Ésta es la agenda del escritor argentino Martin Kohan. Pero bueno, él no está bien de la cabeza.
Digo: es un estupendo escritor, pero para llevar su agenda así no puede estar bien.
Tengo una agenda nueva, y no sé muy bien qué hacer con ella. Es bonita, si bien el rojo encendido de sus tapas sugiere cierta alarma, algo de urgencia neurótica que, me temo, más pronto que tarde podrá volverla una presencia amenazadora, impaciente; puedo forrarla, claro, pero se vería muy ranchera; o puedo dejarla sin estrenar. No tenían, como me hubiera gustado, en color negro. O sí había, pero el modelo en negro venía acompañado de un directorio telefónico que me pareció completamente obsoleto (desde que se inventaron los celulares se volvió inútil anotar teléfonos): ésta, en cambio, trae un cuadernillo que se complementa con una plantilla de calcomanías para pegarle a modo de pestañitas, a fin de clasificar así las informaciones que lleguen a figurar en el cuadernillo tal: sitios web, libros, música, etcétera; supongo que el fin es propiciar así un orden para los hallazgos que vaya uno haciendo, cosa que encontré práctica... si bien podría proponerme llevar un orden igual en cualquier libreta, en la computadora... o en ningún lado, como hasta ahora me ha funcionado. Tiene también, mi agenda, un montón de informaciones que seguramente en todo el 2010 no tendré necesidad de consultar. Para que querría, por ejemplo, tener a la mano los días feriados de Eslovaquia, las equivalencias de tallas de blusas en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Alemania e Italia, o la distancia en kilómetros entre Tel Aviv y Moscú. Pero aunque no preveo estar llamando a Camerún (código: 237), que datos tan exóticos estén a la mano no deja de ser emocionante. Aunque igual: los husos horarios, las conversiones de unidades de medidas, los sufijos que corresponden a las direcciones de internet de cada país o las fases de la Luna, son datos que siempre hay incontables maneras de investigarlos, y sólo encuentro una fascinación pueril en tenerlos todos juntos: fascinación que, a unas horas de lo que debería ser la inauguración formal de mi agenda (¿qué pendientes tengo para mañana?), va convirtiéndose en perplejidad paralizante.
Porque, además, están las páginas, una para cada día, que habrá que ir rellenando de alguna forma. Con las tareas por hacer, claro, pero también con la verificación de su cumplimiento, o con las razones que lo hubieran impedido. Pero no sólo tareas: también, supongo, con noticias del curso de las cosas: las informaciones con las que vaya siendo posible reconstruir suficientemente cuanto llegue a vivir o vaya sabiendo, lo que me pase o deje de pasar, con las ocasiones de asombro, irritación, desvarío, felicidad o incluso de mero tedio. Que todas esas páginas estén ahora mismo en blanco es imponente: apenas he rotulado mi agenda con mi nombre, mi domicilio y poco más (antes de poner mi tipo de sangre me detuvo la imaginación horrorosa de la circunstancia en que podrá ser necesaria esa información). Así que, ¿qué hacer? Porque comenzar, en suma, es querer sustraerse a la fuerza de lo imprevisible. Y es lo que no sé. Deberían vender las agendas ya llenas.
Porque, además, están las páginas, una para cada día, que habrá que ir rellenando de alguna forma. Con las tareas por hacer, claro, pero también con la verificación de su cumplimiento, o con las razones que lo hubieran impedido. Pero no sólo tareas: también, supongo, con noticias del curso de las cosas: las informaciones con las que vaya siendo posible reconstruir suficientemente cuanto llegue a vivir o vaya sabiendo, lo que me pase o deje de pasar, con las ocasiones de asombro, irritación, desvarío, felicidad o incluso de mero tedio. Que todas esas páginas estén ahora mismo en blanco es imponente: apenas he rotulado mi agenda con mi nombre, mi domicilio y poco más (antes de poner mi tipo de sangre me detuvo la imaginación horrorosa de la circunstancia en que podrá ser necesaria esa información). Así que, ¿qué hacer? Porque comenzar, en suma, es querer sustraerse a la fuerza de lo imprevisible. Y es lo que no sé. Deberían vender las agendas ya llenas.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 31 de diciembre de 2009.