Roberto Saviano

Debe de ser espantoso levantarse por la mañana, ir al baño y, en el espejo, descubrir que el rostro que se lleva encima es el de Roberto Saviano; recordar la presencia de la escolta que lo poblará todo alrededor, saber que el día habrá sido bueno en la medida en que hayan escaseado en él los sobresaltos —aunque seguramente será malo, como todos—, maldecir y maldecirse de nuevo por hallarse viviendo así del modo miserable que supone carecer de domicilio fijo, estar impedido para concertar encuentros cara a cara con quien sea, haber puesto en peligro a propios y extraños y, encima, ser una celebridad festejada por algo que, por no tener ideas mejores —en los tiempos neuróticos que corren, en la pulsión de muerte que los acelera, en la normalización de la suspicacia como el sustituto del aire para respirar—, se ha aceptado naturalmente que fue un desplante de heroísmo.
    Yo no sé si lo que hizo Saviano (infiltrar a la camorra napolitana, salir luego y publicar un libro en el que puso al descubierto los pormenores de la organización criminal y sus redes de complicidades con los poderosos y, en suma, los alcances de la corrupción, con nombres y apellidos; obtener así, claro, la condena a muerte de los aludidos, ver reventar su vida al tiempo que el libro en cuestión se convertía en un best-seller, ganar la solidaridad de intelectuales, políticos y demás pelusa en todo el mundo, y despertar cada día para esperar la bala que lleva su nombre), yo no sé si lo que hizo pueda considerarse como algo distinto de una mera temeridad impensada que —la mafia es la mafia, y no se anda con ternuras— iba a tener las consecuencias tremendas que tuvo para su vida. El hombre aún no cumple los 30 años; en las entrevistas que le he leído —la última la hallé el domingo, aquí mismo: se la hizo Sergio González Rodríguez—, donde habla poco, a menudo es elusivo, es poco literario y, a cambio, repentinamente cursi (de una cursilería adolescente), me ha dado la impresión de ser una invención; quiero decir: Roberto Saviano, héroe o valiente o temerario ingenuo o lo que sea, existe únicamente porque la publicación de Gomorra lo hizo posible; el autor (o quien aceptamos que es el autor) sobrevive tan horrendamente sólo para que su libro continúe siendo tenido en cuenta, como si detrás de esta historia del escritor amenazado hubiera otro, que la ha urdido y permanece, él sí, en las sombras y a salvo.
    Imaginaciones, claro. Lo que me intriga más, con todo, es si el país en guerra que es México tendrá, en algún momento, su propio Saviano. No es deseable, desde luego, pero aunque pueda ocurrir, quizás lo más grave sea que no haga falta. «Después de Gomorra nadie puede decir que no lo sabe, y nadie, en ningún lugar del mundo, puede decir que se trata de historias que no le afectan», dijo el italiano en la entrevista del domingo. En México, aun antes de que tengamos nuestro equivalente a Gomorra, es mucha la gente que sabe y que sabe mucho. Y nos parece tan normal.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 9 de abril de 2009.
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2 comentarios:

Unknown dijo...
9 de abril de 2009, 13:53

Concuerdo totalmente contigo. Admito que no he leído el libro. Y posiblemente no lo haga, pues desconfio de los abruptos destellos de la celebridad instantánea. Pero hasta ahora no he leído nada sobre los valores estilísticos o literarios del libro, por el contrario, curiosamente toda la atención recae, como síntoma claro de la época en que vivimos, en el escándalo, la nota que impacta y la exposición sensacionalista del hecho. Habrá que esperar a que el autor escriba otras cosas, pues el cartucho a lo "duro y directo" ya lo quemó, y a partir de ahí juzgar la valia de tan temeraria empresa. Si este es el ejemplo supremo de la "celebridad escandalosa" típica de cualquier reality, generada únicamente por los medios, sólo el tiempo lo dirá. Y sí, lo más probable es que Saviano ni siquiera exista más allá de este desproporcionado 'boom' (o ¡bang!, mejor dicho).

¡Saludos!

Ramón Castillo

Anónimo dijo...
9 de abril de 2009, 21:41

Tienes razón, en México hay gente que sabe mucho, pero lo que no saben es escribir.
Saludos.