No falla: ante las amenazas del aburrimiento, siempre las perplejidades hallan modo de meterme zancadilla en la FIL. Ejemplos: ¿por qué los empleados del stand de Random House-Mondadori andan vestidos como Jesucristo? ¿Por qué en el del Grupo Editorial Esfinge —pero, bueno, aquí es más comprensible—, los disfraces son tipo Cleopatra y Tutankamon? Y otra: ¿qué les dio, ahora, por poner «edecanos»? Quiero decir: en los actos principales sigue habiendo muchachas, pero ahora también hay trajeados puestos ahí nomás para decorar. Y una más: ¡hoy viene Diego Verdaguer! Lo traen a presentar a un señor que, según eso, vende un libro cada seis segundos.
La noche del sábado ya iba yo de salida y de repente me topé con el maestro Antonio Alatorre. «¡Lo sigo!», reaccioné, y me fui detrás de él porque como que no encontraba a dónde tenía que dirigirse. Al fin alguien lo orientó: era la presentación de Sor Juana a través de los siglos, los dos formidables tomazos que armó sobre los comentaristas de la monja. Empezó el acto, y una académica, Martha Lilia Tenorio, se encarreró en la lectura de un texto que sí, estaba muy padre y era muy interesante, pero ¡casi cuarenta minutos se aventó, la creatura! De modo que cuando Alatorre empezó a hablar, inmediatamente una edecán (o un edecano) le pasó el maldito papelito que dice: «Le quedan cinco minutos. Concluya, por favor». Alatorre, estaremos de acuerdo, es el mayor de los escritores jaliscienses vivos, y una de las mentes más brillantes y más prolíficas de la cultura iberoamericana, para acabar pronto. Y, gracias a la otra abusiva, y a que el tiempo apremiaba, nomás alcanzamos a escucharlo como diez, quince minutos. Una lástima.
La mañana del domingo, la inauguración del Salón Literario, con Antonio Muñoz Molina, estuvo a todo dar. Empezó reparando en lo asombroso que le resulta ver que todo esto (la Feria, el gentío) funcione a partir de un principio muy simple: poner en contacto a quien tiene el hábito de escribir con quien tiene el hábito de leer. Y luego hizo una larga y rica reflexión sobre las posibilidades de la ficción y el servicio que ésta presta a nuestra vida. Ilustró con ejemplos inmejorables, de Joyce a El Chavo del Ocho, y lo que a mí más me alegró fue descubrir que es un admirador concienzudo ¡de Seinfeld! Total, una delicia.
El lugar común afirma que los colombianos hablan el mejor castellano del mundo. Daniel Samper Pizano, escritor, humorista y académico de ese país, ha aclarado que, más bien, son el pueblo que más ama su lengua. Y yo lo que pienso es que, por la musicalidad del acento, el castellano de Colombia es el más bonito. ¿No?
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el lunes 26 de noviembre de 2007.
2 comentarios:
los "edecanos" es por aquello de la igualdad de género.
De acuerdo contigo, el tiempo boicoteó a los buenos.
Ya te atrapó Molina con Seinfeld. Por cierto ¡qué feo ver a Seinfeld con Jaime Camil! ¿no había otro?
Te estás aventando día tras día, yo apenas hoy haré mi primera (y posiblemente única) visita a la FIL. Que lástima.
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