Aunque sean más enigmáticas las razones de que alguien se dedique a escribir, por lo general causan mayor perplejidad las de quien deja de hacerlo. Hace unas semanas, en una entrevista concedida a la revista francesa In lesRocks (que pasó más bien inadvertida hasta que The New Yorker reparó en el asunto), Philip Roth anunció precisamente eso, que se retiraba y queNémesis sería su última novela. Dos años antes había declarado a la misma publicación: «Si hay una vida después de la muerte y me preguntan “¿Qué quieres hacer ahora?’, respondería: “No importa qué, menos ser escritor’”. Es decir: el hombre ya llevaba un buen rato harto del oficio, y a sus 78 años ha decidido que ya tuvo bastante. Al tanto de que ya se aprestan a sobrevolar su cadáver los fabricantes de su posteridad, ahora dedica su tiempo a preparar el material con que trabajen sus biógrafos, en particular Blake Bailley, el mismo de John Cheever, con quien ya está colaborando: «De todas maneras, el 20 por ciento será falso, pero es mejor que el 22 por ciento». Y mientras relee sus propias novelas, para ver lo qué ha hecho, ha pedido ya a sus albaceas (Adrew Wyllie, su agente literario, conocido en el medio como «El Chacal», y «una amiga psicoanalista») que destruyan todos sus archivos personales tras su muerte: una curiosa emulación de la conducta de Kafka, que encargó a su amigo Max Brod lo mismo —y por suerte Brod no respetó esa voluntad—: ¿por qué no los destruye él mismo?
El hecho es que Roth ya ha puesto el punto final, y aunque sus lectores podamos deplorar la decisión, pues todavía sus últimas entregas mostraban un vigor literario sorprendente (Indignación, una de las novelas recientes, es magnífica), seguramente también tendríamos que verlo como una demostración de dignidad: eso que, como la congruencia, es un bien tan escaso entre los autores que, por razones menos o más válidas, han alcanzado las cumbres inhumanas de la celebridad. Él sabrá de qué se abstiene, y qué libros, acaso indignos del conjunto de su obra, sencillamente no tienen por qué existir. En aquella entrevista de 2011 le preguntaron a Roth qué consejo le daría a un escritor debutante: «Que deje de escribir», contestó. Cuántos deberían tomar nota, sean debutantes o no.
Hacia la FIL III
Es de esperarse que la presencia de Chile aporte mucho de lo mejor que se encuentre en el programa literario de la feria, pues, fuera de eso, imperará el déjà vu: al margen de los apartados específicos (letras europeas, brasileñas, etcétera), la comparecencia del contingente nacional de autores admite muy pocas variantes. Ahora bien: más allá de los temas chilenos ineludibles (Parra, Neruda, Mistral, Bolaño y, claro, Condorito), valdrá la pena asomarse adonde estén los autores nuevos: en particular, a mí me interesan tres narradoras asombrosas: Claudia Apablaza, Andrea Jefatnovic y la ganadora del Premio Sor Juana, Lina Meruane, firmantes de obras insospechables y, estoy seguro, memorables.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 15 de noviembre de 2012.
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