Pocos espacios debe de haber, en Guadalajara, tan propicios para el encuentro y la amistad como la librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica: la
Joseluisa —y el hecho de que una librería tenga un sobrenombre cariñoso habla bien de ella. En buena medida, la cordialidad con que el edificio de la Avenida Chapultepec recibe a sus visitantes y les permite curiosear entre sus estantes, comprar libros, tomar un café o, a los más jóvenes, disfrutar de todo un piso dedicado al gozoso convivio con la imaginación, se debe a las actividades culturales que la librería constantemente propone a la comunidad, y a cuyo cargo está el poeta Jorge Esquinca, animador y anfitrión de la fiesta continua que, en las inmediaciones de los libros, la
Joseluisa ha venido ofreciendo a la ciudad desde 1999.
Esquinca (ciudad de México, 1957) se desempeña ahí en uno de los oficios —el de promotor cultural— que han venido articulando su carrera, junto con la creación de publicaciones y, sobre todo, con el trabajo como creador autor de una obra que lo ha conducido a tener, desde Guadalajara, una de las presencias más relevantes en el panorama literario nacional: Región, la compilación de sus libros de poemas que la UNAM publicó en 2004, da cuenta de cómo en ese trabajo ha ido fraguándose una voz ya inconfundible y absolutamente indispensable en la poesía mexicana de los últimos tiempos.
Egresado de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el ITESO en 1979, ya desde la preparatoria Esquinca había comenzado a escribir poemas. «Lo hacía en parte por gusto, en parte por necesidad, en parte por imitar a los autores que me gustaban. Nunca pensé que algún día me iba a dedicar a escribir». El impulso decisivo llegó en la forma del consejo de un profesor: «Me gustaba mucho la fotografía, y en algún momento, como el cine también era una de mis pasiones —que no ha dejado de serlo—, pensé que podría combinar mi gusto por la escritura y por la fotografía en una carrera dentro del cine. Pero, bueno, uno propone y el destino dispone otra cosa. Acabé entrando de lleno a la literatura, y recuerdo bien que fue el padre Xavier Gómez Robledo quien me recomendó que me inscribiera en el taller literario que Elías Nandino acababa de abrir ese año en la Casa de la Cultura, en 1979». Tuvo lugar, entonces, un encuentro también decisivo: el doctor Nandino, siempre cercano al grupo de los Contemporáneos y una de las figuras más respetables en materia de poesía en México, se afincaba en Guadalajara para poner en funcionamiento un taller que, con el correr de los años, iría convirtiéndose en el punto de partida inmejorable para un buen número de jóvenes que querían escribir. Fue el caso de Esquinca: «Dentro del ITESO escribíamos mucho; de pronto había que hacer un guión para un audiovisual, o ensayar guiones de cine, y era algo que me gustaba mucho y se me facilitaba hacerlo. A la vez, en esa época empecé a leer mucha poesía también, especialmente los poetas franceses, que hasta la fecha siguen siendo como mis dioses tutelares: Rimbaud, Mallarmé, Valéry, o poetas latinoamericanos igualmente importantes, como Pablo Neruda, Octavio Paz, César Vallejo... Entonces me fue fácil, de algún modo, al entrar al taller de Nandino, darme cuenta de que había para mí una vocación y un oficio a desarrollar dentro de la literatura».
Tal certidumbre pronto fue dando origen al que sería el primer libro de poemas, La noche en blanco, en cuyo ingreso se lee: «Es de madrugada / la lluvia insiste sobre la ciudad / con su danza sigilosa. / Clarea, tú duermes y las nubes / lejos de tu sueño se dispersan. / No despiertes aún, / yo he pasado por ti la noche en blanco». Esquinca explica: «Es un libro que para mí está muy cercano a mi descubrimiento de los Contemporáneos. Yo había ido leyendo, y he seguido leyendo, de manera muy caprichosa e intuitiva, al no haber seguido una carrera de letras. Y una de las cosas que sucedieron al llegar al taller de Nandino fue que puso a disposición mía su biblioteca, que era muy buena y estaba conformada en buena parte por las obras de los Contemporáneos. Recuerdo que leí con mucho asombro la poesía de Xavier Villaurrutia, y sentí una familiaridad inmediata con estas atmósferas nocturnas, de insomnio —que es una afección que comparto, yo también soy insomne—, y que en mi caso se relacionaban directamente con esta especie de vigilancia, de cuidado del sueño de la mujer amada. A partir de eso es que se fue escribiendo ese libro». La noche en blanco obtuvo, en 1982, el segundo lugar del que entonces era el Premio de Poesía Joven de México (conocido hoy como Premio de Poesía Joven Elías Nandino), y al año siguiente apareció publicado por la editorial Cuarto Menguante, que el propio Esquinca y algunos compañeros del taller habían fundado.
Abrirse al mundo
La participación de Esquinca en el taller de Elías Nandino, para entonces, había tenido un giro que contribuiría a seguir definiendo las distintas formas en que iría cumpliéndose la vocación del joven poeta: «Todo se fue dando de manera natural; a partir de 1980, aproximadamente, cuando a Nandino le dan el Premio Nacional de Letras, empieza el taller a tener una especie de auge, y muchos jóvenes comienzan a escribir; incluso hubo que abrir un grupo para niños, y diversificar un poco, porque Nandino no podía dar atención a tantos. Entonces, Felipe de Jesús Hernández se encargó de coordinar a quienes iban más orientados por el rumbo de la narrativa, y yo me ocupé de trabajar con los que iban por el rumbo de la poesía, claro, supervisados por Nandino. Llegó a convertirse en un trabajo, porque teníamos horarios de atención al público, y a Nandino le pareció que era justo que ganáramos un sueldo y consiguió que nos pagaran algo en el Departamento de Bellas Artes. Con el tiempo yo llegué a dirigir lo que se volvió el Taller Elías Nandino».
Después vendría, en esa misma línea, la oportunidad de estar al frente de la Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco, y al mismo tiempo, la creación de espacios editoriales, lo mismo que en la prensa escrita, en el afán de activar la dinámica cultural de Guadalajara. La necesidad de abrirse hacia el mundo. «Fue algo que tratamos de hacer desde el taller con Nandino, con la revista Campo Abierto, después con otra que se llamó La Capilla, con la creación de los Miércoles Literarios... Abrir las fronteras, y participar de una manera más decidida en el diálogo de la cultura nacional».
Uno de los logros más significativos en este terreno fue la puesta en circulación del suplemento cultural Nostromo, del periódico Siglo 21, al frente del cual estuvo Esquinca: una iniciativa cuyas páginas llegaron a convocar a los autores más relevantes del entorno nacional, y que se distinguía precisamente por la preocupación de abrirse más allá de cualquier frontera. «Fue una etapa muy rica en mi vida. A principios de 1994, Jorge Zepeda, quien entonces era el director de Siglo 21, me invitó a pensar en un suplemento cultural. Me dio todas las libertades para imaginarlo y conformar un equipo, y así fue como invité a Mauricio Montiel como secretario de redacción, y a Porfirio Torres, quien se encargó del diseño». El suplemento vivió durante poco más de un año, y constituyó un hito, hasta ahora irrepetible, en la prensa cultural de la ciudad. «Qué mejor que haberlo hecho en un periódico como Siglo 21, que entró siendo una propuesta completamente nueva de periodismo. Trabajamos con una grandísima libertad, y logramos hacer un suplemento muy interesante para propios y extraños, que se leía mucho también en la Ciudad de México. Creo que ahí dejamos un precedente para lo que pueden ser estas publicaciones, con un enfoque menos proclive a lo regional, que es algo que no ha dejado de permear a los suplementos que existen, un exacerbado regionalismo del que me considero adversario».
La «maquinita» en marcha
La obra de Esquinca, en tanto, ha ido creciendo y organizándose de acuerdo con lo que el poeta y crítico Luis Vicente de Aguinaga ha identificado como los cinco dedos de una mano: «El índice, que marca la dirección de tu aventura», escribió De Aguinaga en una «carta» a Esquinca, compuesta para la presentación de la antología personal Invisible línea visible, “es Alianza de los reinos; el cordial, más unitario y profundo, es El cardo en la voz»; (este libro, por cierto, obtuvo en 1990 el Premio de Poesía Aguascalientes); «el meñique, gracioso y delgado, es Paloma de otros diluvios...; el anular, aunque de alianza ya se hablara en el primer título de la serie, tiene que ser Isla de las manos reunidas, donde se juntan La edad del bosque, Sol de las cosas y otros poemas; el pulgar, por último, con su nobleza, con su ruda nobleza, es Vena cava. He aquí tus veinte años, que fueron al principio una caricia y hoy dan la sensación de ser un puño cerrado». A este recuento se debe agregar también Uccello, el título más reciente de Esquinca, lo mismo que Elogio del libro, una entrañable colección de ensayos publicada en torno a las felicidades de la lectura.
«He tratado de conformar una obra sin prisas, dándome el tiempo suficiente para pensar muy bien cada libro antes de publicarlo», reconoce el poeta, quien también ve en la traducción un área vital de su trabajo creativo. «En principio, traducir fue una manera de compartir con los compañeros del taller de Nandino poemas que quería que ellos leyeran también. Poco a poco se fue convirtiendo en una pasión y en un oficio paralelo a la escritura de mi propio trabajo. Para mí ha sido la manera de leer mejor a un poeta querido o admirado, y también de aprender más directamente los pequeños secretos, los resortes ocultos, de la creación poética. Quizás la mejor escuela de un poeta es la traducción». Y también un estímulo necesarísimo: «Por otro lado, me ha ayudado a llenar muchos momentos de sequía personal: esos momentos en que no tienes nada que decir. Yo no creo en el poeta que escribe disciplinadamente todos los días por lo menos un poema. Creo que uno tiene que escribir obedeciendo un impulso interior, que se presenta de muy diversas maneras, muy misteriosas a veces, y que a veces no se presenta. Y cuando esto sucede —y a quienes nos pasa no deja de rondarnos la idea de la esterilidad, de que "ya se secó la fuente" o "ya se apagó la maquinita"—, traducir ayuda muchísimo a llenar esos vacíos, porque quien traduce está colaborando en el proceso de la creación de un poema».
Pero la «maquinita», felizmente, no se apaga. Actualmente, además de dirigir las actividades culturales de la Joseluisa, Esquinca forma parte del Sistema Nacional de Creadores. «A lo largo de más de veinte años de estar en esto, no me queda más remedio que admitir que soy un escritor, y que seguiré siéndolo en la medida de lo posible. Me gusta también el trabajo de la promoción cultural. A veces me quejo, porque siento que me quita tiempo para otras cosas que de pronto pueden interesarme más, como la traducción. Pero sé que unas cosas son por otras, y que probablemente haya un momento en que pueda dedicarme más intensamente a la literatura, que es una de mis intenciones a mediano plazo. Y a la vagancia, ¿no?».
En circulación
Entre los autores traducidos por Jorge Esquinca a lo largo de más de veinte años destacan los poetas franceses, como Pierre Reverdy, Henri Michaux, André du Bouchet o, más recientemente, Maurice de Guérin, de quien vertió al español su diario y algunos poemas en prosa. (El cuaderno verde, seguido de Meditación en la muerte de María, Ediciones Sin Nombre, México, 2006). Durante un buen tiempo, Esquinca sostuvo en las páginas del diario Público la columna «Amapola y memoria», título tomado del primer libro de Paul Celan, en la que presentaba semanalmente a un poeta distinto, y actualmente trabaja en una selección de traducciones que está por reunir en un volumen que publicará el sello Monte Carmelo, de Tabasco.
La poesía de Jorge Esquinca escrita a lo largo de 20 años conformó, en 2004, el libro Región(1982-2002), publicado por la UNAM. Otros títulos suyos recientes: Invisible línea visible. Antología personal (Ediciones Arlequín, Guadalajara, 2002), y Uccello (Bonobos, Toluca, 2005).