La Avenida Chapultepec, cuando todavía se llamaba Lafayette (y quién olvida aquel anuncio de Almacenes Bertha: «Donde termina Lafayette ¡y empieza su economía!»... Bueno, seguramente quienes lo recordamos estamos ya más para allá que para acá). Siquiera fuera a quedarles así, ahora que están metiéndole mano. Pero ni eso.
Sea favorable o adversa la opinión que tengamos acerca de las obras de remozamiento de la Avenida Chapultepec, ya nos fregamos: los trabajos avanzan y, en tanto se ensancha el camellón y se ponen adornitos, el área será cada vez más intransitable y hasta peligrosa —los árboles, malamente, tienden a arrojarse al piso, como haciendo berrinche, cuando se taladra el piso alrededor de ellos—: en suma, es y será un fastidio por un buen rato, pues la obra pública no se distingue precisamente por su celeridad, y a menudo tampoco porque quede bien hechecita: a veces, incluso, termina tan defectuosa que hay que volverla a hacer... O quizás (recuérdese el túnel de Las Rosas) pasa como con el doctor que cada semana atendía a un hombre con dolor de oído; un día el doctor no estuvo, y la enfermera se ofreció a revisar al paciente. «¿Qué cree, doctor?», le contó a su jefe luego, «vino Fulanito quejándose, como siempre, ¡y resulta que traía metida una garrapata en la oreja!». El doctor se encrespó: «No se la habrás quitado, ¿verdad? Esa garrapata nos da de comer».
Sea favorable o adversa la opinión que tengamos acerca de las obras de remozamiento de la Avenida Chapultepec, ya nos fregamos: los trabajos avanzan y, en tanto se ensancha el camellón y se ponen adornitos, el área será cada vez más intransitable y hasta peligrosa —los árboles, malamente, tienden a arrojarse al piso, como haciendo berrinche, cuando se taladra el piso alrededor de ellos—: en suma, es y será un fastidio por un buen rato, pues la obra pública no se distingue precisamente por su celeridad, y a menudo tampoco porque quede bien hechecita: a veces, incluso, termina tan defectuosa que hay que volverla a hacer... O quizás (recuérdese el túnel de Las Rosas) pasa como con el doctor que cada semana atendía a un hombre con dolor de oído; un día el doctor no estuvo, y la enfermera se ofreció a revisar al paciente. «¿Qué cree, doctor?», le contó a su jefe luego, «vino Fulanito quejándose, como siempre, ¡y resulta que traía metida una garrapata en la oreja!». El doctor se encrespó: «No se la habrás quitado, ¿verdad? Esa garrapata nos da de comer».
Como sea, el caso es que Chapultepec (como algunas otras calles del centro, y como se teme que en una de ésas pase con los alrededores de la Minerva, que quieren volver una zona «más peatonal») está ya sufriendo una transformación que, si bien puede que no sea del todo desafortunada, sí parece innecesaria y de muy cortito alcance. Porque, a ver: se ensanchará el camellón (que angostito no es), se le cambiará el piso, se pondrá «una segunda línea de árboles» (punto bueno, pero sólo si además reponen los que están cayendo) y «nuevo mobiliario y luminarias», o sea banquitas y lámparas más lucidoras. Y tan-tán. Porque la segunda etapa (ésta, la primera, costará 30 millones de pesos), que consistirá en arreglar banquetas y meter cables bajo tierra, ¡únicamente cubrirá dos cuadras, las que hay entre Vallarta y La Paz!
O sea: al final de las obras, la Avenida Chapultepec habrá quedado, con suerte, algo arreglada, pero básicamente funcionará igual. Aunque no: dos carriles para los coches serán más estrechos, y habrá un tercero destinado a que lo compartan el transporte público y las bicicletas (así lo anunciaron, pues: será para que los minibuseros maniobren mejor cuando quieran matar ciclistas). ¿Hacía falta esta intervención? Seguramente no, pero en su origen hay un factor, digamos, chic: dado que Chapultepec ha sido, de un tiempo acá, un espacio designado para llevar a cabo actividades de índole más o menos cultural, una de las finalidades de hacer esto, dijo el Alcalde, es la de «integrar las banquetas, la vialidad y el camellón para realizar determinado tipo de eventos [sic] en los que podamos cerrar las vialidades, sobre todo los fines de semana». Pero como estaba era ya una avenida bonita, vivible, y se hacían ya «eventos» cada que al Ayuntamiento se le antojaba. ¿Por qué se decidió meterle mano? Porque es más fácil barrer donde ya está barrido, que el cochinero circundante siempre puede esperar.
O sea: al final de las obras, la Avenida Chapultepec habrá quedado, con suerte, algo arreglada, pero básicamente funcionará igual. Aunque no: dos carriles para los coches serán más estrechos, y habrá un tercero destinado a que lo compartan el transporte público y las bicicletas (así lo anunciaron, pues: será para que los minibuseros maniobren mejor cuando quieran matar ciclistas). ¿Hacía falta esta intervención? Seguramente no, pero en su origen hay un factor, digamos, chic: dado que Chapultepec ha sido, de un tiempo acá, un espacio designado para llevar a cabo actividades de índole más o menos cultural, una de las finalidades de hacer esto, dijo el Alcalde, es la de «integrar las banquetas, la vialidad y el camellón para realizar determinado tipo de eventos [sic] en los que podamos cerrar las vialidades, sobre todo los fines de semana». Pero como estaba era ya una avenida bonita, vivible, y se hacían ya «eventos» cada que al Ayuntamiento se le antojaba. ¿Por qué se decidió meterle mano? Porque es más fácil barrer donde ya está barrido, que el cochinero circundante siempre puede esperar.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 30 de febrero de 2009.