Las pruebas están brotando por todos lados y no parecen dejar lugar a dudas: el novelista peruano Alfredo Bryce Echenique, poseedor del prestigio y la fama considerables que le ha reportado una trayectoria larga y prolífica, y cuyos libros le tenían asegurado, desde hace tiempo, un sitio distinguido en la historia de la literatura latinoamericana, es un plagiario descarado. E insaciable: varios periódicos, los últimos días, han estado ofreciendo pruebas de que el autor de Un mundo para Julius ha copiado grandes porciones de textos ajenos, y las ha publicado con su nombre, al menos en cuatro ocasiones. Y ha vuelto a hacerlo, pese a estar enfrentando en los tribunales de su país la denuncia que en julio de 2006 le hiciera un escritor llamado Herbert Morote por haberle saqueado «el 81 por ciento» de un artículo —la precisión del cálculo es conmovedora: hay que imaginarse a Morote indignado, contando los caracteres de su texto y los del firmado por Bryce, y luego recordando cómo se aplica la «regla de tres».
El caso más reciente fue desvelado por otra de las víctimas, el embajador de Perú ante las Naciones Unidas, al descubrir que su paisano había publicado como propio, en el diario limeño El Comercio, un artículo de su autoría. Pero lo mejor fue la explicación que Bryce tuvo el pésimo tino de articular: culpó a su secretaria, que por error, según él, envió al periódico el artículo de De Rivero —que Bryce habría usado «como bibliografía»— en lugar del correcto. La muy estúpida. Días después de esta media disculpa cobarde y ridícula, tras la que se evidencia la preocupación que Bryce tiene de conservar intacta su reputación así se lleve entre las patas a su empleada, el mismo periódico exigió al escritor que se hiciera cargo de sus responsabilidades. ¿Qué hizo entonces, el digno hombre? Renunció.
Luego empezaron a salir a la luz otros robados, entre ellos un escritor español, más bien desconocido, que declaró con mucha gracia —moraleja: si ya te desvalijaron, lo que queda es conservar la elegancia—: «Me siento halagado: debe gustarle mi estilo». El periódico español El País publicó extractos de ambos textos (es decir: del mismo, que ni siquiera es tan bueno), y salvo los títulos, apenas hay diferencias. ¿Qué tiene en su cabecita loca Bryce? Porque es claro que no le da vergüenza. Y, de ser cierto el cuento de la secretaria, tampoco tiene respeto por sus lectores: «Como yo estaba en la locura de acabar la novela en esta última semana», declaró, refiriéndose a un libro que debe tenerlo atareadísimo, «recibí el texto de mi secretaria y no lo revisé, lo pasé de inmediato a El Comercio, y pasó este suceso tan incómodo». Ahora bien: está visto que las leyes no han podido corregirlo. ¿No se antoja, entonces, ver que un día lo lleven al talk-show Laura en América? Sería precioso: Laura gritando «¡Que pase el plagiariooo!», y ya están esperándolo en el set, chillando, moqueando y rabiosos, aquellos a quienes se ha fusilado. Entra, el sujetito, y todos se le dejan ir para tundirlo y desgreñarlo, mientras él aúlla: «¡Yo no fui, señorita! ¡Fue mi secretaria!».
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 30 de marzo de 2007.
2 comentarios:
saludos,
"...hay que imaginarse a Morote indignado, contando los caracteres de su texto y los del firmado por Bryce, y luego recordando cómo se aplica la «regla de tres»." Realmente me imagino al susodicho Herbert Morote contando y recontando cada caracter y en eso llega cualquiera y le grita: "HERBERT!!!" a lo que con una cara de enojo voltea y dice: Hola - todo esto con un rictus de enojo pues casi terminaba de contar el total de las letras robadas.
nos vemos.
A mi me agrada más la idea de verlo con Bryce suplicando y mintiendo el desgraciado.
Publicar un comentario