A ver qué

Ya en años pasados lo había notado, pero ahora va quedándome más claro que nunca: hay dos ferias que transcurren al parejo y son mutuamente indiferentes. Una es la que presencia la gente que acude a ver y comprar libros, a escuchar a sus ídolos en los actos masivos, a disfrutar los espectáculos o a pasear con los niños. Otra es la que hacen quienes tienen, digámoslo así, intereses profesionales: editores, libreros, bibliotecarios, académicos, funcionarios universitarios, políticos de toda laya, etcétera. En esta segunda es en la que se encuentran, también, los llamados «invitados especiales»: escritores mayores, menores y medianos que, por razones a menudo misteriosas, deambulan en los salones, los pasillos, los cocteles —sobre todo los cocteles— y el vestíbulo del Hilton.
Yo, desde luego, pienso que la primera de estas ferias es la más importante, como un acontecimiento cultural que brinda numerosas ocasiones de descubrimiento y deleite a la gente. Pero entiendo que es la otra (es fácil reconocerla porque siempre pasa por ahí algún miembro de Letras Libres, o porque Raúl Padilla la cruza corriendo) la más redituable y que no se puede dejar de prestarle atención —por soporífera que pueda resultar. De modo, pues, que he tenido que ir asomándome a lo que ocurre en esas esferas donde los personajes se conducen de modos tan chistosos. Por ejemplo: la noche del lunes, en la presentación del suplemento Babelia, del diario El País, llegué a tiempo para alcanzar a ver cómo Jorge Volpi andaba buscando con quién platicar; Muñoz Molina se escondió detrás de una señora cuando el director del periódico español le pidió pronunciar unas palabras; Carlos Fuentes abandonó el salón, acompañado por su esposa, como apurado por una urgencia intestinal (bueno, esa impresión me dio, yo qué voy a saber)... ¡Y lo más raro! Ahí andaba el cuñado de Felipe Calderón, Juan Ignacio Zavala. ¿Por qué?
Luego, ¡ay!, la tradicional fiesta en el Veracruz. No sé por qué fui, si los tipos duros no bailamos. Nomás me sirvió para que viera entrar a Nicolás Alvarado (el que salía en La Dichosa Palabra) con una cámara de televisión detrás de él, paseando su considerable tonelaje entre las mesas, como si hubiera llegado Luis Miguel. En fin. Por eso, mejor concentrarse en lo interesante: hoy están las mesas de escritores irlandeses y nórdicos. Algo nuevo, siquiera, para ya no estar oyendo siempre a los mismos. Hay que ir, a ver qué.

Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el miércoles 28 de noviembre de 2007.
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2 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
29 de noviembre de 2007, 10:51

Jajaja, no se te va ni una Israel. Me estoy emocionando ya por estar ahi.

Víctor Cabrera dijo...
29 de noviembre de 2007, 10:53

No te hagas, JIC:

Dicen que en el Veracruz te vieron bailando con Cayuela.

"Renovación moral"

VC