(Informe, de Rafael Lemus. Tusquets, 2008)
Uno de los críticos literarios más atendibles de estos tiempos, Rafael Lemus, publica su primer libro de cuentos. Para leerlo es complicado, desde luego, dejar de tener en cuenta el historial del autor, y es incluso divertido preguntarse: si Lemus, por alguna circunstancia más o menos fantástica, leyera este libro sin saber que es suyo, ¿cómo lo juzgaría? «Si me tengo que definir —cosa que nunca es buena— diría que soy un formalista», concedió en una entrevista a propósito de Informe. «Creo que los cuentos son un género estupendo para experimentar, y eso intenté». Aquí hay ocho piezas, de suyo atractivas y hasta desafiantes. Unas muy buenas. Otras nomás desconcertantes. Pero conviene, en todo caso, imponerse uno mismo esa posiblidad: pensar que el libro no es de Lemus, para poder leerlo en paz.
Doce años después
(La muerte de un instalador, de Álvaro Enrigue. Mondadori, 2008)
La primera recomendación sobre esta novela es que, en un tiempo proclive a los olvidos rápidos y a los plazos de vencimiento cada vez más breves (la novedad celebrada hoy es la laguna inexplicable en la memoria de la semana entrante), La muerte de un instalador parece no haber envejecido desde que apareciera en 1996, para ganar el Premio Joaquín Mortiz de ese año. Entre las claves para esa perdurabilidad están, naturalmente, el hecho de que la sostiene una historia bien armada, con un puñado de personajes memorables —empezando por el artista y su «mecenas» que la protagonizan—, y que la anima una estimable voluntad crítica (que en momentos es de feliz sorna) a cuyo influjo, en su momento, nadie que tuviera algo que ver con los submundos del arte contemporáneo pudo permanecer indiferente. Cabe conjeturar que lo mismo pasa ahora.
Publicado en el suplemento Primera Fila, de Mural, el viernes 28 de marzo de 2008.
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1 comentarios:
Sobre Informe, por lo poco que leí debo decir que no me gustó y no creo que sea por el contenido. Quizá tengo que leerlo con más voluntad.
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