Lunes: la prensa da cuenta de la ignorancia y la majadería del Gobernador González en sendas declaraciones, una sobre sus «políticas de salud» y otra referida al Alcalde de El Salto, a quien despacha con un exabrupto soez. Ya no hace falta repetirlas una vez más. Hasta el jueves, las columnas de los colegas y las cartas de los lectores en los periódicos van ocupándose del tema, en grados variables de indignación y escándalo, y uno —el que esto escribe, columnista al que le toca el turno hasta el último día hábil de la semana— ve con aprensión que el viernes está tardándose muchísimo en llegar: ¿qué quedará por agregar entonces? Sin embargo, como ya es costumbre entre los gobernantes deslenguados y altaneros, que se crecen al castigo y en su cinismo pasmoso no sólo son incapaces de rectificar ni de ofrecer disculpas, sino que perseveran en su ofuscación y siempre están listos para redondear sus tonterías, el Gobernador González no iba a dejar que la semana acabara sin arrojar una nueva perla: ayer salió con que lo suyo es la promoción de la fidelidad y de la abstinencia. Nunca falla: siempre podremos confiar en que los sujetos de esta calaña, por el hecho de ser absolutamente invulnerables ante las críticas y los reclamos de sus gobernados —que, para desgracia de todos nosotros, suelen ser apenas oleajes mínimos e inofensivos, que cesan pronto: ahí está el Góber Precioso, tan feliz de la vida—, regresarán siempre con más.
Con sus conjeturas desencaminadas y silvestres respecto a la propagación del sida («El sida se da por la promiscuidad, no se da por no usar condones», afirmaba ayer en la nota publicada por Mural), el Gobernador González, que ya había demostrado además su entusiasmo por la segregación y la estigmatización de los que, en su pobre entendimiento, cree que son los grupos más expuestos al contagio, representa un peligro para la salud pública —pues, de hacerle caso los subalternos a su cargo, empezando por el insólito Alfonso Gutiérrez, son de temerse las consecuencias que tenga la postura oficial y ejecutiva. Pero, además, el hecho de que le gusten tanto sus opiniones (con qué tono condescendiente las expone, como si todos estuviéramos tontitos y él viniera a iluminarnos) supone el riesgo de que, en adelante, el capricho y el disparate sean las líneas centrales de su actuación. Si con tal facilidad ha asumido las funciones de epidemiólogo y ha decidido que la promiscuidad es el problema —¿qué entenderá por eso: se sonrojará si se lo preguntamos?—, o que «el alto riesgo se centra en la comunidad homosexual», como se publicó el lunes, el Gobernador González está ya en posición de mandar que la realidad se ajuste a lo que imagina su cabecita bíblica. Y cuidado con que alguien se lo señale, pues ya vimos también su preferencia por el improperio, que le sale tan espontáneo y hasta lo ha de hacer sentir chistoso. Lo peor, claro, no es que haga lo que haga o diga lo que diga. Lo peor es que le permitamos seguir.
Con sus conjeturas desencaminadas y silvestres respecto a la propagación del sida («El sida se da por la promiscuidad, no se da por no usar condones», afirmaba ayer en la nota publicada por Mural), el Gobernador González, que ya había demostrado además su entusiasmo por la segregación y la estigmatización de los que, en su pobre entendimiento, cree que son los grupos más expuestos al contagio, representa un peligro para la salud pública —pues, de hacerle caso los subalternos a su cargo, empezando por el insólito Alfonso Gutiérrez, son de temerse las consecuencias que tenga la postura oficial y ejecutiva. Pero, además, el hecho de que le gusten tanto sus opiniones (con qué tono condescendiente las expone, como si todos estuviéramos tontitos y él viniera a iluminarnos) supone el riesgo de que, en adelante, el capricho y el disparate sean las líneas centrales de su actuación. Si con tal facilidad ha asumido las funciones de epidemiólogo y ha decidido que la promiscuidad es el problema —¿qué entenderá por eso: se sonrojará si se lo preguntamos?—, o que «el alto riesgo se centra en la comunidad homosexual», como se publicó el lunes, el Gobernador González está ya en posición de mandar que la realidad se ajuste a lo que imagina su cabecita bíblica. Y cuidado con que alguien se lo señale, pues ya vimos también su preferencia por el improperio, que le sale tan espontáneo y hasta lo ha de hacer sentir chistoso. Lo peor, claro, no es que haga lo que haga o diga lo que diga. Lo peor es que le permitamos seguir.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 10 de agosto de 2007.
Imprimir esto
2 comentarios:
Sin duda un gran góber...pero a que grado hemos llegado. No es posible.
Lo que hace el poder en algunas personas, sentidos de omnipontencia que se transmutan después en situaciones un tanto chuscas, mas no dejan de ser muestra de la falta de preparación (o falta de merecimiento del cargo) de nuestros gobernantes, o sencillamente lo maravillosos que son los preparadores de campaña para hacer ver al monigote que se dice presidente/gobernador/empleado del gobierno un tanto normal o bienhechor...
Publicar un comentario