Más allá de la adscripción a unos u otros bandos, de los mudables pareceres sobre la actuación de unos u otros personajes —«autoridades», les llaman, independientemente de que sean oficiales u oficiosas— o del ejercicio de la mera conveniencia que supone procurar hallarse en el momento y en el lugar correctos (la vida, y más la vida universitaria, da muchas vueltas), un rasgo que nos afilia a cuantos hemos estudiado o trabajado en la Universidad de Guadalajara es la constante e irrenunciable admisión del disparate como cosa normal, como orden natural e inmutable. Pasa con el preparatoriano que entiende perfectamente —o ni siquiera se lo cuestiona— que su profesor sea cínico, abusivo, inepto e irresponsable; pasa con el empleado administrativo que ejecuta, pues acepta que son necesarios e indispensables —o ni siquiera le pasa por la cabeza la posibilidad de que sean absurdos—, los trámites más tortuosos que impone a quienes acuden a su ventanilla; pasa con el investigador que debe ajustar su labor a los límites, por lo general excesivos e implacables, que significa la observancia de los lineamientos presupuestales —aparte de las laberínticas disposiciones burocráticas que ha de cumplir en todo momento—; pasa con el profesor de cualquier nivel que se resigna a trabajar con focos fundidos, salario raquítico o grupos tumultuosos en salones inhabitables; pasa con el conserje que no conoce el jabón para asear los baños; pasa con el funcionario que busca desempeñar su cargo con probidad o corrección, pero no lo dejan, y con el funcionario miserable y cretino consagrado a impedirle al primero que haga nada que tenga sentido. Pasa con todos los universitarios que presenciamos la actual disputa por el control político y económico de la Universidad, y desde luego con los que intervienen en dicha disputa y vociferan, especulan, urden ataques y contraataques, blanden hachas y aúllan: todos, sin excepción, y parece que desde siempre, terminamos siempre diciendo: «Es que así son las cosas en la Universidad».
Vaya: lo que sucede tiene una explicación —es un decir: los universitarios estamos acostumbrados a dar por veraz cualquier intriga o cualquier despropósito antes que ninguna explicación medianamente razonable— en la tácita e inveterada aprobación del desastre. Y la paradoja consecuente es ésta: porque nos queda claro que en la Universidad de Guadalajara todo se puede —ya lo estamos viendo: que sus dirigentes se tundan a garrotazos (y, en consecuencia, sus subalternos, defendiendo también cada uno el poderío menos o más diminuto que les confieren los escritorios que ocupan), estén a punto de paralizar la vida universitaria—, porque la falacia es la norma, el «recurso» es lo único que a fin de cuentas importa y la única ley es el sálvese quien pueda, es que en la Universidad de Guadalajara no se puede hacer nada. ¿Que dos sujetitos se detestan y están enfrascados en despedazarse? Merecidas tenemos las consecuencias que haya: ahí están porque siempre nos ha parecido natural que estén ahí.
Vaya: lo que sucede tiene una explicación —es un decir: los universitarios estamos acostumbrados a dar por veraz cualquier intriga o cualquier despropósito antes que ninguna explicación medianamente razonable— en la tácita e inveterada aprobación del desastre. Y la paradoja consecuente es ésta: porque nos queda claro que en la Universidad de Guadalajara todo se puede —ya lo estamos viendo: que sus dirigentes se tundan a garrotazos (y, en consecuencia, sus subalternos, defendiendo también cada uno el poderío menos o más diminuto que les confieren los escritorios que ocupan), estén a punto de paralizar la vida universitaria—, porque la falacia es la norma, el «recurso» es lo único que a fin de cuentas importa y la única ley es el sálvese quien pueda, es que en la Universidad de Guadalajara no se puede hacer nada. ¿Que dos sujetitos se detestan y están enfrascados en despedazarse? Merecidas tenemos las consecuencias que haya: ahí están porque siempre nos ha parecido natural que estén ahí.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 29 de agosto de 2008.