Imaginaciones


Además: para qué tanto relajo, si desde hace años existe el Guggenheim tapatío. (Foto: Google Maps)

¿A Guadalajara le convendría tener un nuevo museo de arte contemporáneo? Probablemente. Uno grandote y vistoso, por el que circulen las corrientes que llevan lo más interesante de cuanto valga la pena ver en el mundo; un museo que sirva a la mejor comprensión de la actualidad artística de los tapatíos, que llegue a ser un atractivo turístico más presumible que los existentes —más que el Santuario de los Mártires, por ejemplo... ¡ah, no!, ése todavía no existe— y que, en resumidas cuentas, dé gusto tener aquí. Ahora: ¿un museo así es, como ha dicho el secretario de Cultura,  «necesario» e «indispensable»? Depende de lo que se quiera entender con términos como éstos: en vista del uso que suele dárseles siempre que con ellos se pretende justificar toda suerte de iniciativas —disparatadas o no—, «necesario» e «indispensable» son adjetivos ante los que más vale ponerse en guardia, pues en nombre de ellos la ciudad está como está: por las nociones que tienen unos cuantos (los funcionarios, pero también quienes, en su negocios, se benefician directamente de la actuación de éstos) de lo que hace falta, de espaldas al interés de los ciudadanos y de la verdaderas urgencias, que se relegan interminablemente.
    Ahora que se ha revelado —porque ya se sabía desde hace rato— que la Fundación Guggenheim prefirió descartar la construcción de su local tapatío para mejor largarse a Dubai (y cómo no: con las necedades y las trabas que se acostumbran aquí), los empresarios y los políticos enfrascados en la edificación de un museote dicen que perseverarán en su empeño. El proyecto de Enrique Norten, aquel como refrigerador que se levantaría a la orilla de la Barranca de Huentitán, hoy dicen que siempre fue caro e «inviable» —además de horroroso, añadiría yo. ¿Y dónde quedaron los entusiasmos de antaño? En su página de internet (caída, pero que puede consultarse en los basureros de Google), Guadalajara Capital Cultura A.C. festejaba en agosto de 2007: «El estudio de viabilidad realizado en el 2005 demostró que Guadalajara cuenta con un contexto económico, político, social y cultural favorable a la implantación de un Guggenheim». Ahora, sin embargo, resulta que se trató de un sueño excesivo («Iba a costar un millón 200 mil dólares al mes el mantenimiento, quién lo iba a pagar, son sueños», dijo Lorenza Dipp, de la dicha asociación civil). ¿Pero qué sigue? Pues quitarle el apellido al proyecto, y obstinarse en él: total, el terreno cedido está y cedido se va a quedar.
    Puestos a imaginar necesidades para Guadalajara, igual le serviría más tener playas. O, como en aquella película de Jaime Humberto Hermosillo, Clandestino Destino, ser la frontera con Estados Unidos. La ciudad está llena de proyectos cuyo supuesto carácter de necesidad es sólo la excusa maestra de sus hacedores. Lo bueno es que muchas veces (ojalá fuera siempre) esas imaginaciones quedan sólo en eso. Como el Guggenheim, que sencillamente no se supo hacer.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 12 de noviembre de 2009.

Imprimir esto

1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
20 de noviembre de 2009, 12:37

Otra raya al tigre. Un proyecto cancelado, interrumpido o abandonado.
Caray, quería ir a gritar a la barranca desde ahí.