De rebote

En una de las remembranzas de infancia que constan en su libro Paños menores, el poeta Gerardo Deniz se detiene en la perplejidad que le causó descubrir, cuando todavía era un niño que se llamaba Juan Almela, la noción de competencia (en el primero de sus sentidos, el de disputa o contienda, y no en el de pericia o aptitud). Cuenta ahí Deniz cómo, al participar con un compañero de juegos en una cosa que bien podía ser una suerte de tenis sin raquetas, o quizás una variante de frontón sin muro, él, Juanito Almela, estaba encantado con la velocidad de la pelota, con los botes que daba, y que gozó intensamente los escasos segundos que pudieron transcurrir hasta que oyó al otro gritar «¡Uno-cero!». ¿Qué cuenta era ésa? Tardó en comprenderlo: el compañero estaba llevando en un marcador mental los tantos que terminarían decidiendo cuál de los dos habría ganado la partida. Una partida, sobra decirlo, que había comenzado sin que Juanito se enterara, y que seguramente habrá concluido del mismo modo —harto su compañero, quizás, de perder el tiempo del recreo en explicaciones. Como puede inferirse, después de esa experiencia desconcertante Almela-Deniz jamás volvió a interesarse por los deportes.
Hace algunos días, seguramente también para su perplejidad, Deniz ganó una competencia en la que ni siquiera estaba participando. El Premio de Poesía Aguascalientes, tradicionalmente tenido como el más importante que se concede en México a los practicantes del género, fue declarado desierto, y su monto (nada despreciable: 250 mil pesotes) se decidió que fuera a parar a manos del autor de Picos Pardos. Las reacciones a la doble noticia —provenientes, claro, del gremio de poetas mexicanos: una enormísima minoría— fueron curiosas, por no decir que levemente esquizofrénicas: estaba muy bien que se reconociera por fin a uno de los creadores más admirables que hay en la actualidad, pero estaba muy mal que se hiciera con los dineros originalmente destinados a hacer feliz este año un poeta, otro, cualquiera cuyo libro le hubiera parecido al jurado del Aguascalientes lo suficientemente bueno —y el caso es que ninguno, entre más de 200, lo consiguió: fallo inapelable y unánime, qué se le va a hacer. Dicho de otro modo: se hace justicia al distinguir a Deniz, en principio; pero, al parecer de muchos, es injusto que tal distinción sea como de rebote —como en el juego aquel que jugaba Deniz en su niñez—, y sólo porque hubo un dinero (un premio literario, pues: no nos pongamos tan mundanos) que no se mereció nadie más.
Jorge Ibargüengoitia decía que sólo un imbécil entra a un concurso esperando no ganar. Es claro que los más de 200 poetas que buscaban el Aguascalientes querían ganarlo. ¿Qué decirles ahora? En una entrevista reciente, Deniz confesaba lo que responde a los jóvenes que le piden consejo: «Yo les digo la verdad: ‘no me tomes muy en serio porque no sé de eso’». Hay más premios: no pasa nada si Deniz, a quien le repugnan, ha ganado éste. Bravo por él.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 22 de febrero de 2008.



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2 comentarios:

Anónimo dijo...
22 de febrero de 2008, 11:26

Vaya que la vida se empeña en colocarnos en la misma posición aunque el resultado puede ser a veces amargo y otras agridulce, como le pasó a Deniz.

Víctor Cabrera dijo...
25 de febrero de 2008, 13:35

Y bravo también por Esquinca, Rivas y Villarreal a quienes no les tembló la mano (y si les tembló, no lo sabemos) para mandar esta clara señal a la aldehuela de las letras mexicanas: "Señores, no somos padrinos ni parientes ni alcahuetes de nadie para andar premiando lealtades ni compadrazgos. Con su permisito, vamos a subirle el nivel a estos jueguitos florales para que vuelvan a ser lo que hasta hace no mucho era el premio de poesía más importante de este país. Así que don Gerardo, para usted son los oros y los laureles".

Un abrazote:

VC