La escritora belga Amélie Nothomb es japonesa. Cuando era muy pequeña quería ser Dios, pero pronto, al cumplir cinco años, admitió que esa posibilidad era remota. A los 23 vigilaba pacientemente que no faltara papel higiénico en los baños del piso 44 de una gigantesca compañía en Tokio, al tiempo que se esmeraba en el ejercicio de la defenestración: imaginar, al lado de un ventanal, que se desplomaba continuamente sobre la enormidad indiferente de la ciudad. Por la carrera de su padre, embajador (además de barón), su infancia y su adolescencia transcurrieron en Birmania, Bangladesh, China o Laos, pero también en Nueva York, París y, claro, Bruselas. En algún momento obtuvo un grado académico en filología románica («la misma elección de Nietzsche, lamento decirlo», declaró alguna vez: «es demasiado pedante»), y no usa internet («simplemente por estupidez técnica», ha reconocido). Escribe a mano, cuatro horas diarias, a partir de las tres o cuatro de la mañana. En Biografía del hambre, una de las novelas donde ella misma es la protagonista —es uno de sus sellos distintivos: la propia experiencia como materia prima, si bien reconoce no haber leído nunca a Freud— relata su paso por la anorexia. Es una de las celebridades más atractivas de la literatura mundial, y las editoriales no dejan de festejar su productividad compulsiva: a sus 40 años ha publicado 22 libros, y afirma contar, al menos, con otros 35. Le gusta recurrir a la imagen de la gestación y el parto para referirse a cada uno: 35 más 22, igual a 57. Es madre de 57 hijos.
En buena medida, referir los datos biográficos de Amélie Nothomb significa hablar ya de su obra: un largo relato que ha ido armando en función de un aprovechamiento intensivo de las posibilidades poéticas de la intimidad. «Es muy probable que nuestra vida carezca en absoluto de valor artístico», observó una vez; «razón de más para que la literatura sí lo tenga». Así, el mero recuento de lo vivido constituye la ocasión inmejorable para que la imaginación de cada lector —por efecto de una prosa diáfana y concisa, y también por una asombrosa astucia narrativa— se descubra conducida al azoro más inesperado. A menudo, los personajes de Nothomb se encuentran a medio camino entre lo monstruoso y lo sublime, en atmósferas y ámbitos cuya aparente serenidad encubre un creciente desasosiego, y de ahí que buena parte de la fascinación que suscitan sus novelas se deba a lo que tienen de perturbadoras las conductas de sus personajes.
Higiene del asesino, su primer título, fue un éxito absolutamente inesperado, sobre todo por la juventud de la autora: 24 años. Poco después, en 1992, Estupor y temblores, de una delicadísima y cruel belleza, obtuvo el Grand Prix dela Academia Francesa , y a partir de entonces fue imposible dejar de prestarle atención. Claro: lo inusitado de su irrupción en la literatura mundial (sus novelas más recientes se traducen de inmediato, por lo menos, a 40 idiomas) ha sido bien aprovechado por la mercadotecnia editorial: una joven exótica que usa botas militares, es adicta al té negro, lleva los labios rojísimos y escribe como un japonés anciano y sabio necesariamente es un fenómeno de ventas. Pero resulta, también, que su obra está marcada por una incesante preocupación metafísica, y que en su estilo puede advertirse la huella de autores como Diderot, Mishima, Céline y Proust. Por ejemplo.
Lo que más importa en la obra de Amélie Nothomb es su mirada. «¿Qué es la mirada? Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia», se lee en Metafísica de los tubos. «Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto. ¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada». Lo que más importa en la obra de Amélie Nothomb es su vida.
Imprimir esto
Higiene del asesino, su primer título, fue un éxito absolutamente inesperado, sobre todo por la juventud de la autora: 24 años. Poco después, en 1992, Estupor y temblores, de una delicadísima y cruel belleza, obtuvo el Grand Prix de
Lo que más importa en la obra de Amélie Nothomb es su mirada. «¿Qué es la mirada? Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia», se lee en Metafísica de los tubos. «Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto. ¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada». Lo que más importa en la obra de Amélie Nothomb es su vida.
3 comentarios:
tengo que ubicarla, me diste ganas de leerla
Querido JIC:
Qué alegría encontrar aquí una más de esas coincidencias, entre otras tantas discrepancias literarias, que nos han hecho acumular ya algunas horas (y algunas botellas) de conversación.
Salut por Amélie
Suena muy interesante la obra de esta autora. Habrá que leerla.
Publicar un comentario