Congruencia



Mientras en México los premios literarios cuyos montos proceden de recursos públicos se obsequian a quienes no los merecen (como el bribón Bryce Echenique, que ya podrá tomarse un descanso y no sufrir cuando nada se le ocurra y tenga que despachar un artículo: hambres no va a pasar por un buen rato) o a quienes no los necesitan (como el Nobel Vargas Llosa, a quien maldita la falta que le hacía el Carlos Fuentes), en España pretendieron darle uno a alguien que ya había anunciado que no lo quería. Al rechazar el Premio Nacional de Narrativa a su reciente novela Los enamoramientos, Javier Marías explicó que lo hacía por el afán de ser consecuente con una postura que había anunciado años atrás, la de no recibir estímulos del Estado. Inclusó contó cómo alguna vez, al tanto de que compañeros suyos de la Real Academia Española planeaban postularlo a dicho galardón, tuvo que convencerlos de que no lo hicieran. Ahora se emperraron y, claro, los mandó por un tubo.
            Es una decisión que puede ser interpretada de diversas maneras: como un acto político (si bien Marías ha dicho que habría hecho lo mismo sin importar quién estuviera en el poder), como una afirmación de la dignidad del oficio (ha dicho que el Estado no tiene por qué pagarle por un trabajo que él eligió desempeñar), como un gesto de arrogancia (el colombiano Héctor Abad Faciolince escribió, hace unos días, que Marías es capaz de desdeñar hasta una mermelada que le prepara una lectora devota, y de hacerle saber por escrito que no vuelva a intentar dársela). Pero sobre todo es una demostración de congruencia, esa virtud tan rara que, cuando se manifiesta, resulta casi incomprensible, tal vez porque a menudo se la confunde con la terquedad, o porque resulta más conveniente hacer pasar por flexibilidad lo que en realidad son volantazos y canjeo de unas posiciones por otras (bien recuerdo a aquel escritor que en 2006 estuvo encabezando los mítines en el Zócalo contra la elección de Calderón, y que, un año más tarde, lejos de hacerle ascos al premio que éste le entregó, tuvo a bien decir: «Es un honor recibir este premio de manos del Presidente Felipe Calderón»). Ejemplar, Javier Marías —aunque ¿quién, en un territorio tan propicio para el desfiguro como el de los megapremios, podría seguir ese ejemplo?

Hacia la FIL I
A un año de haber hecho un memorable ridículo en su paso por la feria, Enrique Peña Nieto tomará posesión de su cargo un día antes de que acabe la edición de este 2012. ¿Llegará a venir alguna vez a la FIL? No parece probable —aunque a lo mejor ya tendrá asesores más duchos, que le pasen tarjetitas con títulos de libros. Quién sabe cómo incidirán los reacomodos de la administración federal en la vida de la feria; por lo pronto, ojalá deje de ser pasarela para los políticos que básicamente vienen a estorbar: los libros, ya quedó claro, no son lo suyo. 

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 1 de noviembre de 2012.
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1 comentarios:

manipulador de alimentos dijo...
21 de noviembre de 2012, 12:10

Estoy oyendo y leyendo muy buenos comentarios de la última obra de Marías y la verdad, no sé si atreverme de nuevo. Le abandoné en 'Corazón tan frío', y tanto, frío, y pausado... Pero siempre es bueno cambiar de opinión o, al menos, intentarlo. Saludos!!!!