Contentota, la mujer, no sólo de ir así, sino además de que le saquen fotos...
Cuáles, cuáles, cuáles pueden ser las razones que lleven a alguien a colocarse en la cabeza una diadema con unas orejitas de gato. Cuáles las que lleven a ese alguien a ir así por el mundo, con las orejitas puestas. Cuáles las que lo hagan completar el atavío con una cola peluda amarrada a la altura —claro— de las nalgas. Cuáles las que le infundan, mientras va así por el mundo, un aire alegre de satisfacción y hasta de orgullo. ¡Orejitas, en serio! Y cola... Aunque, ahora que lo pienso, estoy dando por hecho que cola y orejitas son de gato: igual eran de mapache o de koala o de alguna variedad odiosa de perrito puqueque... La incapacidad de articular bien las ideas es natural consecuencia del estupor, como se ve. Lo que quiero decir es esto: acabo de descubrir que hay individuos, de un sexo u otro, por lo visto felices de adornarse así como vengo diciendo. Y no son los más insólitos.
Entiendo esto: los individuos que vi con esas trazas —jóvenes la mayoría, pero no faltaban varios labregones que bien podrían tener hijos en la prepa— habrán estado participando en alguna competencia, sobre todo los que pusieron más denuedo en la confección de su estampa: algunos con pupilentes colorados, muchos con pelucas, varios con botas aparatosas, metralletas de plástico, alambres por todos lados, vendajes, alitas, maquillajes multicolores, prendas de toda laya cortadas a medida, palos, guadañas, abanicos gigantescos... incluso uno se hizo una especie de espada con un burro de planchar. Sus modelos, puesto que se trataba de una exposición comercial de todo cuanto hay en torno al mundo del cómic, habrán procedido —sigo queriendo entender— de historietas, dibujos animados, películas y demás: héroes, supongo, que han venido a reemplazar al Hombre Araña, a Batman o a cualquier otro personaje de antaño (ni arácnidos ni murciélagos había ahí, ni nada parecido). También de libros: los harrypottercitos y los vampiritos infaltables... Pero había otros que no parecían participar en el concurso, y que nomás iban así por puro gusto: emulando a los ídolos de esos universos hipersexualizados, violentísimos, estridentes y francamente horrendos que tienen que ver —supongo— con palabras japonesas —supongo— que me dicen muy poco (manga, anime y así).
Lo fácil sería admitir que estoy envejeciendo: que entre el mundo y yo ha comenzado a reventar la grieta que se convertirá en barranco insalvable, y que mis ansias de comprensión ya tendré que ir canjeándolas cada vez más frecuentemente por los berrinches y los balbuceos que apenas sabré oponer a la mera ocurrencia del presente. Estar en esa celebración supuso una inmersión profunda en una deprimente perplejidad: no sólo me di cuenta de que nada sé sobre las tribus urbanas que ahí deambulaban, sino que tampoco tengo ninguna gana de saberlo. Y no tiene mucho caso resistirse, supongo: ya he admitido que, si llego a anciano, habré de ser todo lo ideático y necio y maledicente que pueda, mientras Diosito me dé licencia.
Entiendo esto: los individuos que vi con esas trazas —jóvenes la mayoría, pero no faltaban varios labregones que bien podrían tener hijos en la prepa— habrán estado participando en alguna competencia, sobre todo los que pusieron más denuedo en la confección de su estampa: algunos con pupilentes colorados, muchos con pelucas, varios con botas aparatosas, metralletas de plástico, alambres por todos lados, vendajes, alitas, maquillajes multicolores, prendas de toda laya cortadas a medida, palos, guadañas, abanicos gigantescos... incluso uno se hizo una especie de espada con un burro de planchar. Sus modelos, puesto que se trataba de una exposición comercial de todo cuanto hay en torno al mundo del cómic, habrán procedido —sigo queriendo entender— de historietas, dibujos animados, películas y demás: héroes, supongo, que han venido a reemplazar al Hombre Araña, a Batman o a cualquier otro personaje de antaño (ni arácnidos ni murciélagos había ahí, ni nada parecido). También de libros: los harrypottercitos y los vampiritos infaltables... Pero había otros que no parecían participar en el concurso, y que nomás iban así por puro gusto: emulando a los ídolos de esos universos hipersexualizados, violentísimos, estridentes y francamente horrendos que tienen que ver —supongo— con palabras japonesas —supongo— que me dicen muy poco (manga, anime y así).
Lo fácil sería admitir que estoy envejeciendo: que entre el mundo y yo ha comenzado a reventar la grieta que se convertirá en barranco insalvable, y que mis ansias de comprensión ya tendré que ir canjeándolas cada vez más frecuentemente por los berrinches y los balbuceos que apenas sabré oponer a la mera ocurrencia del presente. Estar en esa celebración supuso una inmersión profunda en una deprimente perplejidad: no sólo me di cuenta de que nada sé sobre las tribus urbanas que ahí deambulaban, sino que tampoco tengo ninguna gana de saberlo. Y no tiene mucho caso resistirse, supongo: ya he admitido que, si llego a anciano, habré de ser todo lo ideático y necio y maledicente que pueda, mientras Diosito me dé licencia.
Detalle: la víctima mortal de un Wolverine... ¿Así iría este camarada en el minibús, con el pobre Elmo ensartado?
Yo me espanté y le dije a Vero: «Ya valió madre, ya llegaron los zetas». Pero no: ella fue y vio que era un vale disfrazado, con su Uzi de plástico, de algo de Resident Evil... Luego me espanté más: ¿por qué Vero sabe esas cosas?
¡Harry Potter tiene un nuevo amiguito!
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 1 de octubre de 2009.
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6 comentarios:
Cosas veredes... Eso te pasa por andarla rolando en los patios de la Prepa 7 (¿o en dónde, si no, fuiste a sacar tan lindas fotos?).
Pero tienes razón. A mí, no hace mucho, me llegaron dos alumnas con diadema de gatitas. Era la primera clase del semestre, de modo que no me atreví a preguntarles cuál era su problema (cosa que hubiera hecho en inglés, para no errarle). Y me quedé con la duda.
En fin: criaturitas que, digo yo, son como cierto amigo nuestro que un día se nos apareció con las uñas pintadas de negro y los pelos blancos (pero que, a diferencia de nuestro amigo, pueden al menos alegar en su descargo el atenuante de la corta edad). En todo caso, "algo quedrán", que dicen en tu rancho.
¡la foto del amiguito intelectual de Harry Potter es fabulosa! No queda de otra, a rabiar...
¡qué barbaridad! esa gente y el mundo del cómic no tienen perdón de Dios. Que suerte ser atea.
La foto de Harry Potter es la ley! directo a la solapa de un libro.
Igual está de más decirlo, pero, en general, a esas personas se les llama otakus y cuando se visten de personajes de anime, manga o cómics, a eso se le llama cosplay.El bato con la espada hecha con el burro de planchar probablemente era Cloud, un personaje del juego de Play Station Final Fantasy VII, o Ichigo, del anime Bleach.
Son todos unos personajes. Un amigo cuenta que vió correr a la princesa leia de 60 años, con un R2D2 de papel maché, seguidos inmediatamente por un cincuentón wolverine.
Me dio pena y eso que yo no estaba ahí.
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