¿Qué es lo más importante de las sandeces que soltó el candidato
cuando le preguntaron por los libros «que lo han marcado»? (Vaya
pregunta cursi, además: cómo se responde a eso). Pues que no importan en
absoluto. El candidato (como no se sabe ya, con los candados para
dizque preservar la equidad en las campañas, qué tanto y cómo ha de
referirse uno a los contendientes, vamos dejándolo en Gomitas)... El
candidato Gomitas pudo contestar lo que le nació, que es lo que vimos:
apuros y balbuceos que dibujaron bonitamente no sólo su ignorancia, sino
también su obstinación en la estupidez: terco, arrogante, ¿no oía las
risas, no veía a sus gatos que le hacían señas para que se callara?
También pudo haber salido con una respuesta desconcertante: «Los libros
que me han marcado son La muerte de Virgilio, las Poesías de Margarito Ledesma y la Miscelánea Fiscal».
O haberla librado con la entereza del hombre que se debe a su causa:
«Ningún libro, yo no leo, soy un asno, como todos ustedes saben, y
seguiré siéndolo por la unidad de mi partido y por el bien de México».
Habría dado perfectamente lo mismo.
Lo más triste del
episodio es su irrelevancia, por mucho que se esponjara gracias a la
retoñita de Gomitas, quien vino a pendejearnos a cuantos nos reímos y
seguimos riéndonos de su papá, y gracias también a los otros tontos que
salieron enseguida a decir sus libros: el que, airoso, se confesó lector
de Laura Restrepo (y le cambió el nombre al nombrarla) y el que vino
con la ridiculez de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos (ay, tú: hiciste que se me apachurrara el patrio corazón). Si
acaso, la consecuencia más grave será que todo político en campaña —y de
visita en una feria del libro, especialmente— traerá sus tarjetitas
preparadas para una emergencia... y eso si Gomitas no es rencoroso, que
sí ha de ser, y si no se cobra el agravio en cuanto pueda, disolviendo
el Conaculta o lanzando una nueva versión, recargada, del programa Hacia
un País de Lectores.
Más allá de la botana, y de las
reflexiones azotadas que menudearon por todos lados luego del desfiguro
—un columnista en la cumbre del candor le dirigió una sentida carta a la
hija del candidato, reconviniéndola por ser tan fresa y tan mensa—, lo
cierto es que Gomitas no perdió un solo voto por revelarse alérgico a
los libros: esa carencia suya, si hay que calificarla así, no puede
reprochársela la incontestable mayoría de mexicanos ajena, como él, a la
lectura, y en todo caso nos podría concernir a muy pocos. También quedó
subrayada la avidez de la prensa —no toda: la hubo ciega a la gansada
de Gomitas—, y del reducidísimo porcentaje del electorado que en ella se
informa, y de la todavía más reducida proporción de usuarios de redes
sociales, cuando brota una perla así (de Gomitas o de cualquier otro):
como ya era de esperarse, y ahora es evidente, la competencia es por ver
cuál es menos hocicón, menos imbécil o menos cínico. Y lean o no lean
—que no leen, y no importa— va a estar reñida.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 8 de diciembre de 2011.
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