«Habíamos caído, pues, en el fondo de un descomunal olvido, y el miedo se apoderó de nosotros». Es el descubrimiento que hace un hombre cuando está por terminar el amor secreto y feliz que ha sostenido con una mujer casada a lo largo de un verano imposible. Conforme van adquiriendo calidad de fantasmas, los amantes aún alcanzan a presenciar el suave transcurso de una noche y el arribo de la claridad del alba. «Ni ella ni yo existíamos, no existiríamos jamás, ni habíamos existido junca, salvo en aquellos breves días del verano que hoy tocaba a su fin». El final de esta historia debe ser uno de los más inesperados —y también uno de los más hermosos— de la imaginación literaria en español del siglo XX. El cuento se llama «Como a finales de septiembre», y su autor se hacía llamar Francisco Tario. Murió en Madrid, hace treinta años. Y desde entonces ha ido desandando el camino desde el olvido: desde la peculiar condición de fantasma que tenía hasta hace algún tiempo —una aparición infrecuente e inesperada en las librerías de viejo o en las conversaciones de los buscadores de rarezas— hasta convertirse en una figura absolutamente visible y cada vez más presente en la estima y el asombro de un número creciente de lectores.
Siempre es un gusto repasar las señas de identidad del autor de libros como La noche o Tapioca Inn. Mansión para fantasmas (ambos recogidos en la compilación de sus Cuentos completos que apareció a finales de 2003): astrónomo aficionado, dueño de un cine en Acapulco, pasajero habitual de trasatlánticos, solvente pianista y jugador de frontón más que sobresaliente —uno de sus contrincantes favoritos era el torero Manolete—, Francisco Peláez iba por el mundo exhibiendo el cráneo rapado y un nombre tomado, se dice, de la lengua purépecha: rasgos que anunciaban la singularidad de un escritor que nunca hizo ronda con sus contemporáneos —a pesar de lo cual se puede considerarlo un digno semejante de Juan Rulfo, Juan José Arreola o Efrén Hernández— y que poseía una recia personalidad complementada por datos que, al paso del tiempo, fueron dando forma a la leyenda: figuró como portero del equipo de futbol Asturias (uno de los porteros más elegantes que ha habido, se dice: estrenaba suéteres importados en cada partido, y usaba boinas a juego) y su vecino Octavio Paz llegó a celebrar la belleza incandescente de su esposa, Carmen Farell. Arrojó al fuego una novela descomunal inmediatamente después de concluirla, escribió obras de teatro imposibles de representar, cultivó el género del aforismo y compuso, para una serie espectacular de fotografías de Lola Álvarez Bravo, los poemas, las historias y los cantos que formarían el libro Acapulco en el sueño (del que se imprimieron, cosa por completo insólita en México, 27 mil ejemplares en dos ediciones, y que pronto se volvió misteriosamente inconseguible). Tras el último volumen de relatos que vio en vida (Una violeta de más, en 1968, pareció dejar de escribir definitivamente —de seguro a raíz de la muerte de su mujer, pues la dedicatoria reza: «Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas lecturas». Pero en 1993 circuló fugazmente una novela póstuma, Jardín secreto. Y tuvieron que pasar otros diez años para que sus cuentos (a veces recuperados para alguna revista o alguna antología) vieran de nuevo la luz y deslumbraran a las nuevas generaciones. (También La noche, apenas el año pasado, reapareció en el Fondo de Cultura Económica, en una edición conmemorativa).
Narrador inmerso en el acontecer de lo extraordinario, los cuentos de Tario proponen lo mismo pasiones tortuosas, personajes irresistibles —por cómicos, por trágicos—, fantasmagorías escalofriantes, delicadas ensoñaciones o fantasías desmesuradas. «Hacer literatura fantástica es probar a descubrir en el hombre la capacidad que éste tiene para ser fabuloso o inmensamente grotesco», declaró alguna vez en una rarísima entrevista. «No se trata aquí de arrancar lágrimas al lector porque el niño pobre no tuvo juguetes en la noche de Reyes, sino porque su padre —un hombre perfectamente honorable— quedó convertido en seta mientras regaba el jardín de su casa». Y cada página suya es tan fascinante como memorable.
Narrador inmerso en el acontecer de lo extraordinario, los cuentos de Tario proponen lo mismo pasiones tortuosas, personajes irresistibles —por cómicos, por trágicos—, fantasmagorías escalofriantes, delicadas ensoñaciones o fantasías desmesuradas. «Hacer literatura fantástica es probar a descubrir en el hombre la capacidad que éste tiene para ser fabuloso o inmensamente grotesco», declaró alguna vez en una rarísima entrevista. «No se trata aquí de arrancar lágrimas al lector porque el niño pobre no tuvo juguetes en la noche de Reyes, sino porque su padre —un hombre perfectamente honorable— quedó convertido en seta mientras regaba el jardín de su casa». Y cada página suya es tan fascinante como memorable.
Publicado en Magis.
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1 comentarios:
Tampoco he tenido la oportunidad de leerlo, algún día espero.
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