Proyecto Chavita 2: La imposición de un enigma

Naturalmente, lo más sencillo sería comenzar a investigar en directo su historia: encararlo y preguntarle qué diablos hace en la vida. O procurar aproximaciones a inferencias más realistas: es seguro que las meseras de aquí sabrán dar los pormenores indispensables para que mi capacidad de deducción y mi fantasía terminen el trabajo. Pero, si no lo he hecho en doce años, por qué tendría que hacerlo ahora. Mis inferencias, gratuitas y todo, son básicamente las siguientes:
a).- Es un ex empleado del departamento de contabilidad de algún Sanborn's. Hace algún tiempo —ya no pasa: quién sabe qué trastada habrá hecho— le facilitaban bonches de «comandas» viejas para que se entretuviera en sumas y cálculos toda la noche, instalado en su sitio de la barra (justo como a veces hacen los gerentes, en efecto, al acercarse el final de un turno), o refundido en una caballeriza del bar. En la barra o en el bar, indistintamente, terminaba quedándose profundamente dormido.
b).- En otra vida, antes de que algo tronara irremediablemente en su cabeza, fue maestro de historia: de ahí su propensión a recitar pasajes salidos de libros de texto, el escrúpulo pasmoso con que es capaz de declarar fechas y nombres y lugares. El hábito del portafolios (aunque esto, como la invariable corbata y el invariable traje, también vale para el papel de contador).
c).- Por temporadas lo he visto rondar por mesas de clientes habituales —los desvelados inverosímiles que se guarecen aquí a la una o a las dos de la mañana: gente como una tribu árabe que lo mismo regentea puestos de tacos que lugares clandestinos de apuestas, o gente como las presumibles putas que atienden desde aquí sus negocios, vía celular. Les ofrece (o les ofrecía: tiene mucho que no lo he visto hacerlo) boletos para rifas de relojes. También funge como recadero: va a comprarles cigarros a las meseras, por ejemplo. («Meseras», aquí, es una palabra proscrita: aquí se llaman «vendedoras»).
d).- Cierta vez pude asomarme al contenido de su portafolios. Había un bulto de lo que creí entender como ropa interior, un cuaderno y, lo mejor, un transportador. En el cuaderno —aléjate, fantasma de Joe Gould— lo he visto trazar apretados y complejísimos esquemas y renglones. Pero no parece ser constante en esa labor.
e).- No sólo lo encuentro aquí, en las noches. También es posible verlo en otros cafés del rumbo, con la particularlidad de que todos son Sanborn's, Vips o Toks. A todas horas del día y de la noche. Hasta donde puedo hacerme una idea, tiene una rutina conforme a la cual va visitándolos puntualmente. Y, hace unas semanas, la cajera de aquí me contó que lo habían tenido que correr con policías, porque se puso insoportable. ¿Dejó de tomar sus medicamentos? Porque, otra noche, oí a una mesera (perdón: una «vendedora») preguntarle si no le faltaba medicina. Se preocupan por él.
Es, como podrá verse, muy poco. Pero sigo resistiéndome a preguntar. Hoy también, cómo no, llegó y vino conmigo inmediatamente: «¿Me das un cigarrito?».




Imprimir esto

2 comentarios:

Anónimo dijo...
25 de febrero de 2008, 10:08

f) Es para tí; el hombre indicado para escribir lo que ahora puedo leer.

Alejandro Vargas dijo...
27 de febrero de 2008, 13:08

creo que si sufres bastante. Un sujeto indeseable encontrable indeseablemente en lugares comunes.