¿Todos crecemos con la FIL? Como no sea en el sentido en que todos hemos sumado, al parejo que la feria, años a nuestra edad —¡y los achaques que vienen con los años!—, quién sabe si el plural optimista de ese eslogan sea correcto. Algo, claro, hay de cierto: quienes hemos aprovechado las oportunidades de hallazgo y de crecimiento que la FIL ha surtido a lo largo de las más de dos decenas de otoños que lleva funcionando como el acontecimiento cultural más importante de todo el año tapatío, no podemos sino reconocer que gracias a ella hemos podido tener experiencias y encuentros que de otro modo nos habrían quedado muy lejos o habrían sido sencillamente irrealizables. Pero ¿a quiénes se refiere ese «todos»? ¿Guadalajara, por ejemplo, ha «crecido» con la FIL? O, es más: ¿qué habría que entender por «crecer»?
Por asombroso que resulte —bueno: asombroso para quien esto escribe, o para quien llega hasta la sección Cultura del periódico y lee estas líneas: es de suponerse que seamos algo así como el público natural de una actividad organizada en torno al libro y sus derivaciones—, la FIL bien puede no importarle a alguien, o a mucha gente, y en consecuencia es de suponerse que ese alguien, o esa mucha gente, no se comprenda dentro del «todos» del eslogan que circula estampado en camiones, que pende del edificio de la UdeG, que se reitera en anuncios por todos lados. Inténtese una encuesta rápida y sencilla entre los prójimos que estén a la mano —en la oficina, en la cola del banco, en la escuela, en la tienda de la esquina—: a) ¿cuántas veces han ido a la FIL?; b) ¿qué han visto?; c) ¿qué han comprado?; d) ¿de qué autor se acuerdan? Las respuestas serán, casi invariablemente, desconcertantes. Con suerte, habrá quien —si fue más de una vez— ubique en la memoria el concierto de Silvio Rodríguez, o alguna presentación de Brozo, o un libro firmado por Chespirito. Pero lo más seguro es que contesten, en este orden, a) «no me acuerdo» o «nunca», b) «no me acuerdo», c) «nada, todo está muy caro/no me acuerdo», y d) «de ninguno» o «Yordi Rosado».
Qué se le va a hacer. Igual, misteriosamente, la FIL que comienza mañana será tumultuosa y su programa está saturado con un número agobiante de actividades (agobiante porque muchas, más misteriosamente aún, valen la pena). Estará más crecidita este año —al menos en cuanto a la superficie de exposición—, y como cada año, cuando concluya, sus organizadores darán cifras triunfales. Con todo y crisis y con todo y el ciclón que hace apenas unos meses azotó a la Universidad de Guadalajara (¡hey! ¿Briseño irá a ir?). Los italianos se irán felices de la vida, Carlos Fuentes se elevará varios peldaños en el altar de la adulación, Lobo Antunes le cambiará inesperadamente la vida a más de alguno... Y nos vamos a divertir y nos vamos a aburrir y nos vamos a cansar y hasta algo bueno llegaremos a hallarnos por ahí. Pero el enigma persistirá: ¿cómo es que crecemos, o quiénes, o por qué, con la FIL?
Por asombroso que resulte —bueno: asombroso para quien esto escribe, o para quien llega hasta la sección Cultura del periódico y lee estas líneas: es de suponerse que seamos algo así como el público natural de una actividad organizada en torno al libro y sus derivaciones—, la FIL bien puede no importarle a alguien, o a mucha gente, y en consecuencia es de suponerse que ese alguien, o esa mucha gente, no se comprenda dentro del «todos» del eslogan que circula estampado en camiones, que pende del edificio de la UdeG, que se reitera en anuncios por todos lados. Inténtese una encuesta rápida y sencilla entre los prójimos que estén a la mano —en la oficina, en la cola del banco, en la escuela, en la tienda de la esquina—: a) ¿cuántas veces han ido a la FIL?; b) ¿qué han visto?; c) ¿qué han comprado?; d) ¿de qué autor se acuerdan? Las respuestas serán, casi invariablemente, desconcertantes. Con suerte, habrá quien —si fue más de una vez— ubique en la memoria el concierto de Silvio Rodríguez, o alguna presentación de Brozo, o un libro firmado por Chespirito. Pero lo más seguro es que contesten, en este orden, a) «no me acuerdo» o «nunca», b) «no me acuerdo», c) «nada, todo está muy caro/no me acuerdo», y d) «de ninguno» o «Yordi Rosado».
Qué se le va a hacer. Igual, misteriosamente, la FIL que comienza mañana será tumultuosa y su programa está saturado con un número agobiante de actividades (agobiante porque muchas, más misteriosamente aún, valen la pena). Estará más crecidita este año —al menos en cuanto a la superficie de exposición—, y como cada año, cuando concluya, sus organizadores darán cifras triunfales. Con todo y crisis y con todo y el ciclón que hace apenas unos meses azotó a la Universidad de Guadalajara (¡hey! ¿Briseño irá a ir?). Los italianos se irán felices de la vida, Carlos Fuentes se elevará varios peldaños en el altar de la adulación, Lobo Antunes le cambiará inesperadamente la vida a más de alguno... Y nos vamos a divertir y nos vamos a aburrir y nos vamos a cansar y hasta algo bueno llegaremos a hallarnos por ahí. Pero el enigma persistirá: ¿cómo es que crecemos, o quiénes, o por qué, con la FIL?
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 28 de noviembre de 2008.
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2 comentarios:
Mi queridísimo JIC:
Como bien dices, yo he crecido en años, en kilogramos pero también en amistades tapatías a las que cada fin de año me es dado reencontrar para abrazarlas y decir salud con ellas (es decir, todos ustedes). Ya nomás por eso a mí la FIL me agiganta.
Mi queridísimo JIC:
Como bien dices, yo he crecido en años, en kilogramos pero también en amistades tapatías a las que cada fin de año me es dado reencontrar para abrazarlas y decir salud con ellas (es decir, todos ustedes). Ya nomás por eso a mí la FIL me agiganta.
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