Rápido: ¿en qué ciudad se celebraron los últimos Juegos Panamericanos?
¿Y antes de ésos? ¿Qué país arrasó en el medallero? ¿Los pasaron por la
tele? ¿Alguna competencia que se recuerde especialmente: la final de
softbol, los cien metros planos, alguna pelea de box? ¿El futbol,
siquiera? ¿Cómo le fue a México? ¿Algún escándalo de dopaje? ¿Hay
Parapanamericanos? ¿Panamericanos de Invierno? ¿Algún recuerdito con la
mascota impresa? ¿Cuál fue la mascota? ¿En qué deporte son fuertes
Aruba, las Islas Vírgenes Británicas o Antigua y Barbuda? ¿Y quién
traerá la antorcha ahorita, por dónde andará? Si es difícil responder a
la mayoría de estas preguntas, uno puede respirar tranquilo: no es Mario
Vázquez Raña. Si uno vive en Guadalajara y, transcurrido este octubre,
se descubre incapaz de retener informaciones semejantes acerca de los
XVI Juegos Panamericanos, de cualquier manera conservará impresiones
perdurables que irán de la pena ajena a la irritación, pasando por el
mero pasmo y todo sobre un fondo permanente de incomprensión del que
será difícil olvidarse...
Para seguir leyendo, por acá, por favor, a Letras Libres.
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