Los «creativos»

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(Para el crédito del diseño inmejorable de esta placa: Kemelyen Arte & Diseño. Hay que hacerla circular).

Las imposiciones son odiosas, y doblemente odiosas si son innecesarias o absurdas. Como la decisión de obligarnos a canjear placas para el año entrante —porque eso es ya: una decisión, qué importa cuanto los ciudadanos podamos quejarnos: a la administración del Gobernador González («Emilio» que le digan sus amigos) la tiene sin cuidado nuestro parecer, como ha quedado claro, semana con semana, en el paso mortal de López Mateos—: una medida abritraria que demuestra el ínfimo nivel de creatividad con que se conducen los funcionarios en turno.
No tiene desperdicio la defensa que hizo Óscar García Manzano, el secretario de Finanzas del Gobierno de Jalisco, en las páginas de Mural el pasado domingo, de este «proyecto». Empieza diciendo que «uno de los principales beneficios que traerá [el canje de placas] será ecológico». Tras una retorcida exposición, se medio entiende que el secretario piensa eso porque, cuando a uno le toque ir a pagar el trámite maldito, deberá tener en cuenta que se ahorrará doscientos pesos si el coche está afinado. O sea: con tal de ahorrarse doscientos pesos (¿y entonces, no que necesitamos recaudar más?), los propietarios de vehícuilos se apresurarán a dejar sus motores exhalando aire cristalino. (Y es que, además, García Manzano se demora en explicar las ventajas de traer el coche afinado, para luego concluir que «de este modo Jalisco contribuye a reducir el efecto invernadero que afecta al mundo»). Otra ganancia que tendremos, gracias al canje, será que los agentes de tránsito ya podrán multarnos y cobrar la multa in situ, pues los van a dotar de impresoras portátiles y terminales bancarias: ¡qué moderno! Y una más: que se contará con un software especializado en validación del Número de Identificación Vehicular. ¿Como el famoso código de barras que nos estampó Ramírez Acuña, y que sirvió para maldita la cosa?
Bueno: ahí está, para que no se diga que no son ingeniositos. Lo malo es que se les ocurran puras linduras así.

Hacia la FIL I
En menos de un mes empieza la Feria Internacional del Libro. ¿Cómo hay que alistarse? Primero, ahorrando, sacando cuentas, haciendo malabares con las previsiones del aguinaldo y demás. Porque ir a la Feria a comprar libros sale caro. (Y aunque no se compren: entre el estacionamiento, la entrada, la golosina, el refresco, el juguetito para el niño chillón, etcétera, una familia termina desembolsando un buen billete). Lo malo es que, como en los mejores mercados, uno está a merced del hallazgo, y por más que ahora se pueda conseguir libros de cualquier parte del mundo con sólo tener una conexión a internet y una tarjeta de crédito, no hay como dar con un título inesperado, o con uno esperadísimo, y adquirirlo de inmediato. Y eso tiene la FIL: que, entre tantos miles de volúmenes, al menos uno habrá llamándonos y no podremos resistir.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 26 de octubre de 2007.

La fiesta de los números

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Álvaro Mutis, que será homenajeado en la FIL. Preferible, mil veces preferible, al otro colombiano famoso que seguro también andará por ahí, y que también es conocido como «El mono inflable».


En la tradicional rueda de prensa donde se dieron a conocer detalles sobre la próxima edición de la Feria Internacional del Libro, las cifras anunciadas con deleite por los organizadores parecieron, por momentos, más espectaculares que las actividades que tendrán lugar durante los nueve días del otoño librero de Guadalajara. 280 mil títulos en exhibición, según Raúl Padilla (aunque, según Nubia Macías, la directora de la Feria, más de 300 mil), más de 300 o 350 autores, 315 presentaciones de libros. Y mil 600 editoriales participantes, 39 países, 600 actividades culturales (¿o 650?)... Para qué seguir: la Feria es grandota y hay mucho de todo. («Organicen de la mejor manera su agenda», recomendó Padilla, previsor, «porque hay 650 actividades, y matemáticamente es imposible ver incluso la tercera parte»). Lo natural es que, con tales proporciones, el monstruo imponga y que, a mes y medio de que arranque, ya vaya siendo temible el vértigo que supondrá encontrarse en él otra vez.
Ahora bien: tal crecimiento, tal desmesura, ¿hasta qué punto es señal de que la FIL goza de buena salud? Está muy bien que, a sus 21 años, haya venido funcionando como un espacio no sólo muy provechoso, sino hasta insólito en este país enemigo de los libros; está muy bien poder afirmar que, gracias a la Feria, Guadalajara no es la absoluta desolación que podría ser, y que los tapatíos —también la gente de otros lados que viene año con año, pero sobre todo los tapatíos— hemos ganado mucho con su presencia. Vaya: cada noviembre sobran las razones para apreciarla y disfrutarla, sobre todo por el hecho de que es un acontecimiento verdaderamente excepcional en cuanto a su vocación cultural, que es la que más interesa al público (pues también, desde luego, tiene la vocación de ser un gran negocio, o el epicentro de muchos negocios que a uno qué le van a importar: igual podrían hacerse en Cancún o en Las Vegas). Pero, precisamente por eso, no deja de ser triste que parezca preferirse la abundancia antes que la calidad en los copiosos programas de actividades —tan atestados como los pasillos de Expo Guadalajara (que, por cierto, ya dijo el Rector que la Feria seguirá haciéndose ahí, que para qué moverse: a ver si este año no se vuelve a ir la luz)—: entre tantas presentaciones, conferencias, encuentros, congresos, homenajes, exposiciones, conciertos y espectáculos se vuelve cada vez más difícil distinguir qué valdrá más la pena, y más fácil verse de pronto presenciando algo que definitivamente no tiene la menor gracia. Y no es cierto que haya gente para todo: ¿cuántas de las 315 presentaciones de libros van a estar prácticamente desiertas? Por otro lado, ya es seguro cuáles actos van a estar atiborrados (por donde pasen García Márquez —o su botarga: ¡ni habla!— o Carlos Fuentes, por ejemplo), y lo mismo: qué caso tiene. Pero bueno, ya se verá qué tal sale esta edición. Por lo pronto, habrá que ir aprovisionándose de vitamina B12 para aguantar el ritmo de esos nueve días.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 19 de octubre de 2007.

Nueva edición del Taller de Ensayo Literario en la Joseluisa

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Está por comenzar un nuevo ciclo del Taller de Ensayo Literario de la Librería José Luis Martínez del FCE. Aquí van los datos y el programa. ¡Anímense! ¡Se pone bien! (Informes más abajito).


LAS ESTRATEGIAS DE LA PERSUASIÓN

El nuevo ciclo del Taller de Ensayo Literario de la Librería José Luis Martínez del FCE estará enfocado sobre la lectura crítica de piezas ejemplares, a fin de ir identificando (y, en la medida de lo posible, emulando) las maneras de proceder de los grandes ensayistas. En cada sesión se discutirá un aspecto particular de la escritura ensayística, según el siguiente programa:

Sesión I
Lunes 29 de octubre
Introducción, presentación del programa, revisión de aspectos a considerar en torno al ensayo literario, discusión sobre las lecturas del ciclo anterior.
(Tema para escribir: «Usos prácticos de la máquina del tiempo»)

Sesión II
Lunes 5 de noviembre
EL SENTIDO DE LA PERTINENCIA I
La información, la referencia y la alusión: citas, fuentes, contextos y puntualizaciones.
—Lectura del ensayo «Escotoma: una historia de olvido y desprecio científico», de Oliver Sacks.
(Tema para escribir: «La alfombra roja por la que me gustaría pasar»)

Sesión III
Lunes 12 de noviembre
EL SENTIDO DE LA PERTINENCIA II
Digresiones, derivaciones, divertimentos y desvaríos.
—Lectura del ensayo «Escotoma: una historia de olvido y desprecio científico», de Oliver Sacks (continuación).
(Tema para escribir: «Un delito que debería despenalizarse»)

Sesión IV
Lunes 19 de noviembre
LAS POSIBILIDADES DE LA METÁFORA
La adopción de una voluntad literaria mediante la confección de figuras que estimulen la imaginación del lector y promuevan sentidos más diversos y profundos en la exposición de las ideas.
—Lectura del ensayo «La metáfora», de Jorge Luis Borges.
(Tema para escribir: «El fuego»)

Sesión V
Lunes 3 de diciembre
ENCANTAMIENTO Y ENSOÑACIÓN
La astucia poética al servicio de la prosa ensayística.
—Lectura del ensayo «Menos que uno», de Joseph Brodsky.
(Tema para escribir: «Una colección insólita»)

Sesión VI
Lunes 10 de diciembre
LA TENTACIÓN DEL SUSPENSO
El recurso a la proposición de un misterio en el progreso de la escritura ensayística.
—Lectura del ensayo «El oído», de Francisco González Crussí.
(Tema para escribir: «Las estrellas son indispensables»)

Sesión VII
Lunes 17 de diciembre
PERSONA Y PERSONAJE
La fabricación de figuras que deambulen por un ensayo.
—Lectura del ensayo «Jardín Público», de Claudio Magris.
(Tema para escribir: «Un anhelo que ya debería haber cumplido»)

Sesión VIII
Lunes 7 de enero de 2008
EXCURSIONES A OTROS MUNDOS I
El ensayista, sin salir de su territorio, en viaje por los territorios de la novela.
—Lectura de la primera parte, «Conciencia de la continuidad», del libro El telón. Ensayo en siete partes, de Milan Kundera.
(Tema para escribir: «Un río»)

Sesión IX
Lunes 14 de enero
EXCURSIONES A OTROS MUNDOS II
El ensayista, sin salir de su territorio, en viaje por los territorios del arte (música, pintura y fotografía).
—Lectura del ensayo «El misterio de Hals», de John Berger.
(Tema para escribir: «Un ritual secreto»)

Sesión X
Lunes 21 de enero
LAS TRAMPAS DE LA ELOCUENCIA
Cuando el ensayista deja de escuchar lo que está diciendo.
—Lectura de un ensayo del libro Valiente mundo nuevo, de Carlos Fuentes.
(Tema para escribir: «Servicios de los sueños»)

Sesión XI
Lunes 28 de enero
LA ADMINISTRACIÓN DE LOS ÉNFASIS
Vehemencia o contención; cuándo los exabruptos se vuelven razonables, o cuándo la ironía opera como una forma sutil de la exasperación o la impaciencia.
—Lectura del prólogo de Juan Carlos Onetti a la novela El juguete rabioso, de Roberto Arlt.
(Tema para escribir: «El tacto»)

Sesión XII
Lunes 4 de febrero
LA ATINGENCIA FORMAL
Transgresiones y experimentos con el lenguaje (neologismos, alteraciones de la sintaxis, excentricidades de la puntuación, arrebatos de la adjetivación, malabarismos con aliteraciones, homofonías, cacofonías, rimas, etcétera).
—Lectura del ensayo «Ars poética», de Guillermo Cabrera Infante.
(Tema para escribir: «Virtudes de la indecisión»)

Sesión XIII
Lunes 11 de febrero
LA INTIMIDAD INTIMIDANTE
La incumbencia que puede tener para el lector la experiencia personal del ensayista.
—Lectura del ensayo «Una habitación desordenada», de Vivian Abenshushan.
(Tema para escribir: «Un olor de la infancia»)

Sesión XIV
Lunes 18 de febrero
LA PUESTA EN ESCENA
Las decisiones que toma el ensayista respecto a las locaciones, la escenografía y los decorados, la atmósfera, la iluminación y los efectos especiales que convengan (o no) a su escritura.
—Lectura de dos ensayos de William Hazlitt.
(Tema para escribir: «Razones para el olvido»)

Sesión XV
Lunes 25 de febrero
AUTORIDAD Y ESPECULACIÓN
Cuándo el ensayista goza de plena potestad sobre sus argumentos —y está, consecuentemente, en posición de establecerlos como sentencias—, y cuándo más bien ha de ofrecerlos a la ponderación del lector, para recabar cordialmente su anuencia o su connivencia.
—Comentarios sobre la lectura de los ensayos «¿Qué hace desgraciada a la gente?» y «¿Es todavía posible la felicidad?», de Bertrand Russell.
(Tema para escribir: «Una desaparición»)

Sesión XVI
Lunes 3 de marzo
EL ENSAYISTA ANTE EL ESPEJO
Las virtudes de la autocrítica: las ocasiones en que el ensayo puede ser desmentido, refutado o denunciado en su carencia de originalidad o profundidad.


La nueva edición del taller sesionará todos los lunes, desde el 29 de octubre y hasta el 3 de marzo de 2007 (salvo los lunes 26 de noviembre y 24 y 31 de diciembre de 2007), de 17:00 a 19:00 horas, en el salón de actividades especiales de la Librería José Luis Martínez del FCE (Chapultepec y Libertad).
El costo es de $350.00 al mes por persona; como una promoción, quien desee cubrir los cuatro meses por adelantado pagará sólo $1,200.00 y recibirá un paquete de libros que le obsequia el FCE.
Las inscripciones serán en la primera sesión del taller.
Mayores informes en el teléfono 044331-246-7075 o en la dirección electrónica azotecarranza@yahoo.com

¡Lástima!

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Quién más que uno va a tener la culpa. Pero eso nos merecemos los cándidos, los necios. Todavía hasta la noche del miércoles, el bombardeo de «informaciones» disponibles en internet (meras especulaciones, o peor: suposiciones, deseos, profecías, pronósticos ciegos y ocurrencias) orillaba a dejarse engatusar bonitamente por la ilusión, por el espejismo anual al que siempre convendría resistirse, pero a cuyo influjo, también siempre, se termina por ceder: entre los nombres que «sonaban» más fuerte para la designación del Premio Nobel de Literatura estaban el de Claudio Magris y el de Philip Roth. Algunos medios fundaban sus vaticinios en los de una maldita casa británica de apuestas —sobre todo deportivas: como si estuviéramos hablando de caballos o de rugby—, confiable según eso por haberle atinado a los ganadores de los años recientes, incluidos el improbable Pamuk y la tenebrosa Jelinek. En otros lados se presentaban listas de escritores a los que, por un misterioso sistema de probabilidades estadísticas combinadas con razones de conveniencia política, la maldita Academia Sueca (¿y «academia» de qué, a todo esto?) tendría que tomar en cuenta esta vez. Y en otros, algún redactor inspirado o algún columnista enfebrecido sencillamente se dejaba arrebatar por sus anhelos. Pero el caso es que se mencionaba una y otra vez tanto Magris como a Roth, y el mundo parecía tener sentido y daba la impresión de que la justicia, por una vez, iba a prevalecer. Sacando cuentas, el anuncio tendría lugar en Estocolmo como a las cinco de la mañana de aquí, así que, como quien deja su cartita a los Reyes Magos, hubo que encargarle al servicio de alertas de Google que gritara la buena nueva apenas tuviera lugar, para encontrarla tempranito y festejar.
En el torbellino de fantasías, un periódico argentino y uno español recogían la observación siguiente: el secretario de la Academia, Horace Engdahl, habría estado muy presionado en los últimos días por su esposa, también académica, para que el galardón este año fuera a parar a manos de una mujer. ¿Por qué? No se abundaba en las razones: nomás que la señora estaba emperrada, y que el otro temía por su matrimonio. La noche pasó, el sol salió, la consulta al buzón electrónico arrojó la noticia oprobiosa (de parte de El Paso Times, por cierto): ni Magris ni Roth. La ganadora había sido Doris Lessing, una escritora de 88 años (pero que en las fotos se ve como de 87). El periódico texano recogía una declaración del roñoso crítico literario Harold Bloom: «Aunque la señora Lessing al comienzo de su carrera tuvo algunas cualidades admirables, encuentro que su trabajo en los últimos 15 años es un ladrillo... ciencia ficción de cuarta categoría». ¿Habrán despertado a Bloom para que diera su parecer, y por eso contestó así, modorro y de malas? El caso es que sobrevino la decepción más desoladora. Los malditos sabios suecos nos la volvieron a hacer. Pero quién tiene la culpa: uno, y nadie más que uno. Por ingenuo.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 12 de octubre de 2007.


Antes no la mataron: la seño como que venía llegando de su clase de tejido, y el enjambre de reporteros la esperaba con la noticia. «Oh, Christ!», se la oye decir, poco antes de desplomarse. ¡Las sales! ¡Corran por las sales!

La hacedora de mundos

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¡Claro! No podía ser más descabellado: ¿cómo Colón, con esos barquitos endebles, con esa tripulación de tan dudosas capacidades, sin más que un empecinamiento cercano a la locura, iba a realizar su travesía novedosa rumbo a Cipango —según él— para terminar encontrándose con un continente inesperado? Algo ha venido sonando muy inverosímil en esta historia, y lo más asombroso es que hayamos terminado dándola por cierta a lo largo de cinco siglos. Para nuestra fortuna, la escritora argentina Angélica Gorodischer ha urdido una explicación más razonable de los hechos. (Es cierto que sitúa el acontecimiento en un planeta lejano, casi idéntico a la Tierra, salvo porque allá están apenas en el año 1492. Pero no vamos a reparar en detalles insignificantes). Habrá que ir en orden, como dice ella en la advertencia al lector que abre su libro de cuentos Trafalgar, «porque así usted y yo nos vamos a entender más fácilmente».
Lo primero es decir que Trafalgar Medrano, comerciante rosarino, adicto al café y al tango, lector excéntrico y solterón, tiene el hábito de relatar a los amigos, sin egoísmos y sin pretensiones, sus viajes de negocios, que no serían nada del otro mundo si no fuera porque lo llevan, precisamente, a otros mundos. Entre esos amigos está Gorodischer, quien en cierta ocasión fue enterada del aterrizaje de Medrano en ese planeta tan parecido al nuestro, sólo que con el retraso ya dicho. Había llegado, le contó, a la corte de Castilla y Aragón, justo cuando los Reyes Católicos estaban por darle el último impulso al Almirante genovés. Trafalgar Medrano, conmovido por los marineros que morirían de escorbuto en la navegación, y sobre todo por las consecuencias que tendría el descubrimiento, se ofreció a intervenir («A Isabel le hicieron falta tres segundos para darse cuenta de las ventajas de una expedición fulminante»), y fue así que, gracias a que puso su «cacharro» a disposición de Colón, el viaje fue abreviado en cuarenta y cinco minutos. «Pensé en una América descubierta por cien atorrantes barbudos y analfabetos, un loco y un hombre de otro mundo a bordo de una nave interestelar», apuntó Gorodischer al margen.
Trafalgar, de 1979 y reeditado recientemente, es uno de los títulos más célebres de la que quizás sea la poseedora de la imaginación más potente que hay en español para la ciencia ficción. Angélica Gorodischer nació en Buenos Aires en 1929, pero pronto se afincó en Rosario, ya para toda la vida; autora de una vasta obra que ha ido extendiéndose desde hace más de cuarenta años, es reconocida por los amantes del género como una de sus figuras tutelares. En buena medida, tal prestigio se debe a Kalpa Imperial, la colección de relatos con que Gorodischer alcanzó reconocimiento internacional en 1983: la historia, recogida con una prosa de belleza sobrecogedora, del Imperio Más Vasto que Nunca Existió, un poco a la manera del Italo Calvino de Las ciudades invisibles, o a la de J. R. R. Tolkien (a quienes el libro está dedicado, además de Hans Christian Andersen), pero también con una originalidad indisputable. Narradora, y sólo narradora —más de una vez se ha mostrado orgullosa de no haber escrito nunca poemas ni teatro—, también ha frecuentado el género policiaco, y es larga la cuenta de traducciones, premios y antologías que confirman su éxito entre los lectores.
Pero lo que más importa, en su caso, es la sencilla certeza de que la literatura es una forma de vida. «La novela es una agradabilísima esquizofrenia porque yo estoy escribiendo una novela y estoy viviendo en la novela. Y al mismo tiempo, voy al supermercado, charlo con mis amigas, barro la vereda si la muchacha no vino. En fin, hago todo lo que hago siempre, pero estoy viviendo en la novela. Y cuando termino la novela empieza la convalecencia. Me curé». Para felicidad de sus lectores, para nuestro infalible deslumbramiento, no es infrecuente que recaiga. Y, lo mismo que Trafalgar Medrano, está lista para contarnos todo lo que ve.

Publicado en Magis 400 (octubre-noviembre de 2007).

Tijerillas

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La primera tijerilla del año: posada en el barandal de una escalera, al atardecer, lista para anunciarse de un modo ciertamente desagradable al principio, pero disculpable al fin, cuando uno retira rápidamente la mano ante la posibilidad del contacto con su naturaleza de clavo oxidado y fuera de lugar. Lo bueno es que tampoco ella parece buscar el contacto, y así permanece quieta para contemplarla con detenimiento. Sola, pues quizás ha sido la elegida por el enjambre para venir, en su función de exploradora, a localizar las luminarias en torno a las cuales sobrevolarán las demás en las noches siguientes. Sola y tal vez desconcertada, impaciente por que lleguen sus compañeras, que vienen... ¿de dónde? ¿De dónde llegan las tijerillas, y a dónde se van cuando termina el tiempo de su visita anual?
Como las pitayas o las cañas, como las jacarandas, como los aromas inconfundibles de la lluvia o del frío en las épocas correspondientes, la comparecencia infalible de las tijerillas en octubre es uno de los recordatorios preferibles de la ciudad que nos ha tocado en suerte. Claro: los hay, también, adversos e indeseables: la saña de los aguaceros y sus secuelas desastrosas, las nubes fétidas o asesinas que vamos atravesando en el pesaroso transitar de lo cotidiano (la Calzada, Miravalle, el camino del aeropuerto), las aglomeraciones y los embotellamientos que a menudo mueven a maldecir una ciudad cuya dinámica de crecimiento ha sido la del cáncer, nuestra idiosincrasia con sus dosis de abulia, arrogancia, egoísmo y cerrazón. Aun con su mala fama, atribuible al supuesto y seguramente infundado peligro que representan (quién no ha oído que se te meten por las orejas y causan sordera, o que te comen el cerebro, aunque, también, quién ha sabido nunca de nadie atacado así por una inocente tijerilla; su nombre en inglés, por cierto, es earwig, que viene de «oído», y la denominación científica es Forficula auricularia, o sea que tal vez el peligro no sea tan imaginario), lo que las tijerillas traen consigo es un sutil argumento para pactar, así sea sólo durante el mes que duran entre nosotros, una tregua con la ciudad: si vuelven, si no han dejado de regresar año con año, puede que Guadalajara todavía tenga salvación y que debamos proponernos reencontrar, poniendo en pausa la exasperación y el desconsuelo, las razones que por lo visto la hacen digna de seguir recibiendo a estas visitantes.
Las tijerillas no dan mucha lata: acaso nomás espantan tantito, y lo natural es sacudírselas. Pero su aparición tiene el efecto de hacer resurgir, en la imaginación, las versiones anteriores de la ciudad que hemos visto pasar: los octubres pretéritos, tal vez no siempre mejores, pero en cuya reconsideración es posible creer que la ciudad de la que hoy disponemos tendría que seguir siendo la misma, aquella en cuyas noches claras hemos hallado ocasión de esperar con mejor ánimo la mañana siguiente. Como debe ocurrir con las tijerillas, que se ve que la pasan tan a gusto aquí.


Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 5 de octubre de 2007.

¡En sus marcas...!

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El 26 de abril de 2006, Emilio González Márquez, entonces candidato a Gobernador de Jalisco (pese a haber prometido que no renunciaría a la Alcaldía de Guadalajara para lanzar su candidatura: conviene no olvidar ninguna de sus mentiras, y conviene que no olvide que no se nos olvidan), se disfrazó de discapacitado. Se hizo amarrar las piernas con cinta canela y anduvo en silla de ruedas buena parte del día, haciendo campaña. La pasó mal, parece: según la nota publicada en MURAL al día siguiente, incluso se cuidó de tomar mucha agua para que no le anduviera de la pipí a cada rato. Lo ayudaron a salir de su casa y lo llevaron a inaugurar una fábrica de calzado —pues no consta que haya hecho el trayecto en uno de los escasísimos autobuses colectivos adaptados para dar servicio a personas en sillas de ruedas—, pero con todo y eso batalló. Y prometió y prometió, naturalmente.
¿No querrá, el Gobernador González, revivir la experiencia y ofrecerse como voluntario para cruzar, en silla de ruedas, la Avenida López Mateos, ahora que vuelvan a poner en práctica la idea criminal del fin de semana pasado? A ver si le alcanzan los quince segundos que el semáforo estará en rojo, pues según un genio de la Secretaría de Vialidad y Transporte, el director de Infraestructura Vial Luis Alonso Martínez, es tiempo suficiente para que una persona con discacidad pueda llegar de una banqueta a otra a la altura de Plaza del Sol. Pondría el ejemplo, el Gobernador, haciendo que vuelvan a amarrarle los chamorros y lanzándose a toda velocidad delante de los coches impacientes: ¡Guadalajara no necesita un mejor transporte colectivo ni desalentar el uso de los automóviles privados, no necesita espacios para el peatón, y mucho menos brindarle protección ni seguridad! ¡Guadalajara necesita peatones más veloces, aunque se desplacen con bastón, muleta, andadera, carriolas o sillas de ruedas! ¡Aunque estén ciegos o sean ancianos, que le corran! O, quizás, lo que Guadalajara necesita de verdad es que el peatón —esa plaga indeseable para las autoridades— deje de existir. Lo que importa, evidentemente, es que los coches corran lo más que se pueda, y que sea posible llegar de la Glorieta de Colón hasta el Periférico Sur en un suspiro, que para eso se han invertido tantos millones en raudos pasos a desnivel. Los peatones no sólo no interesan, sino que son desechables, lo que quedó demostrado con el experimento sorpresivo del sábado y el domingo, que puso en peligro la vida de quienes no tuvieron más remedio que atravesar a la carrera la avenida. ¿No atropellaron a ninguno? A ver si este fin de semana alguno cae.
¿Cómo ve, el Gobernador? ¿No se anima? Es más: él y su secretario Verdín Díaz: éste que se vende los ojos. Y que se avienten: así nos taparían la boca a todos los que descreemos de su talento, su sensibilidad, del buen sentido con que trabajan por todos los ciudadanos, vayamos a pie o en coche. Ahora que, si los atropellan, les ponemos unas crucecitas en el camellón y les llevamos flores.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 28 de septiembre de 2007.