Cines así

Es triste, cómo no: luego de que hoy se proyecte por última vez una película ahí, el Cine del Bosque se convertirá en una marca más de la memoria fantasmal —y qué memoria no lo es— de Guadalajara: una prueba más de que habitamos simultáneamente en una ciudad que nunca terminaremos de descubrir y en otra que sólo tiene consistencia —y muy precariamente— en la problemática realidad de la añoranza. Casualmente, hace unos días platicaba con Rodolfo, un camarada cinéfilo, sobre los cines que nos tocó conocer, disfrutar y luego ver cómo iban siendo suprimidos del paisaje, o cómo quedaban transformados en otras cosas (centros comerciales, lugares de oración, bodegas horrorosas del vacío, estacionamientos, baldíos): asistimos así a una lenta y lamentable disolvencia de nuestros propios recuerdos, que a fin de cuentas es lo único en lo que podemos confiar.
       Creo que todo tapatío que al menos vaya pisando ya las inmediaciones de la cuarentena —y acaso algunos más jóvenes, pero es difícil, porque la devastación habrá empezado hace unos veinte años—, podrá localizar varias experiencias concretas que haya tenido en los viejos cines, y esas evocaciones, en todo caso, tendrán cierta calidad fantástica que las vuelve tan entrañables como inverosímiles: así de radical ha sido esta supresión de espacios a los que sólo con la memoria nos es dado regresar. Las dimensiones gigantescas del Diana y las emociones que proponía su ingreso; la elegancia del vestíbulo del Variedades y su marquesina, que al anochecer derramaba una cascada de luces de neón sobre la avenida Juárez; las matinées del Chaplin, los estrenos en el Gran Vía o en el Tonallan o en el Colón; aquellos de la Calzada que estaban destinados a exhibir exclusivamente cine mexicano: el Metropolitan, el Avenida, el Alameda, el Orfeón... O, por ejemplo, yo recuerdo vivamente que en Semana Santa había que ir a ver películas de corte bíblico en el Latino, y mis hermanos cuentan que el Greta Garbo (en sus tiempos el cine infantil por excelencia: un caso tristísimo, pues antes de empezar a derrumbarse pasó por una decadencia siniestra, como sala porno) ofrecía un servicio que hoy parece insólito: una camioneta que pasaba por los niños a sus casas y luego de las películas los regresaba. Y así: los Cinematógrafos, el México, el Park, el Sorpresa, el Américas, el Del Estudiante (que, nos preguntábamos Rodolfo y yo, ¿por qué nunca la Universidad de Guadalajara se ha interesado en rescatarlo? Si ahí lo tiene, abandonado y monstruoso, junto al edificio de Rectoría, y con lo bien que serviría a la celebración de la Muestra, o como se llame el festival que se hace cada año).
        No hay misterio en la muerte del Cine del Bosque: ya no fue negocio. Es fácil pensar que ya no pueden existir los cines así: están los otros, numerosísimos, que pueblan la cartelera, y que inevitablemente hemos preferido (¿cómo, si no, han prosperado tanto?). Hoy, con este cierre, deja de existir definitivamente una ciudad que ya no volveremos a ver.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 5 de agosto de 2010.
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3 comentarios:

Tania8a dijo...
6 de agosto de 2010, 1:35

Yo lo voy a extrañar mucho y a sus intermedios también.

Tania Ochoa

Dominic Bedieu dijo...
13 de agosto de 2010, 5:14

Qué triste ver cómo esa ciudad, casi romántica, casi nostálgica, desaparece (más rápido que lento) y uno no puede sino pensar que es un mero espectador.

Ya nomás falta que lo conviertan en una especie de "cinépolis vintage"... que tampoco me extrañaría.

Anónimo dijo...
2 de noviembre de 2010, 11:28

Contristeza le comparto mi perspectiva con respecto a la desaparición de las viejas salas de cine en GDL. Reciba un cordial saludo.

http://venganzacinefila.blogspot.com/2010/01/mis-viejas-salas-de-cine-iv.html