Tras el desastre en que acabó el Premio FIL, en la inauguración de la feria, como era de esperarse, no se hizo ninguna mención del asunto. Así terminó por suprimirse definitivamente la presencia tutelar de Juan Rulfo que este evento había tenido desde sus inicios, y que ya había empezado a borrarse desde aquel otro escándalo, cuando un dicho de Tomás Segovia fue el pretexto que los herederos de Rulfo tomaron para conseguir que se le retirara el nombre del ganador a un galardón que ahora la tiene muy difícil para sobrevivir: ¿quién va a ser el audaz que lo acepte el año entrante, tan enlodado como quedó? Y eso si deciden seguir dándolo. Al relevo, como figura tutelar de la feria, ha entrado Carlos Fuentes, con cuyo recuerdo los organizadores pretendieron (y quizás lograron) que el caso Bryce Echenique ya sea, como dijo Raúl Padilla «tema pasado».
Al anunciar que el Salón Literario llevará en adelante el nombre del novelista mexicano, y que a quien lo abra se le entregará una medalla (eso es la gloria literaria: cuando te mueres te vuelves estampita), a Padilla pareció quebrársele la voz. Yo oí a una señora que se alcanzó a alborozar: «¡Sí tiene corazón!». De ahí en más, lo más divertido de la ceremonia de inauguración fue el atuendo metálico de Fernando del Paso, que parecía que andaba perdido en Las Vegas. Porque el resto fue la consabida pléyade de políticos y la profusión de naderías en discursos cursis y soporíferos. Lo de costumbre. Ya que el área se despejó tantito de la infestación de funcionarios, hubo que empezar a recorrer el recinto, que básicamente tiene lo mismo en los mismos lugares. El pabellón de Chile, aun con lo austero que luce (al principio pensé que no lo habían terminado: como que les faltaron tablitas), me gustó: es un espacio bien dispuesto, y lo mejor es que los libros lo ocupan como lo más importante. Creo que los chilenos han entendido que es precisamente así como hay que sacarle provecho a su presencia, poniendo al alcance de los visitantes lo que hace su industria editorial.
Este domingo me propongo, a ver si no será una locura (que sí va a ser), llevar a mi hijita a la presentación de El Libro Gordo de 31 Minutos, en FIL Niños a las 15:00 horas, que correrá a cargo de los enormes Tulio Triviño y Juan Carlos Bodoque. Antes, a las 12:30, seguramente me habré asomado a la apertura (y entrega de la medallita de San Fuentes) del Salón Literario, con Jonathan Franzen. Quiero saber por qué diablos es tan famoso: yo puse todo mi empeño en leer la traducción de Libertad, y no pasé de la página 100: me pareció tediosísima (aunque un amigo se la aventó en inglés, y quedó maravillado). Otros chilenos que me interesan son Damiela Eltit, a las 18:00 en el pabellón de su país, y Óscar Hahn, en el Salón de la Poesía... pero lo malo es que esto último será a la misma hora.
Según se dijo en la inauguración, se espera que asistan unas 700 mil almas a lo largo de estos nueve días. Yo ya no sé si eso sea mucho o sea poco. Lo que no deja de intrigarme es a qué viene la gente: espero averiguarlo.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL de Mural, el domingo 25 de noviembre de 2012.
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