Acostumbradas como están a defender sus ocurrencias y ofuscaciones con patrañas y borucas (bonita palabra, «boruca»: al definirla en su primera acepción, el Diccionario de la Real Academia informa que viene de la voz vasca «buruka», que significa «lucha», «topetazo», y justamente son topetazos los que éstos están dándose todo el tiempo), los funcionarios de la actual administración jalisciense, ahora en voz del displicente Fernando Guzmán Pérez Peláez, ven con extrañeza y hasta con un punto de santa indignación que se cuestione la decisión de obsequiar la pingüe limosna (otra palabrita, «pingüe»: adjetivo que significa «craso, gordo, mantecoso»; está buenísimo para apodo) para el templo horrendo de los cristeros. «No se gobierna con encuestas», enfatizó el secretario general de Gobierno, al preguntársele su parecer sobre una que le ponía números al coraje de la gente. Habría que recordarle, a Guzmán, que es precisamente gracias a una encuesta que él y sus secuaces tienen la chamba que tienen, empezando por el Gobernador González («Emilio» que le digan Guzmán y compañía; por cierto, ¿nadie de sus cuates ha sido bueno para hacerle ver, ya que tanto le importa su imagen, que sin barbas se ve más cachetón?): esa encuesta se llama elección, y ¡ay de nosotros!, fueron los resultados que arrojó los que, para nuestra desdicha, determinaron que fueran ellos quienes estuvieran en las posiciones en que están.
No hay que ser un genio para imaginar que, al momento de ir a las urnas, cada boleta es un cuestionario donde se pregunta quién parece el mejor, el más capaz o el más simpático: el preferible, en todo caso, por las razones que cada quien tenga (fueron legión, en su momento, las señoras que votaron por Alberto Cárdenas porque se les hacía el más guapo: así de podrido está el mundo). O, como suele suceder en las elecciones de la supuesta democracia mexicana, quién es el menos impresentable, el menos imbécil, el menos canalla, etcétera. Se escoge una respuesta —o el equivalente al «No sabe/No contestó», la anulación del voto— y es justamente con la cuenta final, aunque a Guzmán le parezca una frivolidad, con lo que se gobierna. «Creo que cuando se toman las decisiones nada más por encuestas», siguió diciendo este sujetito, empleado nuestro porque —¡ay otra vez!— así lo decidió la mayoría de los votantes jaliscienses al responder que su jefe parecía el menos malo, «quizás no sean las más convenientes». Y ahí sí hay que darle la razón: ya se ve cómo la decisión que los favoreció fue un error imperdonable.
¿Va a echarse para atrás, el Gobernador González, luego de las reacciones que ha suscitado su arrebato caritativo? No, y no sólo porque no le da la gana, ni porque no haya manera de obligarlo, sino porque está muy lejos de suponer que se equivocó. El tonto más pernicioso es el que ignora que es tonto. O no: el que, además de eso, se complace en su ignorancia y en su sordera y tiene el campo despejado para seguir haciendo lo que le parece que está bien.
No hay que ser un genio para imaginar que, al momento de ir a las urnas, cada boleta es un cuestionario donde se pregunta quién parece el mejor, el más capaz o el más simpático: el preferible, en todo caso, por las razones que cada quien tenga (fueron legión, en su momento, las señoras que votaron por Alberto Cárdenas porque se les hacía el más guapo: así de podrido está el mundo). O, como suele suceder en las elecciones de la supuesta democracia mexicana, quién es el menos impresentable, el menos imbécil, el menos canalla, etcétera. Se escoge una respuesta —o el equivalente al «No sabe/No contestó», la anulación del voto— y es justamente con la cuenta final, aunque a Guzmán le parezca una frivolidad, con lo que se gobierna. «Creo que cuando se toman las decisiones nada más por encuestas», siguió diciendo este sujetito, empleado nuestro porque —¡ay otra vez!— así lo decidió la mayoría de los votantes jaliscienses al responder que su jefe parecía el menos malo, «quizás no sean las más convenientes». Y ahí sí hay que darle la razón: ya se ve cómo la decisión que los favoreció fue un error imperdonable.
¿Va a echarse para atrás, el Gobernador González, luego de las reacciones que ha suscitado su arrebato caritativo? No, y no sólo porque no le da la gana, ni porque no haya manera de obligarlo, sino porque está muy lejos de suponer que se equivocó. El tonto más pernicioso es el que ignora que es tonto. O no: el que, además de eso, se complace en su ignorancia y en su sordera y tiene el campo despejado para seguir haciendo lo que le parece que está bien.
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 4 de abril de 2008.
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4 comentarios:
Que artículo tan mesurado y hasta gracioso para contar porquerías (de los que nos gobiernan), eres fino Israel.
Viva la relatividad: el mejor pretexto para esconder la estupidez.
Cada cabeza es un mundo, pero qué mundos tan jodidos nos rodean a veces, ¿no?
En fin, ya no haga corajes, licenciado, se me va a arrugar. Deje al señor don Gobernador ganarse el cielo del funcionario mexicano. De todos modos, los estúpidos se hicieron para que tengamos de quién burlarnos, lástima que sus estupideces nos friegan a todos.
Por cierto, ¿y Chavita?
Hay que componer oda al gobernador, siii!!! con todo y pendejadas
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