Foto: FIL/Paola Villanueva Bidault
La
tarde del miércoles en la FIL hice un experimento: compré un libro aun
cuando tenía muchísimas razones para no comprarlo —entre otras su fama, y
es que he descubierto que me guío por un principio (o un prejuicio) que
consiste en eludir hasta donde sea posible aquellos títulos de los que
se habla mucho, los que todo mundo está leyendo (o diciendo que los lee)
y a los que se adjudica el ilusorio valor de inusitados, rompedores,
revolucionarios o cualquier otra etiqueta que únicamente podrá colgarles
el paso del tiempo—; además, tuve la mala pata de entrar a su
presentación, que resultó un acto irritante, protagonizado por el autor y
dos patiños, empeñados los tres (con poco éxito) en ser chistositos y
en desententenderse de dar al público presente ninguna información
atendible, no digamos para leer el libro, sino ni siquiera para saber de
qué se trataba. Una pérdida de tiempo, pues. A pesar de ello, fui a
tomar un ejemplar, lo hojeé y con eso tuve para correr el riesgo. A ver
qué tal. Y el objetivo de mi experimento consiste en corroborar mi
sospecha de que las presentaciones de libros no sirven para nada, que en
general tienden a ser las celebraciones desabridas y tediosas de un
ritual que se verifica sólo porque es eso, mera costumbre: prueba de la
escasa imaginación con que editores, autores y promotores anuncian sus
mercancías, cuando las más importantes razones con que el libro cuenta
para seducir a un lector están ya en sus páginas y deberían bastar.
No todas las presentaciones son desperdicio, reconozco. Por ejemplo: entré también a la de Redentores,
de Enrique Krauze, y me gustó ver cómo Javier Sicilia asumió su
responsabilidad con toda seriedad y con mucha lucidez, redactando un
ensayo para la ocasión que me pareció ejemplar: una lectura crítica y
generosa para los posibles lectores que estábamos ahí, antes que
obsequiosa para el autor —porque luego eso pasa: todo se va en chulearse
y sobarse el lomo mutuamente.
Este viernes arranca el
Encuentro Internacional de Periodistas, y promete ponerse bueno. A las
12:30, en particular, hay una mesa con dos cronistas (Marcela Turati y
Alejandro Almazán), un fotógrafo (Alejandro Cossío) y un novelista
(Élmer Mendoza), que hablarán sobre el presente espantoso de México. Por
lo demás, se presenta una colección de libros bellísimos, Hormiga
Iracunda, con dos narradores excepcionales, Alberto Chimal y Ana María
Shua (a las 17:00 en el Salón B). Y bueno, ¡es la venta nocturna! ¿Sí
será? Que yo no he oído gran cosa. Ojalá, porque, por asombroso que
parezca, la gente que viene a la FIL sí quiere comprar libros, y si
éstos se ponen de modo, con descuentos apetitosos, todos salimos
ganando.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el viernes 2 de diciembre de 2011.
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