Una edición reciente de
La invención de Morel, la obra maestra de Adolfo Bioy Casares, publicada por primera vez en 1940, y calificada como «perfecta» en el prólogo que firmó Jorge Luis Borges, lleva sobre el celofán que la envuelve una pegatina anunciándola como «La novela que inspiró la serie
Lost». Es claro el sentido de esa estrategia de comercialización editorial, que apela a una referencia inmediata para los posibles nuevos lectores cuyos ojos encuentren la noticia: cualquier programa de televisión es mucho más confiable que el juicio de Borges —juicio que, si lo conoce, podrá (y tendrá) que importarle un pepino al televidente fanático de la exitosa saga (una historia, dicho sea de paso, exitosa más bien al principio, pero que de tan confusa se ha vuelto repelente, al grado de que cada vez más son sus fanáticos que se dan por vencidos al tratar de descifrar sus tortuosos argumentos).
Fue, de hecho, noticia discreta y fugaz, hace ya un buen rato, cuando a principios de este año se transmitía por primera vez la cuarta temporada de
Lost: uno de los personajes, llamado Sawyer, aparecía leyendo (en inglés, naturalmente) la novela de Bioy —una edición bonita, con una foto en la portada de Louise Brooks, la actriz favorita del escritor—; a raíz de ello, y sobre todo en Argentina, los lectores/televidentes conjeturaron que el guión de la serie consistiría en una variación de la historia contada en
La invención...: un fugitivo queda varado en una isla que al principio cree desierta, hasta que encuentra a «otros» que la habitan y lo conducen, primero, al desasosiego y al espanto, y enseguida a investigar cómo es que están ahí. Oportunamente, los editores de la novela en Estados Unidos detectaron el negocio y lanzaron una nueva edición con el anuncio de marras, de manera que pronto tuvieron un
best-seller: en cuestión de semanas ingresó a la lista de los 100 libros más vendidos de Amazon; poco después, hicieron lo propio los editores hispanoamericanos. (
Lost, vale consignarlo, es una serie más bien insoportable, pero muy literaria: entre los autores de libros a los que se ha aludido en ella, de un modo u otro, figuran Jack Kerouac, Flann O’Brien, John Steinbeck, Philip K. Dick, Charles Dickens, Julio Verne, Vladimir Nabokov, Kurt Vonnegut, Aldous Huxley, Fedor Dostoievski, Lewis Carroll, Charles Perrault, Henry James y, claro, William Golding —
El señor de las moscas— y Joseph Conrad —
El corazón de las tinieblas—; existe, además, un
Club del Libro en internet, abierto al intercambio de impresiones sobre las obras que van apareciendo en la serie).
De modo, pues, que ahora muchos habrán leído a Bioy Casares porque su precursor más notable es una serie de televisión. No es que esté mal, desde luego: si un solo mono llega al libro así, el ardid bien habrá valido la pena: cuando el destino es un reencuentro, o un primer encuentro, con una pieza de literatura imperecedera, el punto de partida es trivial y la ganancia mejor será para quien lea.