La peste

Por si fuera poca cosa el pantano de paranoia, incertidumbre y calorón en que nos hemos visto orillados a chapotear en estos días —además del puro y agrio miedo: se nos ha hecho considerar a todo prójimo una amenaza ambulante, y peor si de pronto le da por moquear o no puede reprimir un estornudo—, el tiempo largo que ha corrido desde que se activaron las alarmas por el virus maldoso lo ha espesado el tedio más aborrecible. Cerrados los cines, cancelados o pospuestos los espectáculos, los conciertos, las obras de teatro, vedados los estadios y desiertas las plazas comerciales y casi cualquier local para ir a lerendear (verbo tapatío, según yo, que designa lo que se hace cuando uno va a ver y no compra nada), consentidas las ausencias laborales y, en suma, paralizada la nación entera detrás de un gigantesco cubrebocas —que no servirá para mucho más que para tapar los bostezos—, sólo queda resignarse a permanecer en casa y dejar que el mundo sea lo que la tele, internet, los periódicos o la radio nos dicen que es.
       Pero también se puede leer. Una recomendación, al vuelo: recientemente volvió a la circulación un libro viejo de Philip Roth, Nuestra pandilla, que reúne seis hilarantes piezas satíricas sobre la figura delirante de Richard Nixon. Es una de las cosas más divertidas que he encontrado en mucho tiempo; no importa que los tiempos de la guerra de Vietnam queden ya más bien lejos: la estupidez es inmortal, y se renueva con cada generación de políticos, de manera que el libro conserva intacta su frescura y es absolutamente ejemplar si lo que uno quiere es burlarse de quienes se hacen con el poder.
       Claro: para hacerse de una novedad falta que las librerías permanezcan abiertas, o que uno sea lo suficientemente temerario como lanzarse a visitarlas. Yo, que no lo soy, he preferido rebuscar en mis libreros, y en mala hora di con La peste, de Albert Camus. Quién sabe si éste sea el mejor momento para regresar a esa novela admirable y atroz que relata el cerco que la enfermedad, imparable, pone a la ciudad de Orán; que registra la impotencia desoladora de sus habitantes, la emergencia de lo peor —y lo mejor, a veces— de ciertos individuos y, en fin, la evolución de lo humano ante la adversidad más cruel, desde que el doctor Rieux encuentra una rata muerta camino de su consultorio y hasta su última observación, cuando el horror pareció quedar atrás («Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada [...] y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa»). O quién sabe si sea ahora, justamente, cuando haya que leer algo así: podrá sonar cursi, pero cuando la famosa realidad —o sus sucedáneos: sus versiones noticiosas— ofrecen sólo razones para la consternación y la suspicacia, la literatura tiene siempre modo de resguardar algunas certezas indispensables para que nos las arreglemos en la espera de lo que haya de seguir.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 30 de abril de 2009.

A continuación, la que podría ser la banda sonora de la peste actual. 
Con ustedes, desde la República Checa (nomás no se espanten), ¡el grupo Pandemia!

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2 comentarios:

Héctor Macías dijo...
4 de mayo de 2009, 3:49

Excelente soundtrack de hecho ! yeah !!

No puedo esperar mi cubrebocas negro con el logo de la banda.

Jajaja.. saludos !

Ela dijo...
4 de mayo de 2009, 4:04

Vaya! Estoy sorprendida, son bastante habilidosos para tocar la guitarra tan bien y mover el cabello así. Buena esa del cubrebocas, cuando lo tengas me buscas para verte ajajajajaja.

Saludos desde algún lugar del planeta azul.