Tautología


Es una verdad que estamos poco dispuestos a reconocer, como no sea a modo de lamentación sarcástica —por ejemplo mientras transcurren las horas en la fila delante de una ventanilla, y respondiendo a las observaciones de un prójimo que, como nosotros, no tiene más remedio que reírse sin ganas de lo descabellado de nuestra condición—: a los mexicanos nos fascinan el papeleo, el trámite, la proliferación de requisitos y los incuantificables tiempos que se desperdician en cumplirlos. Por más que simulemos quejarnos, o por más que nos quejemos con hastío sincero, al fin terminamos siempre rindiéndonos dócilmente a la recaudación de firmas, sellos, vistos buenos, y con diligencia aceptamos cada nuevo viaje a la fotocopiadora, cada ingreso a una nueva fila y cada ficha que se nos da para regresar en otra ocasión, a empezar todo de nuevo, cosa que también terminamos siempre por acatar —así sea luego de fingir algo de indignación, o sintiéndola de veras, pero obedecemos las órdenes inescrutables e ineludibles. Sin la burocracia no sabríamos qué hacer con tanta vida ociosa, y acaso esa posibilidad sea tan angustiosa que preferimos no contemplarla. (Cuando salga en la tele que el fin del mundo se avecina, lo primero que se nos ocurrirá será ir a sacar copias y acomodar todo en una mica azul).
La burocracia, que es fuente de empleo para millones de personas cuyo trabajo no tiene sentido (con sus excepciones, claro, pero es impensable el cálculo necesario para averiguar cuántas de esas personas sí hacen algo útil), es uno de los impedimentos mayores para que ningún ciudadano alcance nada que se proponga cuando se lo propone o cuando debe. Lo que todos sabemos. Pero, más allá de eso, es un engima tan fantástico y de proporciones tan formidables porque su sola razón de ser es ella misma: no hay burócrata que no encuentre justificación en los burócratas que están a su lado, arriba o abajo de él, de tal manera que las causas de toda demora, toda traba y todo incumplimiento son, invariablemente, culpa de alguien más. Toda explicación sobre lo tortuosa, lenta, absurda y cruel que puede llegar a ser la burocracia es tautológica: la burocracia es como es porque la burocracia es así.
Así, no es de extrañar lo que revela la nota publicada ayer por Mural respecto a las calmas imperantes en la Secretaría de Cultura de Jalisco —dependencia calmuda, claro, mientras no se trate de arreglarle la parroquia a algún curita—: «En el primer trimestre del año, la SCJ gastó 61 millones de pesos en gasto corriente, salarios y operación de la dependencia, pero sólo invirtió 1.1 millones para impulsar sus proyectos de fomento al arte y la cultura». Las explicaciones de los funcionarios consultados no dejan lugar a dudas: «Es un procedimiento engorroso...», «Dependemos mucho de los tiempos de los Municipios...», «...es un calvario el lograr los convenios». Claro: la verdad es que la burocracia, sin la burocracia, no sabría qué hacer.


Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 16 de mayo de 2008.




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3 comentarios:

Octavio Aguirre dijo...
16 de mayo de 2008, 21:31

Deberíamos sacarle provecho declarándola deporte extremo, o cobrar por ver a los animales detrás de las vitrinas: tanto los burrócratas como los tarados que aguantamos la fila. Además, qué no se encuentra uno en la fila, hasta en la de las tortillas.

Anónimo dijo...
20 de mayo de 2008, 11:32

Yo creo que sí sabría qué hacer la burocracia: inventar nuevos excesos.

Alejandro Vargas dijo...
24 de mayo de 2008, 15:37

Me tocó vivir el martes la burocracia del IMSS...y sólo hice una hora!!! Me quedé de a 6.

Saludos!