Las Fiestas


La única foto del Tío Carmelo que existe en este universo malagradecido.

Hará más de veinte años, o por ahí, que no voy a las Fiestas de Octubre. Puedo afirmar que, hasta que súbita y deliberadamente interrumpí la costumbre, acudí todos los años, e incluso que sin falta me asomé en cada ocasión al desfile inaugural. Cada octubre apelmazado en esa memoria lejana es la sucesión de las mismas impresiones, con sólo una variación decisiva, de naturaleza topográfica: primero el Parque Agua Azul, luego el Auditorio Benito Juárez. De ahí en más, las Fiestas eran —y, malamente, quiero creer que seguirán siendo— la monótona reiteración de las mismas expectativas siempre defraudadas (o cumplidas, ahora ya no sé): la idea de que se trataba de una feria, seguida por la suposición de que las ferias son para divertirse, y al final, invariablemente, la constatación de que no había habido tal diversión.
    Imagino, desde luego, que si las Fiestas de Octubre siguen celebrándose ha de ser porque para mucha gente resulta divertido ir y hacer lo que ahí se hace: comer alguna cochinada, comprar alguna chuchería, ver a algún cantante chafa, subirse a los juegos mecánicos y, si el entusiasmo lo exige y el presupuesto lo facilita, entrar además al palenque. De aquí se sigue que el acedo soy yo, que ignoro cómo pasarla bien en una suerte de tianguis donde podría comprar un calentador solar, un aparato para rallar verduras, un llaverito de la Coca-Cola o un gigantesco balero de madera; como además los juegos mecánicos me dan náuseas y terror, las morelianas me figuro que saben a cartulina y no tengo previsto ver jamás El Show de Barney ni a Lagrimita y Costel... Aunque una cosa sí recuerdo que me hacía esperar, con ilusión infantil, la llegada de las Fiestas: que sólo ahí probaba, una vez al año, la nieve del Parque Morelos —con lo sencillo que habría sido ir, mejor, al Parque Morelos—: de ahí en más todo era calorón, gentío y mucho, mucho ruido.
    Internet, vengo de comprobarlo, está lejos de saberlo todo, y es que me ha sido imposible dar ahí con ninguna información acerca del Tío Carmelo (algunos ingratos sólo atinan a definirlo como «un Tío Gamboín tapatío», infundio horrible porque el Tío Carmelo era, en su exotismo incalculable, mucho más memorable que el otro). La buscaba para averiguar cuándo se nos adelantó, y para sacar así cuentas de cuándo habrá sido la última vez que lo vi en el desfile inaugural de las Fiestas de Octubre. Sí hallé, en cambio, en el sitio web de éstas (pobre, malhechón y según el cual el tema esta vez será «Carnavales del Mundo», lo que sea que eso quiera decir), un peculiar listado de atractivos, en cuyo primer lugar dice «Excmo. Monseñor Juan Sandoval». En serio. Más adelante se lee «Juegos mecánicos», y, abajito, «La Señora Zarate» (así, sin acento). Otros son «Pista de hielo», «El Chico Elizalde», «La Incontenible Banda Astilleros», «Kikín Fonseca», etcétera. Es decir: por si me hacía falta, un buen puñado de razones para no dudar ni por un momento que este año tampoco iré —lo que, de seguro, no me pesará.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 8 de octubre de 2009.

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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
13 de octubre de 2009, 9:36

Si te has dado cuenta que todas y cada una de las fiestas de octubre tienen algo que ver con los carnavales, por lo que sólo reciclan una y otra vez los materiales. Así es como podemos ver aquel sombrero de arlequín en todas partes.
No quiero imaginarme la bodega de los octubreros, debe ser una cosa patética recreando no-se-cuántos-años-de-existencia.