Doña Müller, como diciendo: «¿Hasta qué horas va a decir alo interesante este viejito gestudo que me sentaron al lado?».
Foto: FIL/Bernardo De Niz
La voluntad de la masa es inescrutable. ¿Qué misteriosas razones animan a alguien para sumergirse en el tumulto, aguantar empujones y pisotones y resignarse al hacinamiento? Y esa gana de estar ahí, por ejemplo en el diálogo entre Herta Müller y Mario Vargas Llosa la mañana de ayer en la FIL, ¿se ve recompensada? Supongo que sí, y es algo de lo asombroso que para mí siempre ha tenido la feria: la gente, pese a todo, acaba saliendo bastante satisfecha. Yo no sé: creo que lo más importante —para hablar específicamente del programa literario, acaso el más atractivo por cuanto reúne y pone al alcance del público a los escritores— está en las páginas de los libros, en el recorrido a solas y en silencio (y sin empujones ni pisotones) que se puede hacer por ellas, y que nada, o casi nada, se pierde al sustraerse a la atención excesiva que se promueve en torno a los autores, convertidos en estrellas tan parecidas a las de la farándula o el deporte o la religión.
Con todo, ahí estuve para escuchar a la rumana/alemana y al peruano/español. Llegué tarde, no alcancé audífonos para la traducción simultánea (mucho menos asiento, y así uno puede terminar con várices), y me largué cuando constaté que Vargas Llosa venía a repetir las obviedades sentimentaloides de otras veces: que la literatura es nuestra defensa contra el infortunio, que con ella se tiene acceso a otras vidas, y que los primeros hombres que se pusieron a contarse historias en torno a una fogatita y blablablá. (Lo que es tener un rollo prefabricado, útil para cada que se ofrezca, y revelarse como alguien incapaz o indolente para decir algo nuevo al mismo público). Me habría gustado, sí, saber qué dijo Müller, pero ya me enteraré de cualquier modo... O más bien seguiré leyendo sus libros, que es lo mejor.
Sólo he podido pasar apresuradamente por el pabellón de Alemania, y mi impresión es que quedó demasiado austero: este año dejó de utilizarse un considerable espacio, tan grande como para organizar una cascarita en él. Por lo demás, hoy lunes —día de profesionales en la mañana: ocasión de ver libros con calma para quienes gozamos la bendición del gafete— preveo sacarle la vuelta a Fernando Savater, a Alejandro Jodorowsky, a José Emilio Pacheco y a Fernando Vallejo (que estará gruñendo para mil jóvenes): maldita la falta que les voy a hacer, si de cualquier modo se va a atestar. Y pienso, mejor, entrar a una de dos: la presentación del libro de Marcelino Cereijido, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, a las 19:00 en el Salón 3, o a la de la Poesía completa del Padre Placencia, en el salón que lleva su nombre y a esa misma hora: voy a echarme un volado.
Con todo, ahí estuve para escuchar a la rumana/alemana y al peruano/español. Llegué tarde, no alcancé audífonos para la traducción simultánea (mucho menos asiento, y así uno puede terminar con várices), y me largué cuando constaté que Vargas Llosa venía a repetir las obviedades sentimentaloides de otras veces: que la literatura es nuestra defensa contra el infortunio, que con ella se tiene acceso a otras vidas, y que los primeros hombres que se pusieron a contarse historias en torno a una fogatita y blablablá. (Lo que es tener un rollo prefabricado, útil para cada que se ofrezca, y revelarse como alguien incapaz o indolente para decir algo nuevo al mismo público). Me habría gustado, sí, saber qué dijo Müller, pero ya me enteraré de cualquier modo... O más bien seguiré leyendo sus libros, que es lo mejor.
Sólo he podido pasar apresuradamente por el pabellón de Alemania, y mi impresión es que quedó demasiado austero: este año dejó de utilizarse un considerable espacio, tan grande como para organizar una cascarita en él. Por lo demás, hoy lunes —día de profesionales en la mañana: ocasión de ver libros con calma para quienes gozamos la bendición del gafete— preveo sacarle la vuelta a Fernando Savater, a Alejandro Jodorowsky, a José Emilio Pacheco y a Fernando Vallejo (que estará gruñendo para mil jóvenes): maldita la falta que les voy a hacer, si de cualquier modo se va a atestar. Y pienso, mejor, entrar a una de dos: la presentación del libro de Marcelino Cereijido, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, a las 19:00 en el Salón 3, o a la de la Poesía completa del Padre Placencia, en el salón que lleva su nombre y a esa misma hora: voy a echarme un volado.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», del suplemento perFIL, en Mural, el lunes 28 de noviembre de 2011.
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