El país del mañana

Será un ingrediente característico de la idiosincrasia nacional, será una tara que han dejado los siglos de malas experiencias: la historia de México, desde la conquista para acá, es una prolija sucesión de disgustos, desgracias, crispaciones, desencuentros y agruras, y prácticamente no hay nombres en ella que puedan verse libres de suspicacias, truculencias o disparates: acaso unos cuantos, como Morelos, hayan sido intachables, pero tampoco se los dejó vivir lo suficiente como para que terminaran de arreglar el tiradero. O será que, entusiastas por los tópicos con que el mundo nos define (la informalidad, la malhechura, la transa, el relajo), los mexicanos estamos empeñados en fabricar otro más, uno según el cual seríamos una nación que tiene una comprensión absolutamente retorcida del futuro.
Porque, vamos a ver: ¿qué es lo primero que se dice cuando se anuncia el cambio en la Secretaría de Gobernación? Que el ungido, un jovenazo ambicioso y de carrera veloz, seguramente está alistándose ya para buscar la Presidencia de la República en las elecciones de 2012. ¡Estamos en 2008! Las especulaciones, desde luego, no carecen de fundamento: el movimiento por el que dicho personaje ha sido instalado en esa posición (cuyo ocupante saliente, el ex Gobernador jalisciense, ni siquiera se despeinó mientras estuvo ahí: bueno, es que siempre ha sido difícil que se despeine) bien puede verse como una estrategia que, tan temprano, busca afianzar la continuidad en el poder del partido gobernante, y no tendría nada de raro que el chamaco esté ya ilusionado, ni que su jefe alimente así sus ilusiones. Pero el caso es que lo primero que se piensa es eso: no qué tiene previsto hacer para desempeñar sus funciones, no cuáles son sus capacidades o sus debilidades, no cómo podrá servir o dejar de servir su presencia para contener el avance del desastre que está arrasando con toda posibilidad de convivencia armónica en el país (ya no digamos con cualquier esperanza de progreso en materia de justicia, seguridad, desarrollo económico o futbol de buen nivel: todas esas cosas que tanto urgen, vaya): no, lo primero es pensar en qué tramará el sujetito de aquí a cuatro años, casi cinco.
Ese gusto desaforado por la anticipación, sin embargo, deja de funcionar cuando se trata de tomar previsiones útiles, sensatas. Ahí está el caso del capítulo agrario del Tratado de Libre Comercio con gringos y canadienses, para no ir más lejos. ¿Cuándo se firmó, el maldito tratado? En 1994. Y a nadie se le ocurrió ponerse a trabajar para lo que habría de suceder 14 años más tarde. Otro tanto ocurre en todos los temas graves, que sólo recordaremos hasta el momento en que nos revienten. El futuro sólo nos importa cuando de nada sirve que nos importe. Por eso viviremos, los siguientes años, con la vista puesta en el 2012, y cuando el 2012 llegue, inmediatamente nos ocuparemos del 2018. Y así, mientras quede algo de país —que no será mucho tiempo.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 18 de enero de 2008.
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2 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
22 de enero de 2008, 16:34

Pero no te apures, en 2012 se acaba el mundo según los mayas.

Anónimo dijo...
23 de enero de 2008, 9:48

¡Ándale! Como que la encuerada cultural deprime, qué feo. Pero ahora me queda más claro por qué dicen: ¿cuál recesión?