«Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde». Punto y
aparte. «Tenía 33 años». Punto y aparte. «El cuarto viernes del mes
próximo yo tendré la misma edad». Punto y aparte. Quien pronuncia estas
palabras es un reportero, que arriba a esta constatación al tiempo que
recibe la asignación de investigar las historias detrás de las
fotografías en las que se ven los cadáveres de unos suicidas —tienen
los ojos abiertos, «en la boca se les ha formado una mueca de placer
sombrío». Para el trabajo, en la agencia le imponen la colaboración de
una fotógrafa, a fin de lograr un reportaje (ilustrado) que luego
pueda venderse a varias revistas. Conforme van hallando los indicios
que permitan conocer el sentido de esas muertes —si lo hubo—, los
periodistas empiezan a atravesar los días rumbo al cuarto viernes del
mes próximo. «Si no se vive no hay que aguantar que nos dejen vivir.
Los demás nos dejan vivir, pero mandan cómo». Ella le pregunta si lo
haría. Si se mataría. Él no piensa en otra cosa: además, una colega de
la agencia, avezada en la investigación documental, le pasa
continuamente noticias, extractos e interpretaciones de autoridades
filosóficas, literarias o históricas que se han ocupado del suicidio.
(Bueno, él piensa además en la novia que tiene, en su madre, en su
hermano, en la fotógrafa —de la que, por supuesto, va enamorándose—, en
su padre)...
Publicado en el nuevo número de Magis. Para seguir leyendo, por aquí, por favor.
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