Maximiliano, en cortito


En el palacio de Miramar, Maximiliano de Habsburgo cavila sobre la perspectiva que quizás lo salve: «No sé si la solución será viajar a México. No sé... Hace tiempo que no puedo escribir». Carlota lo azuza: «¿No sabes, Max?... ¡Luis Napoleón nos dijo que será tu mecenas! ¿Dónde está el problema?». La decisión está tomada: así suponga asumir el rol de emperador espurio, así sean incontables los peligros y enorme la incertidumbre que enfrentarán él y su mujer en un país que los verá como intrusos, es la única solución a la vista para la parálisis inexplicable que ha sufrido la pluma del noble europeo. La beca imperial. («¡Cuánto tiempo llevaba pidiendo esta maldita beca!», se alegra: cómo no entenderlo).
Vivian Abenshushan y Luigi Amara —lo sabrán ya muchos a quienes les llegó el e-mail que promocionaba «la minitelenovela imperial de Maximiliano y Carlota en la región menos transparente»— han entendido que, debajo de las maquinaciones que acabaron por embarcar a la desconcertada pareja para depositarla en el trono inexistente del Imperio Mexicano, estaba el bloqueo creativo del malogrado monarca. Las razones de esta posibilidad están a la vista en el volumen Máximas mínimas, que recoge los aforismos del emperador, prácticamente desconocidos, y presentados por un prólogo de Fernando del Paso para su publicación en Tumbona Ediciones, a finales del año pasado. De modo, pues, que Abenshushan y Amara compusieron sobre esa idea el guión del corto que, al tiempo que publicita el libro dicho, propone una lectura, no por descabellada poco verosímil, de los verdaderos motivos de Max. El pobre Max: no sólo lo esperan la proscripción y la muerte y la condena de la historia: en México también habrá de descubrir en Juárez un rival imbatible en la práctica del género aforístico. Él, Max, podrá ir consiguiendo de cuando en cuando alguna gema («Cada hombre tiene su locura particular, y el que no la tuviera no sabría contribuir al movimiento general del mundo», lo vemos anotando, para enseguida felicitarse en voz baja: «¡Qué fino!»), pero Benito sencillamente es avasallador. La guerra está declarada, y el enemigo extranjero va quedando acorralado: sabe que Juárez ha estado leyendo a Victor Hugo, a Goethe, a Lichtenberg, y ni siquiera la ayuda del corrector Miramón le vale de nada; antes al contrario, Miramón corrige tanto que no deja sobrevivir una sola línea. Juárez recibe noticias del frente: «¡Benito, no publicará nada!», le avisan. Y el Benemérito festeja: «¡A huevo!».
El final en el Cerro de las Campanas ya lo conocemos, lo mismo que el de Carlota —aunque quizás ignorábamos que, en su delirio en Roma, imaginaba a su amado en la compañía de Montaigne. El corto, dirigido por Christian Cañibe y con la actuaciones formidables de Mario Iván Martínez (Maximiliano), Laura Flores (Carlota) y Ernesto Gómez Cruz (Juárez, quién más), disponible en YouTube y en el blog de Tumbona Ediciones, es una razón que contamos a nuestro favor quienes creemos que el mejor cine mexicano está lejos de las pantallas, los festivales, los cuarones y los iñárritus y los diegoslunas y demás.

Publicado en Replicante.

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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
19 de agosto de 2007, 14:56

ahhh que bueno está el corto, cuanta risa con Benito y su: ¡A huevo!