Escribir contra lo impensable

«La literatura no sirve para nada», declaró hace poco el escritor estadounidense Philip Roth, en una entrevista a propósito de su nueva novela, «pero es a la vez tremendamente necesaria». Pongámoslo de esta manera: alrededor de 1989, luego de una prolongada ausencia, Roth regresó a su país para ocuparse de su padre enfermo: en su equipaje pesaban considerablemente el prestigio internacional obtenido a lo largo de las últimas décadas, los honores recibidos en Praga, en Londres o en Jerusalén y, sobre todo, una vasta obra, sin duda indispensable para entender cabalmente el siglo 20. Traía consigo, vaya, una vida consagrada a la literatura, y de pocos individuos puede afirmarse que encarnen como él el ideal del escritor: genio, éxito y una influencia capital en la cultura contemporánea. Pero su padre se moría: ¿qué palabras, qué libros, qué razones iban a servirle al hijo que llegó sólo para contemplar esa lenta y dolorosa extinción? La confrontación con lo irremediable volvía absurdo el solo hecho de pensar en desempacar, y sin embargo, entre los viajes al hospital y la confirmación de los peores diagnósticos, entre la penosa recuperación del pasado para salvar lo que fuera posible y el inminente arribo de la soledad y el olvido, lo que Roth hizo fue ponerse a escribir. Su padre se moría y él seguía escribiendo. No halló en ese empecinamiento consuelo alguno, no dio con ninguna explicación, no se libró de nada: acaso sólo consignó tenaz y compasivamente los hechos. Y el libro que terminó resultando, Patrimonio, tiene la altísima virtud de convertirse en una lectura absolutamente necesaria para cualquiera de nosotros que llegue a conocerlo: se nos vuelve tan necesario como lo fue para Roth mientras iba escribiéndolo. Aunque de nada sirivera.
Quizás porque lo verdaderamente importante de la vida transcurre en los ámbitos más íntimos, Philip Roth es tenido por uno de los creadores más originales de la literatura estadounidense en buena medida debido a que el universo de sus novelas generalmente está circunscrito a su propio entorno familiar: la comunidad judía de Newark, Nueva Jersey, el mundo académico, el beisbol... Y, sin embargo, no es posible hacer simplificaciones con una obra que ronda ya la treintena de títulos, entre novelas y colecciones de relatos y ensayos: se suele decir, por ejemplo, que Roth es el portavoz de la clase media judía en Estados Unidos, pero cuando apareció el primero de sus libros un famoso rabino de ese país llegó a exclamar: «¿Qué se está haciendo para callar a este hombre?». Provocador en todo momento, desde muy temprano Roth ha sido consciente del poder público de la literatura, y así ha hecho de la novela un observatorio privilegiado para comprender la cultura y la sociedad de su país, y para ejercer desde ahí una de las formas más refinadas de la crítica: la ironía.
La conjura contra América, su más reciente novela, parte de una posibilidad histórica (absolutamente real, por escalofriante que parezca): en 1940, un sector del Partido Republicano trabajaba por impulsar la candidatura presidencial del aviador Charles A. Lindbergh, héroe nacional y simpatizante nazi. Roth, pues, rememora la historia que su familia y su mundo (y el mundo) habrían tenido de llegar este personaje a la Casa Blanca: primero, la retirada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y enseguida la instauración del miedo y la segregación. ¿Es casual que el novelista imagine un régimen fascista estadounidense en estos tiempos? «Bueno», respondía Roth hace poco, «yo no escribí mi libro para pegarle a Bush en la cabeza, pero cada uno puede usarlo para lo que le plazca». Y añadía, ¿con inocencia?: «Yo empecé mi libro antes de que Bush fuese a la Casa Blanca, antes del 11 de septiembre de 2001. Quería escribir sobre 1942, recrear ese momento y explorar las posibilidades que afortunadamente nunca se materializaron».
El registro de lo cotidiano que practica Roth en su ficción (y la novela Pastoral americana es el ejemplo supremo) encubre una implacable rebeldía, rasgo por demás estimable en un escritor estadounidense que forma parte del puñado de nombres ridículamente desdeñados por el Premio Nobel—para descrédito de éste, claro—: Proust, Kakfa, Borges. Pero no sólo por esa razón hay que leer a Roth: la suya es una literatura profundamente humana, que de un modo sutil e inapelable nos recuerda lo que verdaderamente importa, ya sea mientras perdemos a alguien o mientras el mundo parece perder todo su sentido.


Publicado en Magis.
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1 comentarios:

Natalia Book dijo...
4 de febrero de 2007, 6:54

Sin duda alguna Roth es uns de los mejores escritores actuales. "La literatura no sirve para nada" dice.
Recomendaría la lectura de su libro "me casé con un comunista". Ahí encontramos a Nathan, protagonista de muchas de sus obras, formándose para convertirse en un escritor. Podemos observar que se llega encontrar con dos valores diferentes, dos miradas, dos usos diferentes de la literatura: como 'conciencia y denuncia social' o como 'arte por arte'.
Ustedes deciden.