Homenaje


El Poeta, en el momento en que francamente llegó a estar hasta la madre de tanta fiesta.

El Poeta está sentado en la escalinata de acceso a la Feria. Lo rodean varios bultos: bolsas estampadas repletas de papeles, libros, pósters, camisetas, folletos... porquería y media. Es la tardecita, y un gentío entra y sale y pasa al lado del Poeta. Como que quiere llover. Él, colgado del pescuezo el gafete reglamentario —no se es quien se es en una Feria sin esos cencerros coloridos, si bien el del Poeta tendría que ser al menos plateadito—, fuma dos cigarros y medio que le duran menos que el hartazgo que lo tiene ahí. Los faldones del saco —reglamentario también— se le van a llenar de polvo, se le va a arrugar el asiento del pantalón, cuando se levante va a quedar desfajado; encima, con el aironazo está desmadrándosele el copete. Acaso no importe tanto: malo que se nos acatarrara o que ya no pudiera ponerse en pie (por la reuma). Una señora gorda, y también despeinada, se le deja ir: el Poeta la escucha declararle su fervor. Enseguida, un señor se acerca y desplaza a la gorda para suministrarle al Poeta un bulto más: claro, es un libro: de ésos que llaman «de autor», es decir, algo que el señor en cuestión hizo imprimir con sus propias inspiraciones, pues —ya lo estamos oyendo cómo se identifica— él también es poeta (nomás que sin mayúscula). Hay unos preparatorianos rondando, pero no se animan a acercarse; por fin, la más aventada le pregunta al Poeta (el señor ya se retiró) si los deja hacerse una foto con él. Se la hacen. El Poeta los despide dándoles la mano. Una parejita, luego: él pide un autógrafo, ella se muerde las uñas y medio se chivea. El Poeta, no lo habíamos dicho, está acompañado por su Esposa (una Periodista que sale en la Tele), quien desempeña un papel de guarura y ujier: es la que ve el reloj, la que voltea nerviosamente hacia la entrada de la Feria, pero también la que entretiene a los nuevos fervorosos que esperan turno. Cuando el Poeta va a la mitad del tercer cigarro, ella se pone en pie, comienza a cargar bultos, le acerca otros al Poeta, lo agarra del brazo y lo hace levantarse también. Él se palpa los bolsillos del saco, ella saluda a más fervorosos, avanzan trabajosamente (la reuma) hacia el ingreso a la Feria, todavía los entretiene un impertinente más, que no sólo quiere foto, sino además un abrazo: el Poeta se deja hacer, balbucea algo, su Esposa está ya francamente apurada, al fin se encarreran. Cruzan la exposición de libros, alguien ha venido ya a encaminarlos —algún Funcionario comedido y parlanchín—, y llegan al cabo al salón, gigantesco, atestado y sofocante (al Poeta se le empañan los anteojos, casi se tropieza con los preparatorianos tirados en el suelo). Es el tercer o cuarto o vigésimo Homenaje que le hacen al Poeta en los últimos meses (por qué: sólo porque cumple años y la cifra es redonda), y ya lo esperan en el estrado sus Amigos, que lo festejarán cubriéndolo de linduras. Está podrido. Pero también aquí agradecerá y leerá sus Poemas y tendrá que hacerse el Chistoso. Y así será en la siguiente Feria.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 22 de octubre de 2009.
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3 comentarios:

Homeless Schakal dijo...
22 de octubre de 2009, 14:35

Vaya manera del Chismoso de narrar tan penosa odisea. Jaja, bromeo.

Anónimo dijo...
29 de octubre de 2009, 14:25

parece que esta dando un golpe estilo karateka jajaja

vanessa

Alejandro Vargas dijo...
20 de noviembre de 2009, 12:27

Y siempre es así de penoso, tropezarse por culpa de los chavales que no tienen idea de porqué están ahí es horrible.