No es novedad que don Juan Cardenal Sandoval Íñiguez es un deslenguado, y hasta resulta aburrido ya caricaturizarlo: por muy retorcido que llegue a ser en sus intenciones, en sus actuaciones y en su indudable influencia en la vida pública (y en la vida secreta de la vida pública), un personaje como él acaba siendo pardo y predecible, pues tiene un repertorio limitado de poses: o el paso hierático con que va recogiendo el fervor de su grey, o la pose adusta con que concelebra un acto de la vida secular, en compañía de figuras que saben también ser soeces y arrebatadas —al Cardenal iba dirigido aquel célebre brindis en que el Gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, nos mandó, a todos los que no estuviéramos de acuerdo con él, a chingar a nuestras madres...
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