Lo malo de tener un historial como visitante consuetudinario a la FIL es, primero, que todo mundo te toma como módulo de información ambulante: me la he pasando dando horarios, señas y explicaciones, como si yo trabajara aquí. Lo segundo es que se vuelve escaso el margen de sorpresa, y regresar cada año equivale a constatar cómo casi todo está donde mismo: las mismas editoriales con sus surtidos precarios y carísimos, por ejemplo. O el acto inaugural, que sólo admite pequeñas variaciones... y quizás las más notables esta vez fueron que el Rector abrió en plan dramático, lamentándose del pleito que la UdeG tiene con el Gobierno de Jalisco, o que la señora Glantz pronunció un discurso que quiso ser desenfadado y acabó siendo —digo yo— frivolón y despeinado, y que nomás sirvió para que el secretario Lujambio se pusiera ingeniosito e improvisara algunas payasadas.
Que Carlos Fuentes no viene, caray (como tampoco Vargas Llosa, que tuvo que cancelar porque necesita que le tomen medidas para el frac). Si la feria resiente esas ausencias —y creo que sí las va a resentir— es por lo mucho que se apuesta a figuras así: cómo por sólo apersonarse, con cualquier pretexto (una ópera, un libro de vampiros), garantizan la asistencia masiva de fans. Ni modo. A lo que sigue. Hoy es tentador acercarse a la reunión en que las Academias de la Lengua Española «sancionarán» la nueva ortografía, con los cambios que tanto ruido han levantado. Yo he oído que habrá gente ahí —hispanohablantes indignados— protestando en toda forma: a ver si no les va como a los antipadillistas de ayer.
El pabellón de Castilla y León no lo entiendo: ¿no les avisaron que tenían que lucirse, poner algo siquiera bonito? ¿Sí sabe el Invitado de Honor que tiene el espacio principal de la feria? No quisieron gastarle nada. Y dispensarán mi ignorancia, pero pensando en los espectáculos de la explanada, ¿qué Café Quijano no es un one-hit-wonder? O sea, un grupito de ésos que nomás pegaron con una canción. Y además ya hace ratísimo. Para ese caso mejor nos hubieran mandado a Enrique y Ana, o algo por el estilo.
Que Carlos Fuentes no viene, caray (como tampoco Vargas Llosa, que tuvo que cancelar porque necesita que le tomen medidas para el frac). Si la feria resiente esas ausencias —y creo que sí las va a resentir— es por lo mucho que se apuesta a figuras así: cómo por sólo apersonarse, con cualquier pretexto (una ópera, un libro de vampiros), garantizan la asistencia masiva de fans. Ni modo. A lo que sigue. Hoy es tentador acercarse a la reunión en que las Academias de la Lengua Española «sancionarán» la nueva ortografía, con los cambios que tanto ruido han levantado. Yo he oído que habrá gente ahí —hispanohablantes indignados— protestando en toda forma: a ver si no les va como a los antipadillistas de ayer.
El pabellón de Castilla y León no lo entiendo: ¿no les avisaron que tenían que lucirse, poner algo siquiera bonito? ¿Sí sabe el Invitado de Honor que tiene el espacio principal de la feria? No quisieron gastarle nada. Y dispensarán mi ignorancia, pero pensando en los espectáculos de la explanada, ¿qué Café Quijano no es un one-hit-wonder? O sea, un grupito de ésos que nomás pegaron con una canción. Y además ya hace ratísimo. Para ese caso mejor nos hubieran mandado a Enrique y Ana, o algo por el estilo.
Publicado en la columna «¿Tienes feria?», en el suplemento perFIL, de Mural, el domingo 28 de noviembre de 2010.
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