Morelos, pisoteado

¿Quién habrá sido el ingeniosito a cuyo cargo estuvo la confección del spot radiofónico que denigra al Padre Morelos con tal de que la gente no maltrate los billetes con su efigie? ¿Y quién el ocurrente que se lo encargó? «Yo soy José María, y he sido víctima de maltrato...», se oye una voz grave, en tono de reproche y autoconmiseración. ¡Morelos, nada menos, que para esto le gustó a la imaginación del imbécil publicista pagado por el Banco de México!
No deja de ser sorprendente, si bien de un modo retorcido y alarmante, que aún sea posible encontrar motivos de auténtica indignación en la nauseabunda perspectiva que ofrece cualquier asomo a las contribuciones de los medios a la vida cotidiana (las noticias, la música, la publicidad). Tan habituales se nos van volviendo los malhechores, los cretinos, los cínicos, los ridículos, los repelentes y los idiotas, tan numerosos e infalibles son, tan predecibles e incluso comprensibles suelen parecernos sus dagas, sus baladronadas, sus desfiguros y, en suma, tan impermeables vamos siendo bajo el monzón imparable de tontería, descaro y fealdad que es la realidad nacional, que ya resulta verdaderamente difícil dar con una majadería así de pura, redonda y absolutamente inadmisible como la que se le está haciendo ahora al Siervo de la Nación. En la gigantesca cancha donde juegan lo mismo Manuel Espino o Adal Ramones, Elba Esther Gordillo o Diego Luna, Jorge Hank Rhon o Angeliquita Vale, el Góber Precioso o el Gobernador Bíblico (el nuestro, cuál más), Juan Querendón o el Bofo Bautista —el puro horror, pues—, el campeonato nacional del mal gusto hace mucho que dejó de ser reñido (por el parejo nivel de los participantes) para volverse tedioso, y la consecuencia natural ha sido una considerable disminución en nuestra capacidad de asombro, misma que han terminado de anestesiar las campañas publicitarias y propagandísticas que atestan la radio y la televisión, sobre todo las promovidas por instancias gubernamentales. Pero ésta, la del billete parlante, increíblemente irrespetuosa con uno de los contadísimos próceres que merecen toda la reverencia y el recuerdo amoroso de cada mexicano, es además formidable en su estupidez por lo inútil de su cometido: «La gente me pisa, me pasa por encima, me patea...», se queja la dizque voz de Morelos. ¡Un billete, sea de cincuenta, de veinte o del Banco del Conejito, no pasará más de cinco segundos en el suelo antes de que algún suertudo lo levante! Encima, ¿qué tanto se puede maltratar los de cincuenta, que son como de plastiquito?
En fin, que cuando daba la impresión de que las ocasiones para la irritación estaban ya agotadas y sería difícil encontrar un nuevo hito en la inmunda presentación de lo cotidiano que nos surten los medios, el tal spot sigue sonando, para vergüenza de todo el que tenga la desdicha de oírlo. Aunque quizás lo realmente impresionante sea que ya ni siquiera ahí haya razón para avergonzarse en absoluto.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 27 de julio de 2007.
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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
29 de julio de 2007, 21:38

Yo cuando escuché el comercial me empecé a carcajear! No podía creer, de inicio dices, zaz! ya se puso sentimental, maltrato familiar, qué se yo y termina siendo un billete que es pisado y maltratado...una desgracia para los spots comerciales.

Saludos!