Jubilado

«¡Bienvenido al asilo, chico!»

La noticia ha cundido, y naturalmente ha sido motivo de consternación: Gabriel García Márquez ya no va a escribir ningún nuevo libro. Lo declaró su agente, Carmen Balcells, esa especie de Don King de la literatura: en una entrevista concedida a un periódico chileno, la señora se lamentó, con cifras, de la pérdida que supondrá para su negocio la parálisis creadora ya definitiva y por lo visto irreversible del peso pesado que ahora abandona el cuadrilátero: «Creo que García Márquez no volverá a escribir nunca más, y es un cliente que representa el 36.2 por ciento de facturación», precisó, grácilmente codiciosa. La secundó enseguida Gerald Martin, biógrafo del Nobel de Aracataca, quien de plano ya está santoleando a su biografiado, pues la trayectoria de éste, a su juicio, concluyó «muchos años antes de completar su existencia biológica».
    Aunque la tentación sea grande, la ocasión no es como para salir a echar cohetes. A mí, desde luego, me alegra que varias hectáreas de bosques queden a salvo de convertirse en los excesivos tirajes con que tendría que lanzarse alguna eventual puntada del colombiano, pero tampoco soy ingenuo (o no tanto): aunque de su cabecita octogenaria ya no vaya a salir gran cosa, es seguro que seguirán reeditándose —y con más ganas: de algún modo doña Balcells y demás tendrán que reponerse— los títulos que le han ganado su desmesurada popularidad. La noticia, por lo demás, no es tan sorprendente: es sólo la confirmación de que el hombre ya va de salida, y ha de verse como un anticipo de los fastos que traerá consigo la despedida: homenajes al por mayor, más y más reimpresiones, etcétera. Y significa, además, que el mundo editorial de la lengua española debe estar muriéndose de aburrimiento, o por lo menos necesita una buena zarandeada: ¿por qué tendría que importarle a nadie que García Márquez se retire, si mientras tanto hay —no sólo quiero creerlo: lo creo deveras— puñados de escritores mejores que él en activo y pergeñando obras superiores a la suya?
    «Periodista» que despacha con muecas, gansadas y señas obscenas a los periodistas que se le acercan, y celebridad malagradecida y desatenta que desaira con su silencio arrogante a las multitudes de lectores fervorosos que acuden a donde se presente (en cada FIL, por ejemplo: nomás figura como botarga que aplaude), Gabriel García Márquez, desde hace varios años, es un gran malentendido de la cultura de nuestro tiempo: podrá tener una obra digna de atención, de acuerdo; pero, sea porque así conviene a sus editores o porque los poderosos se sirven de su compañía para no lucir —eso creen— tan viles, el hecho de que tantísima atención recaiga en él (y en otros por el estilo: Fuentes, Saramago, el difuntito Bolaño) supone una confusión perniciosa entre excelencia literaria y espectacularidad comercial... Pero, apenas lo escribo, veo que estoy apuntando una obviedad pasmosa, y por supuesto inútil. ¿Será que mejor sí celebro que al menos éste ya no vaya —dizque— a producir nada más?

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 2 de abril de 2009.
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2 comentarios:

Unknown dijo...
2 de abril de 2009, 21:25

¡jum! algunos no saben encontrar erotismo y sensualidad en las arrugas de este hombre.
Que se retire y se dedique a conquistar jovencitas...(*sigh*)

Alejandro Vargas dijo...
2 de abril de 2009, 23:44

Oh si, el creador de Macondo se retira. Pero ya tenía un rato escondido, digo, ese último libro suyo no tiene como mucho que aportar. Mejor dejemos al pobre hombre con sus reediciones y pasemos a los que vienen, no creo que saque algo realmente impactante en estas alturas de la vida. Ojalá me equivoque.