La fiesta de los números

Álvaro Mutis, que será homenajeado en la FIL. Preferible, mil veces preferible, al otro colombiano famoso que seguro también andará por ahí, y que también es conocido como «El mono inflable».


En la tradicional rueda de prensa donde se dieron a conocer detalles sobre la próxima edición de la Feria Internacional del Libro, las cifras anunciadas con deleite por los organizadores parecieron, por momentos, más espectaculares que las actividades que tendrán lugar durante los nueve días del otoño librero de Guadalajara. 280 mil títulos en exhibición, según Raúl Padilla (aunque, según Nubia Macías, la directora de la Feria, más de 300 mil), más de 300 o 350 autores, 315 presentaciones de libros. Y mil 600 editoriales participantes, 39 países, 600 actividades culturales (¿o 650?)... Para qué seguir: la Feria es grandota y hay mucho de todo. («Organicen de la mejor manera su agenda», recomendó Padilla, previsor, «porque hay 650 actividades, y matemáticamente es imposible ver incluso la tercera parte»). Lo natural es que, con tales proporciones, el monstruo imponga y que, a mes y medio de que arranque, ya vaya siendo temible el vértigo que supondrá encontrarse en él otra vez.
Ahora bien: tal crecimiento, tal desmesura, ¿hasta qué punto es señal de que la FIL goza de buena salud? Está muy bien que, a sus 21 años, haya venido funcionando como un espacio no sólo muy provechoso, sino hasta insólito en este país enemigo de los libros; está muy bien poder afirmar que, gracias a la Feria, Guadalajara no es la absoluta desolación que podría ser, y que los tapatíos —también la gente de otros lados que viene año con año, pero sobre todo los tapatíos— hemos ganado mucho con su presencia. Vaya: cada noviembre sobran las razones para apreciarla y disfrutarla, sobre todo por el hecho de que es un acontecimiento verdaderamente excepcional en cuanto a su vocación cultural, que es la que más interesa al público (pues también, desde luego, tiene la vocación de ser un gran negocio, o el epicentro de muchos negocios que a uno qué le van a importar: igual podrían hacerse en Cancún o en Las Vegas). Pero, precisamente por eso, no deja de ser triste que parezca preferirse la abundancia antes que la calidad en los copiosos programas de actividades —tan atestados como los pasillos de Expo Guadalajara (que, por cierto, ya dijo el Rector que la Feria seguirá haciéndose ahí, que para qué moverse: a ver si este año no se vuelve a ir la luz)—: entre tantas presentaciones, conferencias, encuentros, congresos, homenajes, exposiciones, conciertos y espectáculos se vuelve cada vez más difícil distinguir qué valdrá más la pena, y más fácil verse de pronto presenciando algo que definitivamente no tiene la menor gracia. Y no es cierto que haya gente para todo: ¿cuántas de las 315 presentaciones de libros van a estar prácticamente desiertas? Por otro lado, ya es seguro cuáles actos van a estar atiborrados (por donde pasen García Márquez —o su botarga: ¡ni habla!— o Carlos Fuentes, por ejemplo), y lo mismo: qué caso tiene. Pero bueno, ya se verá qué tal sale esta edición. Por lo pronto, habrá que ir aprovisionándose de vitamina B12 para aguantar el ritmo de esos nueve días.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 19 de octubre de 2007.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...
22 de octubre de 2007, 9:22

Habrá que preparase con la sugerencia que propones, y también habrá que aguantar de aquí a la fecha, toda la palabrería y numeralia de los "creadores de la Fil". Porque sería peor que no existiera.

Alejandro Vargas dijo...
22 de octubre de 2007, 11:09

eeeeeeeeeeeh!!!!!!!!!
ya estoy esperando la FIL espero ver a Álvaro Mutis