
Hay, sin embargo, un supermercado donde la música tiene un carácter absolutamente excepcional. Es real. Va uno tomando decisiones vitales sobre marcas de cereal o de papel higiénico y, de repente, descubre que se ha roto suavemente el silencio que hasta entonces no se había advertido. En efecto: la irrupción de Mozart es tan notable, tan inesperada, que se vuelve imposible dejar de prestarle atención. Y puede pensarse: alguna excentricidad del gerente, que puso un CD que se encontró por accidente. Sigue uno, ahora rumbo a las mayonesas o en busca del yogur, y el lugar de Mozart lo toma un vals rarísimo de Ricardo Castro, al que pueden seguir Beethoven o Bach. Y aquello se ha tornado una conmovedora felicidad. Unos pasillos más adelante se encuentra el héroe: un hombre, entrado en años, al frente de un piano eléctrico, en la sección de vinos y licores. Y su sonrisa y su destreza asoman detrás de las partituras.
En las cajas dan razón: el pianista es uno de los «cerillos» de la tercera edad que trabajan ahí, y ha tenido la admirable iniciativa de ponerle música al lugar. Cuando no está empaquetando, se va a ese rincón y toca. Es el Súper G de Plaza Terranova. Para ir a aplaudirle.
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En las cajas dan razón: el pianista es uno de los «cerillos» de la tercera edad que trabajan ahí, y ha tenido la admirable iniciativa de ponerle música al lugar. Cuando no está empaquetando, se va a ese rincón y toca. Es el Súper G de Plaza Terranova. Para ir a aplaudirle.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 23 de marzo de 2007.
1 comentarios:
orale!
No, nunca he tenido la oportunidad de ir a ese super G, pero si he notado que de repente ponen alguna música que muchas personas conocen pero que no ponen atención.
Saludos
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