¿Pensó, el Gobernador González —«Emilio» que le diga el Cardenal—, en las críticas que acarrearía sobre su augusta persona la decisión de dar una súper limosna para la construcción del Santuario de los Mártires? Es posible. Tanto lo hemos zarandeado los renegados que vemos mal sus obsequios a las televisoras y demás (bueno, no «sus» obsequios: nuestros, más bien, pues es dinero nuestro el que ha regalado en nombre de todos los jaliscienses y sin pedirnos permiso), tanto se le han reprochado su conducta disparatada, su exhibicionismo, sus pretensiones, que, por lo menos, es de esperarse que haya pasado un minuto o dos mirando al vacío, el ceño fruncido y la manita en el mentón (rasurado, por cierto: ¿fue manda?), como calculando qué tan mal se tomaría esta nueva decisión. Acto seguido, se habrá ajustado el nudo de la corbata y se habrá dispuesto a presentarse en el acto donde anunciaría el donativo y entregaría el primer cheque, tan tranquilo como se puede verlo en las fotos del día: sonriente, plácido. Un hombre, misericordioso, con el corazón apaciguado por su gesto de desprendimiento y el alma lavada de culpas por la gracia que le gana el ejercicio de la caridad.
A otro día se fue a peregrinar a Talpa. (¿Qué tan revolcada tiene la conciencia el Gobernador González, que se esfuerza tan duro en sus prácticas piadosas?). Mientras, claro, ya menudeaban los cuestionamientos y la indignación. «Cuando ya parecía imposible tener más problemas», escribió Guillermo Sheridan en su blog, «Jalisco parió un ayatola». Y de ahí para arriba: cosa que era previsible, incluso para el Gobernador, pues no es posible que en esos dos minutitos de reflexión no haya tanteado el disgusto que estaba por provocar. Debió de anticiparlo, claro: tanto así que el óbolo lo entregó envuelto en mentiras. Según él, lo que movió su generosidad no fueron los mismos fines que tienen los responsables de la construcción del templo: «Lo que un servidor ve son empleos para Jalisco. Lo que yo escucho es derrama económica», pretendió aclarar. Ajá. Y la mejor manera es metiéndole recursos a lo que, si deveras se termina de construir, será uno de los adefesios arquitectónicos más horribles del mundo, levantado en recuerdo de una guerra cruel, como si en los tiempos que corren hiciera falta propiciar así la memoria infame de la división y la confrontación.
Qué importa, en todo caso, lo que traiga o deje de traer en su cabecita. No tiene mucho sentido cuestionar sus caprichos ni sus arbitrariedades, sus falacias ni su irresponsabilidad. Como tampoco su vanidad suprema (¡ojo, González!: los soberbios no van al cielo). Lo tiene sin cuidado lo que se opine de él. El Gobernador hace lo que quiere por una sencilla razón: porque puede. Porque las condiciones están dadas para que no sólo él, sino cualquier otro advenedizo ignorante, se convierta a la primera oportunidad en un reyezuelo con poderes inmensos y con garantía de impunidad, sin que nadie le ponga un alto.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 28 de marzo de 2008.
3 comentarios:
Tienes mucha razón, pero yo creo que el adefesio no sólo sirve para recordar una guerra cruel sino para hacerla presente con estos ca... ya no aguanto tanto coraje en el alma.
He de repetir, al pueblo pan y circo.
No va a faltar la doña Chuy que sí le gusta lo que hace su queridísimo gobernador. Por lo pronto, todos los demás profanos seguiremos acabándonos el hígado con corajes.
Para lo que puede llegar a servir un templo faraónico (además de feo, parece decoración de pastel barato) en casa de la goma...y los demás proyectos? necesitamos un templecito mas en las alturas o mejor transporte? A menos que el proyecto incluya camiones, no veo mayor sentido del bimborimbo en el cerro.
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