pablo suele convocar entre sus nuevos lectores un entusiasmo inusitado que conduce a la adicción y al proselitismo: sea por la clara inteligencia con que desbroza misterios como por qué la gente fuma, cómo es que los cursis pueden llegar a decir “¡Qué cursi!” o por qué los celos son verdes, sea por la solvencia con que consigue establecer la naturaleza sacra de una canción de María Conchita Alonso o explicar por qué hay gente que dice “me duele mi dedito”, todo aquel que ha encontrado su prosa inmediatamente quiere más y se afana en divulgar el hallazgo con quien se le ponga por delante. Y es que los ensayos de Pablo informan de ciertas perplejidades que nos rodean y de las que por lo general no nos hemos percatado (de tal modo que opera así otra perplejidad: la que hallamos al considerar nuestra indiferencia o nuestro hastío), y al mismo tiempo las desmontan para exhibir con serenidad y buen ánimo su desconcertante funcionamiento. La perplejidad que hay en los zapatos, por ejemplo: “El homo sapiens es un ser calzado. Si lo que mejor se parecía de nosotros a raíces eran los dedos de los pies, éstos son encapsulados en zapatos para que ya no puedan enraizarse y así se aparten de la vida de los seres que andan descalzos, como los animales y las plantas. Son el signo del desarraigo y la liberación, lo cual los hace seres míticos, que cumplen una función indispensable en los cuentos de hadas, como las Botas de Siete Leguas de Pulgarcito o el zapatito de cristal de Cenicienta, que indican que los seres calzados se levantan por encima de su condición originaria y descalza: un Gato con Botas ya no es un animal”.
Observador acucioso de lo cotidiano (baños, plumas Bic, estadios, dormilones) a la manera de Charles Lamb, William Hazlitt o el Chesterton periodístico, Pablo, digámoslo sin precauciones, escribe que da gusto —así esté ocupándose de temas como la misoginia, los perdedores o la mugre—, y da gusto porque nuestra curiosidad siempre se entiende a la perfección con la suya, en las desenfadadas y lúcidas especulaciones que emprende y con las que, como decía Borges de Oscar Wilde, nos impele a darle la razón en todo momento.
Pablo acaba de reunir en un volumen titulado La velocidad de las bicicletas (Vila Editores, 2005) una agradecible colección de ensayos breves —“cortitos”, dice él— en los que brillan las mejores virtudes del género: la comunicación infalible del asombro y el espíritu cordial de la conversación. Ocupándose de las miradas en los elevadores, el fragor de las kawasakis, los manuales de urbanidad, los mitos de la sexualidad, las máquinas de escribir, el alcoholismo o las cajas de corn-flakes, en estos ensayos, avisa, “se trata de averiguar y describir (echándole sal, vinagre, pero no azúcar) cómo es el mundo de la gente de diario, de la calle y de su casa: qué son sus cosas y cuáles son sus creencias, ilusiones, absurdos y razones”. Eso, nada menos, y lo mejor es que lo consigue.
Publicado en Magis, julio de 2005
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