Las imposiciones son odiosas, y doblemente odiosas si son innecesarias o absurdas. Como la decisión de obligarnos a canjear placas para el año entrante —porque eso es ya: una decisión, qué importa cuanto los ciudadanos podamos quejarnos: a la administración del Gobernador González («Emilio» que le digan sus amigos) la tiene sin cuidado nuestro parecer, como ha quedado claro, semana con semana, en el paso mortal de López Mateos—: una medida abritraria que demuestra el ínfimo nivel de creatividad con que se conducen los funcionarios en turno.
No tiene desperdicio la defensa que hizo Óscar García Manzano, el secretario de Finanzas del Gobierno de Jalisco, en las páginas de Mural el pasado domingo, de este «proyecto». Empieza diciendo que «uno de los principales beneficios que traerá [el canje de placas] será ecológico». Tras una retorcida exposición, se medio entiende que el secretario piensa eso porque, cuando a uno le toque ir a pagar el trámite maldito, deberá tener en cuenta que se ahorrará doscientos pesos si el coche está afinado. O sea: con tal de ahorrarse doscientos pesos (¿y entonces, no que necesitamos recaudar más?), los propietarios de vehícuilos se apresurarán a dejar sus motores exhalando aire cristalino. (Y es que, además, García Manzano se demora en explicar las ventajas de traer el coche afinado, para luego concluir que «de este modo Jalisco contribuye a reducir el efecto invernadero que afecta al mundo»). Otra ganancia que tendremos, gracias al canje, será que los agentes de tránsito ya podrán multarnos y cobrar la multa in situ, pues los van a dotar de impresoras portátiles y terminales bancarias: ¡qué moderno! Y una más: que se contará con un software especializado en validación del Número de Identificación Vehicular. ¿Como el famoso código de barras que nos estampó Ramírez Acuña, y que sirvió para maldita la cosa?
Bueno: ahí está, para que no se diga que no son ingeniositos. Lo malo es que se les ocurran puras linduras así.
Hacia la FIL I
En menos de un mes empieza la Feria Internacional del Libro. ¿Cómo hay que alistarse? Primero, ahorrando, sacando cuentas, haciendo malabares con las previsiones del aguinaldo y demás. Porque ir a la Feria a comprar libros sale caro. (Y aunque no se compren: entre el estacionamiento, la entrada, la golosina, el refresco, el juguetito para el niño chillón, etcétera, una familia termina desembolsando un buen billete). Lo malo es que, como en los mejores mercados, uno está a merced del hallazgo, y por más que ahora se pueda conseguir libros de cualquier parte del mundo con sólo tener una conexión a internet y una tarjeta de crédito, no hay como dar con un título inesperado, o con uno esperadísimo, y adquirirlo de inmediato. Y eso tiene la FIL: que, entre tantos miles de volúmenes, al menos uno habrá llamándonos y no podremos resistir.
Bueno: ahí está, para que no se diga que no son ingeniositos. Lo malo es que se les ocurran puras linduras así.
Hacia la FIL I
En menos de un mes empieza la Feria Internacional del Libro. ¿Cómo hay que alistarse? Primero, ahorrando, sacando cuentas, haciendo malabares con las previsiones del aguinaldo y demás. Porque ir a la Feria a comprar libros sale caro. (Y aunque no se compren: entre el estacionamiento, la entrada, la golosina, el refresco, el juguetito para el niño chillón, etcétera, una familia termina desembolsando un buen billete). Lo malo es que, como en los mejores mercados, uno está a merced del hallazgo, y por más que ahora se pueda conseguir libros de cualquier parte del mundo con sólo tener una conexión a internet y una tarjeta de crédito, no hay como dar con un título inesperado, o con uno esperadísimo, y adquirirlo de inmediato. Y eso tiene la FIL: que, entre tantos miles de volúmenes, al menos uno habrá llamándonos y no podremos resistir.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 26 de octubre de 2007.