Ojalá

Temo mucho que aún exista gente así, pero ojalá me equivoque: ojalá que la nutrición del mexicano en las últimas dos décadas haya conseguido alterar la genética de las nuevas generaciones al grado de haber extinguido al fin la nefasta especie: ojalá, al menos, las telenovelas y los cantantes de hoy logren, con sus tramas tortuosas y sus pujiditos y sus sonsonetes, inducir en los cerebros de los posibles ejemplares cambios suficientes para evitar la manifestación horrenda: ojalá, en fin, prevalezca ya una temprana noción de ridículo e indignidad gracias a la cual la costumbre haya desaparecido definitivamente (y ojalá, cuando amenace con brotar, sea reprimida pronto y con los más infalibles sarcasmos, para escarmiento de quienes pretendan perpetuarla o perseveren en ella). ¿Aún existe en secundaria la compañera de salón que se te acerca el 14 de febrero y te cuelga el estigma de la fecha en forma de corazoncito de terciopelo, paleta con forma de corazoncito o cualquier otra golosina acompañada —lo peor— de algún corazoncito con mensaje?
Llegaba preparada con una bolsa de alfileres de seguridad (dorados) y luego de haber invertido las tardes del 10, del 11, del 12 y del 13 recortando y pegando y decorando, con manos de uñas mordisqueadas, las siluetas y los listones y los retoques de encaje. Pero eso, claro, era para el común de los mortales: para los privilegiados habría confeccionado, con algo más de primor y alguna recóndita intención más o menos escalofriante, tarjetas en toda forma, habitadas por los personajes de su imaginación pueril y grosera (aunque también éstos podían estar presentes en los souvenirs de orden inferior, y en cualquier caso existían sólo para uno de los dos fines: al cabo ni siquiera los había inventado ella, pues únicamente se limitaba a calcarlos de álbumes y tarjetas impresas cuya adquisición en masa habría sido insoportablemente onerosa para su economía: de ahí el denuedo artesanal y la absoluta falta de originalidad). Tales personajes, de Kitty a Ziggy, pasando por unos bebés encuerados y pecosos tomados de la mano y aun por Mafalda y sus secuaces en poses del todo inverosímiles, integraban el bestiario propio de la ocasión, del que ella disponía a su artero arbitrio para ponerlos a decir un puñado de variantes de la misma obsesiva idea: el festejo del amor y la amistad y lo bonito que tal festejo es.
Ella, claro, asumía la buena disposición de todos los receptores del colguije y de los elegidos destinatarios de la tarjeta (colguije y tarjeta tan impregnados de resistol como de buenas intenciones, nadie va a discutir eso). Pero además, ya lo decíamos, se precavía con la golosina infaltable: quien sea capaz de rechazar un pedazo de cartulina seguramente no será tan capaz de rechazar un pedazo de cartulina roja con una Tutsi-Pop pegada. Por otra parte, y para evitar defecciones y desaires, procedía rápidamente y sin discriminar: aprovechando el receso entre la primera clase y la segunda, o apenas encontraba una oportunidad (la bolita habitual ocupando su sitio en el patio durante el recreo, impedida de huir, so pena de perder la cancha de básquet, al verla aproximarse), encabezaba el ataque, desplegando a dos o tres cómplices armadas como ella de los dichos alfileres. ¿Qué diablos se proponía? ¿Ponernos a todos a decirnos unos a otros las leyendas trazadas por sus manecitas de uñitas roñosas? ¿Esperaba reciprocidad? ¿Que saliéramos disparados a la tienda de la escuela a comprarle cualquier porquería? ¿Que sacáramos en ese instante, a nuestra vez, un colguije o una tarjeta confeccionados especialmente para ella? Tal anhelo es improbable, pues la tarjeta más sofisticada la guardaba para sí misma, y era naturalmente la primera en prenderse del pecho el colguije más aparatoso. Y, sin embargo, cómo reía y gozaba, y cómo se alarmaba al percatarse de alguna omisión («¡¡¿¿Me faltaste tú??!!»), y de darse ésta con qué celeridad la remediaba, y cuánto parecía complacerse en las excepciones implacables que se daba el gusto de hacer: cómo debía odiar al cretino que dejaba privado de condecoración y de abrazo (pues, encima, sus efusiones las firmaba con abrazo y hasta con besito, desdeñando toda muestra de repugnancia que se le ofreciese). Repentinamente su corazón estaba repartido en pedacitos por todo el grupo, y antes de darnos cuenta ya llevábamos varios minutos con la paleta en la boca, empecinados en hallarle el corazón chicloso para que la comunión fuera así plena, irrevocable, y ella la saboreara unos minutos más, viéndonos así atareados, antes del arribo de la odiada maestra Baturoni con su fobia atávica a la masticación en clase.
Acaso la saña propia de la edad nos hiciera ver sólo imbecilidad en su desventurado festín sentimental, y no faltaba quien depositara pronto, y de modo que ella lo viera, el corazoncito inmundo en el bote de basura (si bien la mofa era mejor practicarla improvisando el infalible dibujo obsceno en la tarjeta escogida para hacerla circular, de butaca en butaca, hasta regresarla a sus manecitas de uñas peladas). Por lo general acababa el día chillando, transformando el menosprecio en ofensa imborrable, y de su almíbar de las primeras horas quedaban apenas las heces resecas del más duro encabronamiento: ¿no que tanto amor? Puedo verla, a la salida, rodeada de dos o tres esbirras que la consuelan, cada una con el corazoncito engarruñado prendido del pecho —las únicas, ya a esas horas. Puedo ver su sonrisa final, mordiéndole las uñas, desengañándola de la fugaz idea de fracaso, mientras va acariciando ya la perspectiva de organizar el intercambio navideño aunque falten tantos meses.
Ojalá alguien me ayude a recordar cómo se llamaba.

(Esta recordación, muy a cuento de la fecha aciaga que es la de hoy, forma parte del libro Las encías de la azafata, de próxima aparición).




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2 comentarios:

José Luis dijo...
14 de febrero de 2008, 14:06

Sí, todavía existe. Aunque con sus variantes. A mí no me regaló una paleta sino un recorte de TV y Novelas de Lorena Herrera.

Anónimo dijo...
15 de febrero de 2008, 8:32

Yo te recuerdo y te digo que aún existe y se llama; adolescencia. Ahh, no todo era malo, seguro en uno de esos detestables abrazos, aprovechaste un poco más. Te faltó mencionar los blocks de notas con impresiones a color y mensaje empalagoso al final de la hoja.
Creo que ayer tus ojos no alnazaron a ver los rostros de las chicas por tantos globos, peluches y rosas que cargaban.