Foto: FIL/Bernardo De Niz
Es inevitable: al llegar al final de la FIL me quedo con la
paradójica impresión de que estos nueve días han sido demasiados (tanta
agitación, tanto gentío, tan vacía la cartera luego de tantos libros,
boletos de estacionamiento, cafés, tacos y gastos irreconocibles) y, al
mismo tiempo, demasiado pocos. Lo dije al principio y lo he verificado
nuevamente: la FIL es un oasis y su espejismo, una ilusión fugazmente
materializada en la que es posible, en medio del desconcierto imperante,
sumergirse en un frenesí pletórico de ocasiones para el descubrimiento
cuya principal razón de ser son los libros. De ahí que, a quienes
reincidimos —y venimos haciéndolo desde hace 24 años—, la feria nos
importe que sea llevada por el mejor rumbo, enriquecida con programas
mejores cada vez y defendida de las inercias, las estrecheces y los
vicios que pueden acecharla. En medio de la catástrofe imperante, este
espacio y lo que sucede en él constituye una circunstancia excepcional
en la que debería tener preeminencia el ejercicio de la inteligencia
constructiva, a despecho de frivolidades, conveniencias políticas,
veleidades del mercado y ocurrencias de toda índole.
Este
domingo espero un buen cierre con el homenaje que recibirá Guillermo
Sheridan como periodista cultural. Será un gustazo oírlo, espero, porque
pocos como él están leyendo la realidad nacional con tal agudeza y, lo
mejor, con tan saludable sentido del humor. Por otro lado, también me
interesa entrar a la presentación del libro Nuestra aparente rendición,
fruto de la admirable labor emprendida por la escritora Lolita Bosch en
pos, precisamente, de concentrar mucho de lo más relevante que se
piensa al respecto del espeluznante estado de cosas (a las 11:00, en el
Salón C del área internacional); enseguida, ahí mismo, se presentará 72 migrantes,
proyecto derivado del de Bosch a raíz de la masacre de San Fernando,
Tamaulipas, y coordinado por la extraordinaria periodista Alma
Guillermoprieto, para que los muertos en esta locura no queden sólo como
cifras sin rostro y sin historia.
Y a terminar de
pasear con Regina, mi bebita, quien por lo visto está encantada con la
FIL. Disculpas anticipadas a todos los prójimos que andaremos golpeando
en los tobillos con la carreola. Hoy vendrá por tercera vez, y la
llevaremos a FIL Niños —sin duda algo de lo mejor que tiene la feria;
todavía no tiene edad para entrar a los talleres, pero ¡qué ganas les
trae!—; también a que escoja todos los libros que quiera (bueno, aunque
todavía no hable nos bastará con que pele los ojos o les sonría), y a
corroborar en mi caso lo que yo jamás me imaginé: el mejor papel que me
ha tocado desempeñar en la FIL es el de papá. Se siente estupendamente
bien.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el domingo 4 de diciembre de 2011.
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