Foto: Natalia Fregoso
—Quiero más café.—Pídelo.
—Pero dónde está la mesera.
—Cuál mesera.
—Debe haber una mesera.
—Me asombra que seas capaz de dar por hecho cosas así.
—Así cómo.
—Como que tenga que haber una mesera.
—Esto es un café, y tiene que aparecer una mesera.
—Lo dicho: ahora asumes así, tan natural y tan arrogantemente, que esto es un café.
—Entonces por qué estamos aquí, tomando café.
—Porque nos gusta el café.
—Pero ya no tengo, mi taza está vacía, mira.
—Y por qué tendría que aceptar que hay una taza delante de ti.
—Qué he estado haciendo entonces. Me vas a decir que no he tomado café en todo el rato.
—Yo no soy quién para desengañarte.
—Y las sillas y las mesas y la caja registradora y la cafetera y estas servilletas y este cenicero y los viejos que juegan dominó allá al fondo y tu taza y el platito con restos de pastel y la rockola que está junto a los baños...
—Qué con eso.
—Son pruebas de que esto es un café.
—Si tú quieres.
—Y si no quiero también. Hay un rótulo en la entrada.
—Cuál entrada.
—Y un espejo detrás de la barra, y un hombre que lee el tarot en aquella mesa...
—Te olvidas de los tres gemelos.
—Claro, ahí tienes, los tres gemelos, los dueños de este café.
—Muertos todos. Este café no existe.
—Tenemos años viniendo.
—Eso crees tú.
—Entonces por qué estamos aquí ahora.
—Eso crees tú.
—Dónde está la mesera.
—Yo ya no quiero más café.
Publicado en la columna «Excipiente», en KY núm. 4
Imprimir esto
1 comentarios:
ufff... buenísimo... me encantan los diálogos y más si tienen una vuelta de tuerca.
un saludo, n.
Publicar un comentario